El Miércoles de
Cenizas (Aschermittwoch) tiene tres significados en Alemania. Uno profundamente religioso. Otro
superficialmente festivo. Y el último, intensamente político.
El día religioso es
un día de meditación, un preludio recordatorio de los días de ayuno que inició
Jesús en el desierto, siguiendo a una vieja norma judía. El festivo combina la
fase religiosa con antiguas tradiciones agrarias y allí es señalizado el fin
del duro invierno y el comienzo de los días claros: días de fiesta, de
borrachera mal amanecida y sobre todo, día de cierre de carnaval. El día
político es hoy por hoy el más interesante. Los principales partidos políticos
de Alemania convocan a grandes manifestaciones y en ellas sus jefes y líderes
pronuncian furiosos discursos atacando a sus adversarios pero también
delineando la política a seguir de cara hacia el resto del año. No obstante,
los principales partidos tuvieron este año muy poco que celebrar.
Pocos días antes
del Miércoles de Cenizas fueron cerradas y firmadas las negociaciones
destinadas a formar la futura GROKO (gran coalición entre la socialdemocracia
alemana y los partidos socialcristianos CDU/CSU) Pero en contra de lo que
esperaban los firmantes, tanto la CDU/CSU como la SPD salieron de esas
negociaciones como pájaros desplumados.
La CDU de Angela
Merkel no pudo resistir el chantaje de la SPD de Martin Shulz debiendo pagar,
según Merkel, una “dolorosa” entrega del Ministerio de Finanzas a la SPD, hecho
que ha costado a la canciller duras críticas al interior de su propio partido.
Hay quienes la acusan incluso de haber entregado su gobierno a la SPD.
La SPD, al llevar a
cabo una faena de saqueo de puestos y funciones públicas a cambio de su “sí” a
la coalición, realizó un acto tan indecoroso que hizo caer al partido, del
magro 20% obtenido en las elecciones
nacionales, a un esquelético 16% (según todas las encuestas) en la opinión
pública nacional. Por si fuera poco la SPD vive una guerra canibalesca de
fracciones internas las que hicieron finalizar -si no para siempre, por lo
menos por un tiempo indefinido- la sideral carrera política del desde Bruselas
importado, Martin Schulz. Así, mientras en las calles los grupos carnavaleros
desfilaban con pletórica alegría, la sede de la SPD en Berlín -pese a los gritos
destemplados de Andrea Nahles- parecía un funeral. ¿Cómo pudo llegar la SPD a
esa lamentable situación justo cuando parecía tener todas las cartas en su
mano?
Hagamos un breve
recuento. Todo comenzó el 25 de septiembre del 2017 cuando la nueva
superestrella de la SPD, Martin Schulz, desplazó de la presidencia del
partido al mal querido Sigmar Gabriel
obteniendo una apabullante mayoría absoluta. Esa mayoría, sin embargo, no se
reflejó en las elecciones generales. Probablemente para no ser culpados por la
derrota, Schulz, y la ministra del
trabajo Andrea Nahles (ahora presidente de la SPD) anunciaron
abruptamente, inmediatamente después de las elecciones nacionales, el paso de
la SPD a la oposición sin que ese tema hubiera sido tocado, ni por casualidad,
durante la campaña electoral. La primera sorprendida fue Angela Merkel. La
coalición con la SPD había funcionado muy bien bajo su experimentada batuta. Y
si la SPD no se vino más abajo de lo que sucedió en las elecciones fue gracias
a la buena gestión cumplida al lado de Merkel.
A la canciller no
le quedó entonces otra alternativa sino intentar formar un gobierno con los
Verdes y los liberales (FDP), partidos que son tan fáciles de unir como el agua
con el aceite. Pese a las inesperadas relaciones de empatía política que se
dieron entre Merkel y los Verdes (o quizás a causa de eso) los liberales
decidieron abandonar en noviembre las negociaciones y con ello pusieron fin a
la posibilidad de una –así llamada por los colores de los partidos- Coalición Jamaica.
Merkel, después del
fracaso jamaicano (quien sabe si por ella misma buscado) solo tenía tres
alternativas: o formar un gobierno de minoría, o llamar a nuevas elecciones
(las que probablemente arrojarían los mismos resultados) o intentar nuevamente
una gran coalición con los socialdemócratas. Estos últimos negaron inicialmente
su participación. Hasta que de pronto, al comprobar la desolación de Merkel,
comenzaron a abrirse sus apetitos. Creyeron que podían, en esas condiciones,
obtener para su partido todo lo que querían. Y en verdad, lo obtuvieron casi
todo. Fue un verdadero asalto al poder. De ahí en adelante, señalaron algunos
periodistas, Merkel será la canciller de un gobierno socialdemócrata. No era
broma. Los socialistas ocupan hoy los ministerios más codiciados.
El 7 de febrero fue
firmado el contrato de gobierno entre Merkel y los socialistas. Martin Shulz,
quien había prometido no hacer jamás una coalición con Merkel y después de
haberla hecho, prometido no ocupar ningún puesto de gobierno, exigió para sí
nada menos que el cargo de ministro del exterior, hasta entonces ocupado por su
correligionario Sigmar Gabriel quien, ante la sorpresa de todos, había
desempeñado su ministerio con eficiencia e incluso talento. Como si hubiera
nacido para ser ministro del exterior. Con toda razón Gabriel se resistió a ser
nuevamente desplazado por Schulz.
Las juventudes
socialistas (JUSOS) al mando de su líder Kevin Kühnert (anoten ese nombre: será
el futuro Pablo Iglesias alemán) comprobaron que Schulz no era el líder que
habían imaginado y comenzaron a hacer presión “hacia arriba”. De este modo
Schulz – ex futbolista, políglota, ex alcalde de Würzelen, ex presidente del
Parlamento Europeo- hubo de renunciar a todos sus puestos e irse para su casa
con el sueldo de un simple diputado. Sin embargo, las luchas internas dentro de
los socialistas parecen no haber terminado. El partido más antiguo de Alemania,
el partido que fraguaron Karl Marx y Friedrich Engels, el partido de “la clase
obrera”, el partido donde se formaron Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, el
partido de Willy Brandt y de Helmuth Schmidt, es hoy, bajo el mando de Nahles,
una bolsa de gatos.
Merkel mira hacia
la SPD y denota preocupación en sus ya cansados gestos. La SPD no es el partido
fuerte que ella necesita como aliado. Tampoco es el partido que ella requiere
para llevar a cabo su misión europea, al lado de Macron y en contra de la
avanzada putinista y ultraderechista. Probablemente ella sabe que detrás de las
querellas que se dan entre los socialistas, hay algo más grave. Algo muchísimo
más grave. Una verdadera crisis terminal: la lenta agonía de un partido que
probablemente correrá la misma suerte de los partidos socialistas austriacos,
holandeses, franceses, griegos e italianos, hoy convertidos en ruinas pre-
históricas. La sociedad industrial ha terminado y al irse se lleva consigo a
todos sus partidos y, por cierto, a los más representativos: los partidos
socialistas.
El Miércoles de
Cenizas solo un partido político celebró con alegría y con pasión: nada menos
que la derecha extremista y neo-fascista agrupada alrededor de AfD. Después de
un brutal discurso de su líder, Alexander Gauland, terminaron su multitudinaria
manifestación desfilando y gritando con entusiasmo la consigna “Fuera Merkel,
Fuera Merkel”.
Nubes grises asoman
en el horizonte alemán. Este invierno político será, sin duda, mucho más largo
que el climático.