La novia: Intérprete: Antonio Prieto. Autor:
Joaquín Prieto
Blanca y radiante va la novia/ le sigue
atrás un novio amante/ y que al unir sus corazones/ harán morir mis ilusiones/
Ante el altar está llorando/ todos dirán que es de alegría/ dentro su alma está
gritando / Ave María, Ave María/ Mentirá también/ al decir que sí/ y al besar
la cruz/ pedirá perdón/ y yo sé, que olvidar nunca podría/ que era yo y no
aquel/ a quien quería/ Ante el altar está llorando/ todos dirán que es de
alegría/ dentro su alma está gritando/ Ave María, Ave María
Fue tan fuerte el impacto que recibí
cuando niño al escuchar esta canción tan popular que todavía hoy, cuando
contemplo a los novios entrar a una iglesia, recuerdo a la novia cantada
por Antonio Prieto. Así sucedió también aquella
tarde cuando vi entrar a una novia en la Iglesia del Ángel de San Custodio, en
La Habana.
Yo había viajado a La Habana para
participar en un congreso de bolerología auspiciado por la UNESCO. En el
Congreso, aparte de que todos dijeron lo mismo, a saber: el bolero es parte de
la identidad latinoamericana, nadie dijo mucho más. Puro bla blá. Como yo no
presentaba ponencia, tenía mucho tiempo a disposición, tiempo que dedicaba a
visitar viejos lugares de la otrora hermosa ciudad. Y al visitar un día la Iglesia
del Ángel de San Custodio y ver entrar a la novia, seguida de un novio amante,
me acordé, por supuesto, de La Novia.
- Yo también Fer –sentí una voz de
mujer ronca a mi lado– yo también Fer, yo también me acuerdo de La Novia. Es
inevitable.
Me di vuelta, sorprendido. Y apenas la
vi, a Diotima, la Cubana, supe de inmediato que ese día iba a ser uno de los
más importantes de mi vida.
- ¿Nos conocemos? ¿Cómo sabes que me
dicen Fer? ¿Y cómo sabes lo que yo estaba pensando?
- No todos te dicen Fer, Fer, sólo
algunas mujeres te dicen Fer, Fer. Y yo soy adivina, eso soy yo.
Diotima es una mulata grande y ancha.
Usa un collar enorme de colmillos de caimán. Tiene un solo ojo, justo en el
medio de la frente, como Polifemo. Y lo que más llama la atención, no es que
tenga un solo ojo, sino que a nadie asombra que tenga un solo ojo, hasta el
punto de que, cuando te miras en el espejo, te preguntas para que diablos
tienes dos ojos si Diotima, con el único ojo grande que tiene ve más que lo que
ven los dos en cada uno.
Diotima es adivina, lo que quiere decir
que no sólo sabe lo que va a pasar a la gente en su futuro, sino también es
algo divina, como la Diotima de Mantinea, quien era, como ustedes saben, el
doble femenino de Sócrates. Diotima se gana la vida viendo la suerte a los
turistas que visitan (o asolan) la Isla. Algunas veces conoce a gente
interesante, como su amigo, el alemán Win Wenders, quien cuando filmaba Buena
Vista Social Club encargó a Diotima que lo pusiera en contacto con Compay
Segundo, Ibrahim Ferrer, Omara Portundo, y otros.
Diotima, al igual que yo, es
boleróloga, pero no como yo, que lo soy de profesión. Ella lo es por pura y
simple vocación. Cuando le conté que quería escribir un libro sobre la
filosofía de los boleros decidió en un segundo que ella iba a ser mi consejera,
y no sólo lo fue, sino, además, se convirtió en mi amiga del alma. Y con el
curso del tiempo ha llegado a ser incluso mi doble femenino y tropical, vale
decir, todo lo que yo no soy: que soy masculino y helado, según el cálido
testimonio de la Dioti.
Todo eso y mucho más lo supe de Diotima
en nuestras largas conversaciones. Pero ese día cuando descubrimos la relación
que habíamos hecho al mismo tiempo entre la novia de verdad y La Novia que
cantaba Antonio Prieto, sólo hablamos de la novia. Y de La Novia, por supuesto.
