Fernando Mires –EL FUNERARIO CARNAVAL DE LOS SOCIALISTAS ALEMANES



El Miércoles de Cenizas (Aschermittwoch) tiene tres significados en Alemania. Uno  profundamente religioso. Otro superficialmente festivo. Y el último, intensamente político.
El día religioso es un día de meditación, un preludio recordatorio de los días de ayuno que inició Jesús en el desierto, siguiendo a una vieja norma judía. El festivo combina la fase religiosa con antiguas tradiciones agrarias y allí es señalizado el fin del duro invierno y el comienzo de los días claros: días de fiesta, de borrachera mal amanecida y sobre todo, día de cierre de carnaval. El día político es hoy por hoy el más interesante. Los principales partidos políticos de Alemania convocan a grandes manifestaciones y en ellas sus jefes y líderes pronuncian furiosos discursos atacando a sus adversarios pero también delineando la política a seguir de cara hacia el resto del año. No obstante, los principales partidos tuvieron este año muy poco que celebrar.
Pocos días antes del Miércoles de Cenizas fueron cerradas y firmadas las negociaciones destinadas a formar la futura GROKO (gran coalición entre la socialdemocracia alemana y los partidos socialcristianos CDU/CSU) Pero en contra de lo que esperaban los firmantes, tanto la CDU/CSU como la SPD salieron de esas negociaciones como pájaros desplumados.
La CDU de Angela Merkel no pudo resistir el chantaje de la SPD de Martin Shulz debiendo pagar, según Merkel, una “dolorosa” entrega del Ministerio de Finanzas a la SPD, hecho que ha costado a la canciller duras críticas al interior de su propio partido. Hay quienes la acusan incluso de haber entregado su gobierno a la SPD.
La SPD, al llevar a cabo una faena de saqueo de puestos y funciones públicas a cambio de su “sí” a la coalición, realizó un acto tan indecoroso que hizo caer al partido, del magro 20%  obtenido en las elecciones nacionales, a un esquelético 16% (según todas las encuestas) en la opinión pública nacional. Por si fuera poco la SPD vive una guerra canibalesca de fracciones internas las que hicieron finalizar -si no para siempre, por lo menos por un tiempo indefinido- la sideral carrera política del desde Bruselas importado, Martin Schulz. Así, mientras en las calles los grupos carnavaleros desfilaban con pletórica alegría, la sede de la SPD en Berlín -pese a los gritos destemplados de Andrea Nahles- parecía un funeral. ¿Cómo pudo llegar la SPD a esa lamentable situación justo cuando parecía tener todas las cartas en su mano?
Hagamos un breve recuento. Todo comenzó el 25 de septiembre del 2017 cuando la nueva superestrella de la SPD, Martin Schulz, desplazó de la presidencia del partido  al mal querido Sigmar Gabriel obteniendo una apabullante mayoría absoluta. Esa mayoría, sin embargo, no se reflejó en las elecciones generales. Probablemente para no ser culpados por la derrota, Schulz, y la ministra del  trabajo Andrea Nahles (ahora presidente de la SPD) anunciaron abruptamente, inmediatamente después de las elecciones nacionales, el paso de la SPD a la oposición sin que ese tema hubiera sido tocado, ni por casualidad, durante la campaña electoral. La primera sorprendida fue Angela Merkel. La coalición con la SPD había funcionado muy bien bajo su experimentada batuta. Y si la SPD no se vino más abajo de lo que sucedió en las elecciones fue gracias a la buena gestión cumplida al lado de Merkel.
A la canciller no le quedó entonces otra alternativa sino intentar formar un gobierno con los Verdes y los liberales (FDP), partidos que son tan fáciles de unir como el agua con el aceite. Pese a las inesperadas relaciones de empatía política que se dieron entre Merkel y los Verdes (o quizás a causa de eso) los liberales decidieron abandonar en noviembre las negociaciones y con ello pusieron fin a la posibilidad de una –así llamada por los colores de los partidos-  Coalición Jamaica.
Merkel, después del fracaso jamaicano (quien sabe si por ella misma buscado) solo tenía tres alternativas: o formar un gobierno de minoría, o llamar a nuevas elecciones (las que probablemente arrojarían los mismos resultados) o intentar nuevamente una gran coalición con los socialdemócratas. Estos últimos negaron inicialmente su participación. Hasta que de pronto, al comprobar la desolación de Merkel, comenzaron a abrirse sus apetitos. Creyeron que podían, en esas condiciones, obtener para su partido todo lo que querían. Y en verdad, lo obtuvieron casi todo. Fue un verdadero asalto al poder. De ahí en adelante, señalaron algunos periodistas, Merkel será la canciller de un gobierno socialdemócrata. No era broma. Los socialistas ocupan hoy los ministerios más codiciados.
El 7 de febrero fue firmado el contrato de gobierno entre Merkel y los socialistas. Martin Shulz, quien había prometido no hacer jamás una coalición con Merkel y después de haberla hecho, prometido no ocupar ningún puesto de gobierno, exigió para sí nada menos que el cargo de ministro del exterior, hasta entonces ocupado por su correligionario Sigmar Gabriel quien, ante la sorpresa de todos, había desempeñado su ministerio con eficiencia e incluso talento. Como si hubiera nacido para ser ministro del exterior. Con toda razón Gabriel se resistió a ser nuevamente desplazado por Schulz.
Las juventudes socialistas (JUSOS) al mando de su líder Kevin Kühnert (anoten ese nombre: será el futuro Pablo Iglesias alemán) comprobaron que Schulz no era el líder que habían imaginado y comenzaron a hacer presión “hacia arriba”. De este modo Schulz – ex futbolista, políglota, ex alcalde de Würzelen, ex presidente del Parlamento Europeo- hubo de renunciar a todos sus puestos e irse para su casa con el sueldo de un simple diputado. Sin embargo, las luchas internas dentro de los socialistas parecen no haber terminado. El partido más antiguo de Alemania, el partido que fraguaron Karl Marx y Friedrich Engels, el partido de “la clase obrera”, el partido donde se formaron Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, el partido de Willy Brandt y de Helmuth Schmidt, es hoy, bajo el mando de Nahles, una bolsa de gatos.
Merkel mira hacia la SPD y denota preocupación en sus ya cansados gestos. La SPD no es el partido fuerte que ella necesita como aliado. Tampoco es el partido que ella requiere para llevar a cabo su misión europea, al lado de Macron y en contra de la avanzada putinista y ultraderechista. Probablemente ella sabe que detrás de las querellas que se dan entre los socialistas, hay algo más grave. Algo muchísimo más grave. Una verdadera crisis terminal: la lenta agonía de un partido que probablemente correrá la misma suerte de los partidos socialistas austriacos, holandeses, franceses, griegos e italianos, hoy convertidos en ruinas pre- históricas. La sociedad industrial ha terminado y al irse se lleva consigo a todos sus partidos y, por cierto, a los más representativos: los partidos socialistas.
El Miércoles de Cenizas solo un partido político celebró con alegría y con pasión: nada menos que la derecha extremista y neo-fascista agrupada alrededor de AfD. Después de un brutal discurso de su líder, Alexander Gauland, terminaron su multitudinaria manifestación desfilando y gritando con entusiasmo la consigna “Fuera Merkel, Fuera Merkel”. 
Nubes grises asoman en el horizonte alemán. Este invierno político será, sin duda, mucho más largo que el climático.