02.02.2018
El poder de las palabras –dicen los semiólogos- es
configurar la realidad a través de sus signos. Más aún: crean realidades pues
las cosas existen solo cuando tienen nombre o denominación. Las palabras son
significantes de significados. Pero -he aquí la trama- no es el significado lo
que crea al significante sino el significante al significado. Poder tan
poderoso que nos obliga a ajustar constantemente al significante con lo que
desea significar. Y eso, al fin, significa pensar.
Pensar es restituir el orden de las cosas a fin de
establecer una nueva relación entre significante y significado. Esa es la razón
por la cual pienso que ha llegado el momento de re-pensar un concepto que ocupa
un papel dominante en el discurso de la política venezolana. Ese concepto es, “comunidad
internacional”.
1. ¿Qué es la comunidad internacional?
“Comunidad internacional”, tópico recurrente en cada
discusión sobre Venezuela. Para muchos, un golpe de autoridad irrefutable al
que no cabe sino acatar. No obstante hay un problema: ¿estamos seguros de que
cuando aludimos a ese significante estamos pensando exactamente lo mismo? Si no
es así, ha llegado la hora de de-construir el contexto internacional donde está
situada Venezuela
¿Qué es la llamada “comunidad internacional”?
Evidentemente, un conjunto de naciones unidas. Con razón la comunidad
internacional por excelencia son las Naciones Unidas. Frente a ella todas las
otras son simples sub-comunidades. En ese sentido todo el globo está poblado
por sub-comunidades, desde asociaciones económicas, pasando por tratados
comerciales, hasta llegar a instituciones regionales (como la UE y la OEA) o
comunidades subregionales como son las africanas y las asiáticas.
Al lado de las sub-comunidades institucionalizadas,
existen también sub-comunidades informales. Se trata de agrupaciones –o si se
prefiere, alianzas políticas- de gobiernos que persiguen un fin común, las que
carecen de una institucionalidad perdurable y que por lo mismo están destinadas
a disolverse si es alcanzado -o en su defecto, si no es alcanzado- el objetivo
que transitoriamente las unifica. A esas comunidades informales pertenece el
llamado Grupo de Lima
2. El Grupo de Lima
El Grupo de Lima, visto desde esa perspectiva, es una típica
asociación informal de gobiernos democráticos. Su objetivo ha sido y es buscar una solución
a la profunda crisis política que vive Venezuela bajo el régimen encabezado por
Nicolás Maduro.
El Grupo de Líma, recordemos, surgió frente a la imposibilidad
de la OEA para lograr la mayoría necesaria requerida a fin de condenar la política
dictatorial en Venezuela. Eso no significa que el Grupo de Lima sea una
ramificación o un sustituto de la OEA. Por el contrario, se trata de una
asociación de naciones con gobiernos "de derecha" la que desde el momento de su formación (septiembre del
2017) fijó como tarea principal convocar a un diálogo entre los principales
actores políticos en contraposición a los términos planteados por el secretario
general de la OEA, Luis Almagro. Como es de conocimiento público, Almagro, haciéndose
eco del sector más extremo de la oposición, se pronunció en contra de
cualquiera posibilidad de diálogo. El Grupo de Lima, en cambio, contradijo la
posición de Almagro.
Dicho en términos taxativos: el diálogo que tiene lugar
en la República Dominicana entre la oposición y la dictadura no habría sido
posible sin la mediación y sin la presión del Grupo de Lima. Si no
hubiera sido por el Grupo de Lima nunca habría habido diálogo. Quien quiera
criticar al diálogo, debe criticar, en primera línea, al Grupo de Lima.
Pero el Grupo de Lima no es la comunidad
internacional. Es, cuando más, una parte, o si se prefiere, una alianza
internacional muy importante y numerosa orientada a crear condiciones democráticas
en Venezuela, sobre todo las que tienen que ver con las futuras
elecciones presidenciales en donde se decidirá el destino del país.
En conjunto con los EE UU y la Unión Europea el Grupo de
Lima es parte de un bloque contrario a las pretensiones dictatoriales de Maduro
y su grupo. Pero si el Grupo de Lima junto con la UE y el gobierno de los EE UU
conforman una comunidad, está por verse. Debe tomarse en cuenta que el actual
gobierno de los EEUU privilegia las relaciones bilaterales por sobre las
internacionales. Más complejo se vuelve el panorama si consideramos que la
dictadura de Maduro no es una entidad aislada dentro del contexto internacional.
En América Latina, Maduro cuenta con el apoyo de Cuba,
Nicaragua, Bolivia y con la neutralidad de Ecuador y de Uruguay. A nivel
mundial es parte de un bloque internacional –“legado” de Chávez- que bajo la
hegemonía de Rusia integra autocracias como las de Turquía y dictaduras
como las de Bielorusia y algunos países caucásicos, Siria e Irán, más el
mal llamado bloque de los “no alineados”y diferentes países africanos. Dicho en breve: la dictadura
venezolana se encuentra inserta en “otra” comunidad internacional, en una
asociación de dictaduras radicalmente anti-occidentales. En ese
contexto, el Grupo de Lima opera para que Venezuela no abandone del todo el ámbito
político occidental y se someta a mínimos requisitos, sino democráticos, por lo
menos republicanos. De ahí su interés por negociar con el chavismo madurista.
