Para comenzar, un poco de orden.
Primero: las negociaciones que tuvieron
lugar en la República Dominicana no fueron convocadas por la oposición
venezolana. No podría haberlo hecho. La oposición asistió debido a la presión
internacional, sobre todo la que provino del Grupo de Lima. Bajo esas
condiciones, la oposición organizada no podía sino asistir. Quien quiera
criticar a la oposición por haber asistido a la RD debe en primer lugar
criticar al Grupo de Lima.
Segundo: la mayoría de los gobiernos
latinoamericanos presionó a favor del diálogo-negociación por una razón
elemental: ellos no podían adjudicar al gobierno de Maduro el carácter de una
dictadura sin obtener las verificaciones formales pertinentes. Entre ellas, la
más decisiva: elecciones libres.
Tercero: todas las demandas de la
oposición fueron estrictamente constitucionales.
Cuarto: desde el momento en que Maduro
ordenó patear la mesa adelantando las elecciones presidenciales y negándose a
otorgar las mínimas garantías constitucionales, la mayoría de los gobiernos
latinoamericanos obtuvo la carta de verificación que necesitaba para constatar
que la de Maduro es, inapelablemente, una dictadura. No otra fue la razón por
la cual el Grupo de Lima emitió un comunicado en el cual desconocía la
legalidad de las elecciones en los términos planteados por el régimen.
Quinto: el del Grupo de Lima no fue un
llamado a la oposición venezolana a no votar. Pues una cosa es la posición
jurídica de los gobiernos y otra, la política de la oposición. Esta última está
determinada por las relaciones concretas que se presentan en un plano político
nacional.
Sexto: Habiendo fracasaso el diálogo,
la oposición deberá determinar el curso de su futuro político. Ese curso se
puede resumir en una pregunta: ¿Participar o no en las elecciones
presidenciales convocadas por la dictadura?
NO PARTICIPAR
Después del fracaso de las
negociaciones, no participar luce como opción lógica. Dicha opción se basa en
el hecho de que al no aceptar las propuestas de la oposición, el régimen ha
cerrado la vía electoral. Las que pretende realizar el 22 de abril no serán
elecciones en el exacto sentido del término sino un simple acto de confirmación
del poder dictatorial.
Para los partidarios de la
no-participación, en elecciones bajo condiciones determinadas por la
parcialidad del CNE, con cientos de presos políticos, con líderes inhabilitados, con miles y miles de
exiliados a los que se ha arrebatado el derecho a voto, con puntos rojos establecidos
para conducir el proceso electoral, con todos los medios a disposición del
dictador, todo eso y mucho más, significaría contribuir a la legitimación del
poder dictatorial.
Como repiten los defensores de la tesis
de la no-participación, acudir a las elecciones significaría llevar a la
ciudadanía al matadero, contribuiría a una derrota no solo electoral sino,
además, moral. Una derrota de la cual la oposición no podría recuperarse jamás.
Participar, aducen, significaría
reconocer de hecho a la Asamblea Constituyente, organismo supra-constitucional
elegido en una de las elecciones más fraudulentas de las cuales se tiene
noticia. Significaría, además, no reconocer el plebiscito del 2017.
Y, no por último, agregan, significaría
oponerse a la propia comunidad internacional. Más aún, debilitaría notablemente
las sanciones en contra del régimen. ¿Cómo sancionar a un gobierno que no solo
permite elecciones sino, además, cuenta con la participación electoral de la
propia oposición? La pregunta es lógica, y debe ser tomada en cuenta.
Creo que de modo correcto he expuesto
las principales posiciones de los no-participacionistas.
OBJECIONES A LA
OPCIÓN DE NO-PARTICIPAR
Las objeciones a la opción de
no-participar parten del supuesto de que no siempre lo que es lógicamente
formal es políticamente lo más adecuado. No participar en las elecciones
llevaría a los defensores de esta opción a entregar toda iniciativa a la
dictadura, o lo que es peor, a regalar la elección sin oponer nada en contra.
Opción que parte de una situación real: más del 70% de la ciudadanía está
definitivamente en contra de Maduro. ¿Cómo desperdiciar ese enorme capital
electoral?
De acuerdo a la opción participativa,
no la participación sino la no-participación -al hacer aparecer a la oposición
como un conglomerado anti-electoral- contribuiría a legitimar a la dictadura.
La dictadura no quiere elecciones.
Convocar a elecciones no es un regalo a la oposición, pero sí una concesión
-formal pero concesión al fin- a la opinión pública internacional. Lo que en
fin necesita la dictadura, si no impedir las elecciones, es devaluarlas. La
no-participación contribuiría fuertemente a esa devaluación, argumentan los
defensores de la opción participativa.
El argumento del reconocimiento de la
AC dictatorial –agregan los de la opción participativa- sería en este caso
redundante pues no solo la AC es anti-constitucional. La dictadura, al ser
dictadura, también lo es. Sin embargo, en todas las elecciones en las que ha
participado la oposición ha reconocido a la dictadura. Luego, participar no es
bajo estas condiciones un tema jurídico. Es antes que nada un tema político.
Frente al argumento de que al
participar quedarían inhabilitadas las acciones de la llamada comunidad
internacional, la opción participativa opina lo contrario. La decisión del
grupo de Lima, al desconocer las elecciones solo puede ser verificada en caso
de fraude. Sin participación de la mayoría opositora, la dictadura no necesita del fraude. Luego, declarar fraudulentas a las elecciones no puede
ser interpretado directamente como un llamado directo a no participar. La
oposición ha participado en muchas elecciones fraudulentas. En cierto modo,
todas las llevadas a cabo durante Maduro han sido fraudulentas, incluso las del
6-D.
