Pocas veces tan directa, pocas veces de
un modo tan agresivo, y a la vez, pocas veces tan valiente, una o un gobernante
ha levantado tan alto su voz en contra de las injerencias de los servicios
secretos rusos en la política europea, ahora en Gran Bretaña.
La impresión general es que el intento de asesinato perpetrado en la persona del ex espía ruso y ciudadano británico Sergei
Skripal y de su hija Yulia, fue la gota que colmó el vaso de agua de Theresa
May. Desde 2006 cuando también en suelo británico fuera liquidado Alexander
Litvinenko, han sido asesinados más de una docena de ciudadanos rusos
residentes en Gran Bretaña. Una semana antes de que Skripal apareciera
envenenado con “gas nervioso”, fue encontrado el cadáver del ex-espía ruso de nacionalidad
británica, Nikola Gluschkov.
La mano negra de Putin se mueve a lo
largo y ancho de los países democráticos. Putin no ha vacilado en intervenir en
las propias elecciones norteamericanas, en las francesas, en las catalanas, y
ni hablar en las que considera sus reservados naturales, en las naciones que
ayer formaron parte del imperio soviético.
La acusación de Theresa May, dicha sin
rodeos ni tapujos, relativa a que detrás del asesinato cometido al agente ruso
se encuentran los servicios secretos de Putin, no fue una reacción histérica,
como la calificó el Kremlin, a través de Sergei Lavrov, el nuevo Gromiko de la
política exterior rusa. Todo lo contrario. Si May fue al ruedo, lo hizo porque
tenía ya las pruebas en su mano. Sus palabras fueron muy pensadas: “Aquí tengo
un mensaje explícito para Rusia. Sabemos lo que está haciendo. Y no tendrá
éxito".
Incluso May llegó al punto de amenazar a Rusia con el retiro del equipo
nacional de fútbol del próximo mundial. Putin, quien puede ser cualquiera cosa,
menos tonto, debe haber advertido inmediatamente el sentido de esa amenaza.
Retirar a Inglaterra del mundial solo puede ser el resultado de una ruptura de
relaciones diplomáticas y políticas con Rusia. Para dar aún más fuerza a sus
palabras, May hizo expulsar, el 14 de marzo, a 23 diplomáticos rusos
acreditados en Inglaterra.
Pero hay otro punto aún más decisivo.
Después del intento de asesinato cometido a Skripal, May creyo llegado el
momento preciso para dar a su gobierno el formato político europeo que parecía
haber perdido después del Brexit. Pues May, en esta ocasión, no habló solo como
líder británica, sino como representante de la política europea. Con ello, y de
modo indirecto, puso al Brexit en el lugar que le corresponde: una simple
decisión económica, pero no política. Gran Bretaña continúa – es lo que se
desprende de las resueltas palabras de May- siendo tan europea como antes. Sus
adversarios –si no sus enemigos – son los mismos que amenazan al resto de las
democracias europeas.
El discurso de Theresa May pronunciado
el día 13 de marzo fue una señal a Rusia pero también a Europa. Entre líneas
podemos leerlo así: “nuestra paciencia
no es infinita; el tiempo de la complacencia ha terminado”. O lo que es igual:
“Yo soy europea y europeísta. Mis diferencias con la UE son económicas, no
políticas. Yo no soy Marine Le Pen”. Esa fue la razón por la cual, Angela
Merkel, dejando de lado todas las grandes diferencias que las separan de May,
solidarizó inmediatamente con su colega inglesa a quien llamó inmediatamente
por teléfono. La UE, siempre remolona en materia de política internacional, no
pudo más que hacer lo mismo. Pero los EE UU solo a última hora adhirieron al
mensaje de May. En los momentos en que
escribo estás líneas, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se
encuentra reunido,
Como ocurrió en los tiempos de
Churchill quien tuvo que poner bajo presión a Roosevelt para que se decidiera a
participar en la guerra en contra del nazismo, May, Merkel y Macron deberán presionar a Trump a fin de
que el -por el mismo propagado- aislacionismo económico, no se transforme en un
aislacionismo político. Theresa May parece haberlo entendido. Europa necesita
de Gran Bretaña y Gran Bretaña de Europa, así como Europa necesita de la OTAN,
y la OTAN de los EE UU.
Por supuesto, la Rusia de Putin está
lejos de ser la Alemania de Hitler. Pero Putin – no se ha cansado de
demostrarlo- si bien no es un enemigo, es un adversario político muy temible.
Ese adversario siempre avanzará si observa debilidades y divisiones en el campo
democrático internacional, pero a la vez, retrocederá si encuentra frente a sí
políticos decididos a defender la soberanía de sus naciones. El de Theresa May
fue solo un grito de alerta. Pero ese grito fue escuchado en todo el planeta.