Vista así las cosas, el compromiso primario del Grupo de
Lima no es con la oposición, tampoco con las luchas democráticas del pueblo
venezolano, sino, antes que nada, con los propósitos fijados en el diálogo de
Santo Domingo. Como ha sido ya dicho, la centralidad de las negociaciones está
situada en las próximas elecciones presidenciales. Por eso, cuando
Diosdado Cabello, contraviniendo al Grupo de Lima llamó a elecciones
presidenciales adelantadas, lo hizo con el propósito deliberado de patear la
mesa del diálogo. Pues ese diálogo, tan denostado por los divisionistas
venezolanos, estaba en condiciones de poner en jaque a la dictadura. Y, desde
su punto de vista dictatorial, Cabello tenía razón. Todas las demandas
del grupo opositor en Santo Domingo son constitucionales.
El anuncio de Cabello relativo a adelantar las elecciones
sin otorgar ninguna garantía constitucional es precisamente lo que el Grupo de
Lima no podía aceptar. Por eso el Grupo de Lima reaccionó como correspondía: si
la dictadura desconocía al diálogo, el Gupo de Lima desconocería a las
elecciones llamadas por Cabello. Tenía que hacerlo. No había otra
alternativa. El capitán Cabello –no sabemos si por encargo de Maduro o de su
Jefe, el general Padrino- intentó destruir el diálogo y con ello, a las
elecciones, y de remate, al propio Grupo de Lima. Lamentablemente ha sido secundado en su propósito por una fracción extremista y abstencionista de la oposición venezolana.
No obstante, la decisión del Grupo de Lima relativa a no
reconocer a las elecciones es solo vinculante para el Grupo de Lima. En
ningún momento el Grupo de Lima pretendió erigirse en vanguardia política
de la oposición venezolana. Esta última tampoco pretendió erigirse en la
conductora del Grupo de Lima. Ambas son entidades autónomas y diferentes. El
Grupo de Lima hizo en ese sentido lo que tenía que hacer. Si Cabello puso en
juego todo al adelantar las elecciones sin otorgar garantías, el Grupo de Lima
también puso en juego todo, anunciando que desconocería a las elecciones si
estas tenían lugar. Probablemente la dictadura no esperaba esa jugada.
La dictadura evaluó el monto de la oferta final y aceptó
continuar el póquer. En parte, reculó. Los únicos que no entendieron la jugada
del Grupo de Lima destinada a presionar a Maduro para que llevara a cabo
elecciones libres, fueron, como siempre, los sectores extremistas de la oposición
venezolana. En sus mentes imaginaron que “la comunidad internacional” llamaba a
la abstención en contra de Maduro y comenzaron a delirar acusando de “traición”
tanto a quienes participaban en el diálogo como a los que se preparaban para
afrontar a las futuras elecciones presidenciales.
3. La negociación
Mientras escribo estas líneas (31.01.2018) el diálogo de Santo
Domingo fue nuevamente suspendido. Según el “dialogante” Jorge Rodriguez, todo
estaba resuelto con excepción de un par de puntos. Lo que no dijo fue que ese
par de puntos son justamente las razones que impiden toda negociación: la fecha
de las elecciones y la fraudulenta Asamblea Constituyente elevada a categoría
de principal instancia electoral.
Con máxima presión, la dictadura podría, eventualmente,
ceder en la programación de la fecha electoral. En lo que no
puede ceder, pues en eso se le va la vida, es en el retiro de la Asamblea
Constituyente.
Esa AC, llamada con tanta razón la Prostituyente, es el arma
letal que dispone la dictadura para dividir a la oposición en dos frentes
irreconciliables. A un lado los que pese a la existencia de la AC anticonstitucional
deciden ir a las elecciones a enfrentar a la dictadura en las calles. Al otro
los que señalan que ir a las elecciones supone convertirse en cómplices de la
dictadura. Los unos, los que afirman que no hay peor batalla que la que no se
da. Los otros, los que aseguran que no vale la pena participar en simulacros
para que la oposición sea derrotada. Los primeros ofrecen al menos una
alternativa. Los segundos no ofrecen ninguna. Esa es la realidad. Por ahora.
El Grupo de Lima, los EE UU y la EU, es decir lo que algunos
llaman “comunidad internacional”, extremarán sanciones a la dictadura. Eso está
programado. Si esas sanciones logran nuevas negociaciones destinadas a generar
elecciones presidenciales más democráticas, no está escrito. Lo único que
parece estar claro por el momento es que ninguna “comunidad internacional”
puede democratizar por sí sola a una nación cuando los demócratas de esa nación
no están en condiciones de lograr entre sí, si no una unidad, por lo menos una
mínima coordinación política.