Sin lugar a dudas los catorce firmantes
del grupo de Lima más el apoyo activo de los EE UU y de la UE constituyen una
oposición internacional poderosa. Pero eso no significa que la dictadura está
aislada en el mundo. Además de contar con el apoyo de por lo menos tres naciones
latinoamericanas y con la neutralidad de otras dos, la dictadura forma parte de
“otra” comunidad internacional de carácter supracontinental: una verdadera
internacional de dictaduras hegemonizadas por la Rusia de Putin.
El apoyo de la comunidad democrática a
la oposición es por cierto, insustituible. Puede llegar a ser decisivo, pero
por sí solo no es determinante. Ni el más imponente apoyo internacional puede
sustituir el rol de la oposición venezolana.
Por supuesto, los defensores de la
no-participación señalan que su opción no es un llamado a los ciudadanos a
quedarse en casa. Todo lo contrario: hablan de una no-participación activa. El
problema es que las formas de activación no-electoral no las ha definido nadie.
Parece ser difícil que acciones políticas no-electorales puedan llevar a cabo
manifestaciones más multitudinarias que las activadas por una campaña electoral
bien organizada. Es por eso que,
quienes defienden la opción participativa, aducen que la realización de
elecciones y las convocatorias de masas no son excluyentes sino incluyentes.
Más aún si se tiene en cuenta que los defensores de la opción no-participativa
no cuentan con mucha capacidad de convocación. Y aún en el caso de que la
tuvieran, las demostraciones quedarían en manos de grupos militantes y
estudiantiles, y sus resultados no serían distintos a los de las grandes
demostraciones del 2017. Panorama no muy alentador.
Hay por último un argumento pragmático
que habla a favor de la opción participativa, y es el siguiente: la opción
no-participativa, para tener éxito, debe ser perfecta. Perfecta quiere decir:
absoluta, unánime y total. Bastaría que un solo partido de la unidad se
descuelgue de esa opción para que fracase de inmediato. Y es sabido que la
unidad opositora no es monolítica, ni homogénea ni, mucho menos, disciplinada.
Una sola candidatura de un partido opositor a Maduro bastaría para conferir a
las elecciones un carácter legal y legítimo.
¿HAY OTRAS ALTERNATIVAS?
Alternativas intermedias a participar o
no participar no hay. La no-participación, aunque la llamemos activa, lleva
definitivamente a la derrota electoral. La participación en cambio, entraría
aparentemente en contradicción con la propios postulados de la oposición en la
RD. Al haber rechazado la oposición a las condiciones electorales propuestas
por la dictadura en la RD y luego llamar a votar, sería visto –aunque no fuera
así- como un acto de incoherencia. La abstención –alentada con furia por el
abstencionismo militante- crecería en forma gigantesca y el fenómeno de las
elecciones regionales -donde la oposición, siendo absoluta mayoría, al acudir
dividida, sin mística ni entusiasmo, fue derrotada- sería nuevamente reiterada.
¿Significa que la oposición está
condenada a dividirse en dos partes irreconciliables? Esa sola posibilidad
lleva a repensar más intensamente el problema. Pues el hecho de que no haya
alternativas intermedias no significa que no existan alternativas distintas.
Una de ellas - ha sido sugerida en las redes- es la de una participación electoral
no tradicional.
Bajo el concepto de participación
electoral no tradicional entendemos la de acudir a las elecciones no para
competir sino para sentar presencia política nacional. O lo que es igual: hacer
de las elecciones un fin en sí y no solo un medio para la conquista del poder.
Una posibilidad de participación
electoral no tradicional en otros países ha sido llamar a votar por el candidato
Cero, es decir, participar con el voto nulo o en blanco. De este modo la
mayoría de la ciudadanía participa, vota y al mismo tiempo convierte a
la elección en un rotundo NO a la dictadura
El voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente. Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.
El voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente. Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.
La del candidato Cero o Nulo - si no técnicamente imposible, muy difícil de ser aplicada en Venezuela- implica una participación puramente negativa. Con un simple NO, Maduro tendría todo el
espacio para decir y proponer lo que quiera, sin contradictor que lo desmienta
o lo acuse. De ahí que la posibilidad de llevar un candidato único no para
competir ni para ganar –lo que no quiere decir para perder: no-tradicional no significa simbólico- sino para denunciar los crímenes cometidos
por la dictadura, las múltiples violaciones a los derechos humanos, el hambre y
la miseria inducida por el régimen, y tantas otras cosas, no debe ni puede ser
deshechada.
Un candidato-líder tendría más efecto,
incluso sobre la opinión pública mundial, que un candidato Cero. Un
candidato-líder, aún perdiendo la elección- entregaría un claro testimonio de
la realidad venezolana, no entraría en contradicción ni con la historia de la oposición
–que ha sido y será una historia electoral- ni con la comunidad internacional.
Un candidato que, si no de todos, sería el de la gran mayoría.
Naturalmente también hay problemas
frente a la posibilidad de una candidatura no tradicional. Los candidatos
carismáticos, unitarios y con formato político (con otro formato no sirven) no
se venden en las farmacias. No obstante, sin necesidad de dar nombres, todos
sabemos que en Venezuela hay personas honorables e idóneas que podrían jugar
perfectamente el papel asignado.
Después de todo: no hay peor batalla
que la que no se da, ni peor política que la que no se hace.