Fernando Mires - GROKO




Para los no versados en política alemana, Groko no es el nombre de un perro –aunque le quedaría muy bien- sino la sigla de la Große Koalition entre la Democracia Cristiana (CDU/CSU) de Angela Merkel y la Socialdemocracia de Andrea Nahles y del vice-canciller y ministro de finanzas, el ex alcalde de Hamburgo Olaf Scholz: un hombre muy paciente que ha llegado a la cima de su partido y del gobierno por tener la buena costumbre de saber quedarse callado en los momentos más decisivos.
La verdad es que a nivel de cúpulas la Groko ya fue decidida el 07.02. 2018. Faltaba solo que las bases de la SPD la olearan y la sacramentaran en un acto electoral hiper-democrático poco común en democracias parlamentarias en las cuales se supone que el principio de delegación se encuentra por sobre el de participación.
Pero la SPD padece todavía las consecuencias de los arranques utópicos de sus padres fundadores quienes imaginaron que la democracia para ser democracia debe ser siempre participativa. Utopía, vale agregar, de la que los dirigentes de la SPD se acuerdan solo de vez en cuando, a saber, cuando las cúpulas no se ponen de acuerdo entre sí. Si están de acuerdo, en cambio, las llamadas “bases”, como suele suceder en casi todos los partidos políticos del mundo, son solo un ornamento de ocasión. Y afortunadamente es así. Imagínense ustedes si cada decisión trascendental –una declaración de guerra, por ejemplo- fuera decidida por la voluntad de “las bases”. No, uno vota por determinada gente para que los represente en política, no para que uno haga la política, del mismo modo que le pago al médico para que me cure las enfermedades y así no tener que hacerme curaciones con yerbas caseras. Más todavía si la gran coalición ya había sido decidida el día de las elecciones nacionales, cuando la ciudadanía votó mayoritariamente por la CDU/CSU y por los socialdemócratas (32,9% + 20,5%).
Conocidos los resultados de las elecciones nacionales, todos los periodistas dieron como un hecho que la Groko continuaba. El lío comenzó cuando el nuevo profeta socialista, importado desde Bruselas, Martin Schulz, decidió en la misma noche después de la elección, hacer la revolución sin consultar ni a los dirigentes ni mucho menos a las bases, y declaró, conocidos los miserables resultados que obtuvo su partido, que daba por finalizada la Groko y la SPD pasaba a la oposición. La cara de asombro y espanto que puso Merkel en ese momento pasará a la historia.
Lo que sigue es conocido. El hecho es que Alemania, el país más decisivo de la política europea, “gracias a la gracia” del “europeísta” Schulz, ha pasado seis meses con un gobierno provisorio, con una canciller agotada corriendo de reunión en reunión y con su socio francés, Macron, abandonado a su perra suerte. Hasta que al fin se llegó al punto más absurdo de todos, cuando la voluntad manifestada durante el 24 de Septiembre del 2017 por millones de electores, pasaría, el domingo 4 de marzo de 2018 a depender de la voluntad de unos pocos miles de electores de base de la SPD. Una locura. 
Afortunadamente la razón volvió por sus fueros gracias a Dios, o a “las bases” de la SPD. La votación de las bases socialistas dio un confortable apoyo a la Groko (62%). Alemania tendrá desde el 04.03.2018 un gobierno estable. La Groko, después de haber pasado todo este cruel invierno en la calle, ha regresado a su tibia casa de Berlín.
Pero no todos los analistas europeos mantienen la misma opinión. Uno de los más destacados, quizás el más -me refiero al británico Tymothy Garton Ash- publicó el día antes de la elección de las “bases socialdemócratas” un artículo titulado: ¿Otra gran Coalición, Nein, Danke.
Según Garton Ash, la Groko solucionará los problemas de corto, pero no los de largo plazo. En perspectiva –piensa Garton Ash- un gobierno de centro-centro favorecería a los extremos, en especial a la ultraderecha representada por AfD la que para el profesor británico es incomparablemente más extremista que otras asociaciones políticas xenófobas de Europa. Opinión secundada por el ex-ministro Joschka Fischer quien como es su costumbre, dijo sin pelos en la lengua en una entrevista concedida al diario Die Welt am Sonntag: “No todos en la AfD son nazis, pero dentro hay muchos nazis”.  Si la AfD sigue subiendo (ya va en el 16% sobre el 15,5% de la SPD) eso está por verse. Una simple desestabilización de la economía, asegura Garton Ash, la elevaría por sobre las nubes. Desde un punto de vista lógico tiene quizás razón.
No obstante –y eso no lo vio Garton Ash - una SPD en el gobierno bloquea al menos el peligro de un bloque opositor de izquierda- izquierda, antiguo sueño de Oskar Lafontaine, revivido ahora por el talentoso demagogo de las juventudes socialistas, Kevin Kühnert y por la dirigente de la Linke, Sarah Wagenknecht, flamante y probablemente última esposa de Lafontaine. Si ese peligro hubiese sido consumado, la Groko habría tenido que resistir a la fuerza de gravitación de dos extremos: el de la izquierda populista y el de la ultraderecha populista. Y eso es muy difícil.
El brillante Tymothy Garton Ash ha incurrido a mi juicio en el más viejo error de los académicos que se ocupan de temas políticos: proponer acciones de acuerdo a hipótesis que como tales solo pueden darse en el espacio de un futuro que, al ser futuro, es ignoto e imprevisible. Olvidó, por eso mismo, el carácter esencial de la acción política: su existencialidad. Eso quiere decir, la residencia de “lo político” en ese espacio llamado por Hannah Arendt, el “del aquí y el del ahora”. Por supuesto, Garton Ash tiene no solo el derecho, sino, además, el deber, de proyectar sus hipótesis hacia el futuro, aunque ese futuro sea muy lejano. Lo que no puede proponer es actuar sobre la base de hechos que todavía no aparecen.
Sentarse en el futuro es un error. Sentarse a esperar el futuro es otro error. Pero el error más grande, el más grave de todos, es dar al futuro por sentado.