Para los no versados en política
alemana, Groko no es el nombre de un perro –aunque le quedaría muy bien- sino
la sigla de la Große Koalition entre la Democracia Cristiana (CDU/CSU) de
Angela Merkel y la Socialdemocracia de Andrea Nahles y del vice-canciller y
ministro de finanzas, el ex alcalde de Hamburgo Olaf Scholz: un hombre muy
paciente que ha llegado a la cima de su partido y del gobierno por tener la
buena costumbre de saber quedarse callado en los momentos más decisivos.
La verdad es que a nivel de cúpulas la
Groko ya fue decidida el 07.02. 2018. Faltaba solo que las bases de la SPD la
olearan y la sacramentaran en un acto electoral hiper-democrático poco común en
democracias parlamentarias en las cuales se supone que el principio de
delegación se encuentra por sobre el de participación.
Pero la SPD padece todavía las
consecuencias de los arranques utópicos de sus padres fundadores quienes
imaginaron que la democracia para ser democracia debe ser siempre
participativa. Utopía, vale agregar, de la que los dirigentes de la SPD se
acuerdan solo de vez en cuando, a saber, cuando las cúpulas no se ponen de
acuerdo entre sí. Si están de acuerdo, en cambio, las llamadas “bases”, como
suele suceder en casi todos los partidos políticos del mundo, son solo un
ornamento de ocasión. Y afortunadamente es así. Imagínense ustedes si cada
decisión trascendental –una declaración de guerra, por ejemplo- fuera decidida
por la voluntad de “las bases”. No, uno vota por determinada gente para que los
represente en política, no para que uno haga la política, del mismo modo que le
pago al médico para que me cure las enfermedades y así no tener que hacerme
curaciones con yerbas caseras. Más todavía si la gran coalición ya había sido
decidida el día de las elecciones nacionales, cuando la ciudadanía votó
mayoritariamente por la CDU/CSU y por los socialdemócratas (32,9% + 20,5%).
Conocidos los resultados de las
elecciones nacionales, todos los periodistas dieron como un hecho que la Groko
continuaba. El lío comenzó cuando el nuevo profeta socialista, importado desde
Bruselas, Martin Schulz, decidió en la misma noche después de la elección,
hacer la revolución sin consultar ni a los dirigentes ni mucho menos a las
bases, y declaró, conocidos los miserables resultados que obtuvo su partido,
que daba por finalizada la Groko y la SPD pasaba a la oposición. La cara de
asombro y espanto que puso Merkel en ese momento pasará a la historia.
Lo que sigue es conocido. El hecho es
que Alemania, el país más decisivo de la política europea, “gracias a la
gracia” del “europeísta” Schulz, ha pasado seis meses con un gobierno
provisorio, con una canciller agotada corriendo de reunión en reunión y con su
socio francés, Macron, abandonado a su perra suerte. Hasta que al fin se llegó
al punto más absurdo de todos, cuando la voluntad manifestada durante el 24 de
Septiembre del 2017 por millones de electores, pasaría, el domingo 4 de marzo
de 2018 a depender de la voluntad de unos pocos miles de electores de base de
la SPD. Una locura.
Afortunadamente la razón volvió por sus
fueros gracias a Dios, o a “las bases” de la SPD. La votación de las bases
socialistas dio un confortable apoyo a la Groko (62%). Alemania tendrá desde el
04.03.2018 un gobierno estable. La Groko, después de haber pasado todo este
cruel invierno en la calle, ha regresado a su tibia casa de Berlín.
Pero no todos los analistas europeos
mantienen la misma opinión. Uno de los más destacados, quizás el más -me
refiero al británico Tymothy Garton Ash- publicó el día antes de la elección de
las “bases socialdemócratas” un artículo titulado: ¿Otra gran Coalición, Nein, Danke.
Según Garton Ash, la Groko solucionará
los problemas de corto, pero no los de largo plazo. En perspectiva –piensa
Garton Ash- un gobierno de centro-centro favorecería a los extremos, en
especial a la ultraderecha representada por AfD la que para el profesor
británico es incomparablemente más extremista que otras asociaciones políticas
xenófobas de Europa. Opinión secundada por el ex-ministro Joschka Fischer quien
como es su costumbre, dijo sin pelos en la lengua en una entrevista concedida
al diario Die Welt am Sonntag: “No
todos en la AfD son nazis, pero dentro hay muchos nazis”. Si la AfD sigue subiendo (ya va en el 16%
sobre el 15,5% de la SPD) eso está por verse. Una simple desestabilización de
la economía, asegura Garton Ash, la elevaría por sobre las nubes. Desde un
punto de vista lógico tiene quizás razón.
No obstante –y eso no lo vio Garton Ash
- una SPD en el gobierno bloquea al menos el peligro de un bloque opositor de
izquierda- izquierda, antiguo sueño de Oskar Lafontaine, revivido ahora por el
talentoso demagogo de las juventudes socialistas, Kevin Kühnert y por la
dirigente de la Linke, Sarah Wagenknecht, flamante y probablemente última
esposa de Lafontaine. Si ese peligro hubiese sido consumado, la Groko habría
tenido que resistir a la fuerza de gravitación de dos extremos: el de la
izquierda populista y el de la ultraderecha populista. Y eso es muy difícil.
El brillante Tymothy Garton Ash ha
incurrido a mi juicio en el más viejo error de los académicos que se ocupan de
temas políticos: proponer acciones de acuerdo a hipótesis que como tales solo
pueden darse en el espacio de un futuro que, al ser futuro, es ignoto e
imprevisible. Olvidó, por eso mismo, el carácter esencial de la acción
política: su existencialidad. Eso quiere decir, la residencia de “lo político”
en ese espacio llamado por Hannah Arendt, el “del aquí y el del ahora”. Por
supuesto, Garton Ash tiene no solo el derecho, sino, además, el deber, de
proyectar sus hipótesis hacia el futuro, aunque ese futuro sea muy lejano. Lo
que no puede proponer es actuar sobre la base de hechos que todavía no
aparecen.
Sentarse en el futuro es un error.
Sentarse a esperar el futuro es otro error. Pero el error más grande, el más
grave de todos, es dar al futuro por sentado.