Nos fuimos a un café y después que cerraron “hicimos” caminando el Malecón
completo, desde el Castillo de la Punta hasta la misma Chorrera y viceversa,
hablando ambos sin parar, hasta que la noche se hizo día y el día, con su
brillo de plata, hablando nos sorprendió.
Dijimos que íbamos a incluir a La Novia
de los Prieto en mi colección de boleros, aunque en estricto sentido La Novia
no es un bolero, bien puede ser una balada, o un rock lento, pero como Antonio
Prieto sólo cantaba boleros, hasta la Marsellesa, si él la hubiera cantado,
habría sonado como bolero.
Dije que el noviazgo es un
acontecimiento en la historia de cada amor, acontecimiento que opera como una
marca, y en su contenido se llena de rituales: símbolos que llevan desde la
iniciación del amor hasta esa consagración que culmina en la ceremonia nupcial.
Dijo que ella había tenido sólo un
novio en su vida, pero siete mil setecientos setenta y siete amantes. Y yo le
creí. Aunque ahora lo dudo.
Dije que La Novia me había impactado
cuando niño porque yo creía que cuando las novias se casaban olvidaban el
pasado.
Dijo que eso era puro cuento. Que cuando
Armando Manzanero canta “yo nací el mismo día en que te conocí” no es tan cierto,
que el pasado siempre encuentra rendijas por donde colarse, y que el amor no
consiste en borrar el pasado sino en resistir su presencia, “porque el pasado,
chico, es un intruso de marca mayor; siempre se mete ahí donde tú no lo llamas,
te lo digo yo”.
Dije que el éxito de La Novia se debía
a que el bolero profanaba lo sagrado, deseo que tenemos todos en el fondo
Dijo que era cierto pero que no era
bueno profanar lo sagrado porque lo sagrado, sagrado es. Por eso ella estaba de
acuerdo en separar al amor de la amistá. Que para ella el amor era amor para
casarse. Y que la amistá era amor para amar.
Yo dije que lo mismo decían los griegos
antiguos. Y que un filósofo llamado Walter Benjamin había escrito una vez que
la amistad era más peligrosa que el amor porque no había ningún sacramento que
sellara la amistad, y por lo mismo, la amistad era amor no sacramentado y
libremente elegido.
Dijo que estaba de acuerdo y que
nosotros ya éramos muy amigos
Dije que éramos como los gansos quienes
conocen la amistad en el graznido compartido
Dijo que el amor sin amistá termina en
la muerte del amor
Dije que el vuelo nupcial de las
abejas, al no tener amistad, termina con la muerte de las abejas-machos,
llamados zánganos
Dijo que deberían llamarse abejos y no
zánganos
Dije que en el vuelo nupcial, llamado
también de fecundación, la abeja reina lo repite dos, tres, hasta cinco veces.
Y que en el vuelo copula hasta con quince abejos, y que a veces caen todos
juntos al pasto. Y que la copulación con la abeja reina duraba dos, hasta tres
horas.
Dijo que la abeja reina lo pasaba
sabroso. Que en la otra vida ella quería ser abeja reina.
Dije que quienes no lo pasan sabroso
son los abejos, porque en la copulación se le desprenden los genitales.
Dijo que lo sentía mucho por los abejitos.
Aunque el macho de la mantis religiosa lo pasaba peor porque la mantis le comía
el cerebro al macho mientras copulaban.
Dije que yo también había perdido la
cabeza por un par de amores inconclusos.
Dijo que a la mantis religiosa en Cuba
la llaman mamboretá.
Dije que en mi país la llamamos
matapiojos.
Dijo que desgraciadamente chico, el
amor va unido muchas veces con la muerte.
Dije que Walter Benjamin dijo que “el
amor tiene una sola dirección: la muerte común de los amantes. Que el amor se
desenvuelve como un hilo en el laberinto de la cámara mortal. Que allí donde la
lucha a muerte se transforma en lucha por la vida, sólo ahí entra el amor en la
realidad de los sexos”.
Dijo que por eso los boleros son de
amor y de muerte.
Dije que sí. Que así es.
Nota del autor: como
el a-divino lector habrá podido darse cuenta, esta breve historia no ocurrió
nunca. Pero ¿quién sabe? ¿No es también la imaginación un asomo de lo
real? Al menos así la presintió Lacan.
Para escuchar a Antonio Prieto cantando La Novia, hacer clic AQUÍ
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