A quien no alcanzan las pasiones
desatadas, las iras verbales, la escalada de odio visceral que ha provocado el
indulto de Fujimori por gracia navideña otorgada por el presidente Pedro Pablo
Kuczynski, el caso amerita un análisis. En el hecho proporciona elementos
discutitivos para quienes se interesan en los conflictivos temas de la teoría
política moderna. Para un docente en ciencias políticas, un manjar.
Los hechos: Alberto Fujimori fue
condenado el 2009 a 25 años de prisión. Los cargos que pesan sobre él no son
bromas: asesinatos, secuestros, torturas, saqueo del erario nacional. Fujimori
fue, sin duda, un criminal, como lo fueron ayer Castro, Pinochet, Videla y hoy
Maduro.
Fujimori es ahora un anciano enfermo,
con cáncer terminal a la lengua dice el informe médico, aunque hay quienes
hablan de fingimiento. La verdad es que las diversas fotografías no nos
permiten ver a alguien rebosante de salud. Pero dejemos eso, no es lo más
importante. Lo cierto, es que en su estado actual, Fujimori no parece ser un
enemigo para nadie.
Cierto es también que si Fujimori no
hubiese sido Fujimori, su indulto, aún por los mismos cargos, podría haber
pasado desapercibido en días navideños, cuando nos creemos más buenos de lo que
somos. Pero Fujimori no solo es Fujimori. Fujimori es el fujimorismo. ¿Y qué es
el fujimorismo?
El fujimorismo es en primer lugar una era de la historia peruana.
En segundo lugar, una forma de dictadura precursora de las actuales autocracias
que asolan América Latina y, en tercer lugar, un partido político mayoritario
en el Perú de nuestros días. Un partido que, además, defiende el “legado“ del
ex-dictador, adjudica a su persona el innegable crecimiento económico del país
y lo presenta como un hombre fuerte cuyo mérito histórico fue poner fin a la
barbarie de Sendero Luminoso, guerrilla al lado de la cual hasta los asesinos
de las FARC o de ETA parecen ser angelitos del cielo.
Vistas así las cosas, la prisión de
Fujimori más que como hecho legal (y lo es), debe ser analizada como
representación simbólico-política de un tiempo, de un movimiento y de un
partido que, como todo partido, quiere llegar al poder: el fujimorismo de los
hijos de su padre: Keiko y Kenji, peleados entre sí sin que nadie sepa todavía
cual es Caín o cual es Abel.
Frente al indulto a Fujimori se han
levantado las voces airadas de los Vargas Llosa, padre e hijo, secundados por
una multitud de intelectuales antifujimoristas y vargallosistas. ¿Estamos
frente a una guerra entre Capuletos y Montescos, pero sin Romeo, sin Julieta, y
sobre todo sin la voz cristalina de Juan Diego Flores? No es para tanto, aunque
para Vargas Llosa padre estemos frente a una verdadera tragedia de Shakespeare.
“La traición de Kuczynski” es el
título del último artículo del gran escritor (El País, 31.12.2017) quien conoce
sin duda el significado semántico de la palabra traición pero al parecer, no
su significado político. Traición es efectivamente una palabra que pertenece
más a las relaciones interpersonales que a las políticas. Nadie traiciona a
quien no ama o no estima. Y la política –en ese punto están de acuerdo la
mayoría de los filósofos- no se deja regir, gracias a Dios, ni por relaciones
de amistad ni de amor.
¿Traicionó PPK a su partido? ¿O a sus
amigos personales? En ningún caso. ¿Traicionó a sus aliados? Pero los aliados
son aliados y por lo mismo las relaciones que con ellos establecemos son
circunstanciales. Ningún partido es aliado de otro para siempre. ¿Traicionó PPK
entonces al pueblo que lo eligió al indultar a Fujimori? En el peor de los
casos, incumplió. No obstante, es posible imaginar que quienes votaron por PPK
lo hicieron por muchas razones y solo una de esas –y tal vez no la más decisiva- fue la de mantener a Fujimori en
prisión. Por lo demás, no ha habido gobernante en el mundo que haya cumplido
con todas sus promesas, y no solo porque no ha querido sino, muchas veces porque no ha podido.
PPK, desde su punto de vista político
–que no es el de Vargas Llosa- no podía cumplir con la mantención de Fujimori
en prisión sin correr el riesgo de entregar el poder. Y nos guste o no, lo
menos que hace un político es entregar el poder. Porque la política es lucha
por el poder (Max Weber.) Esto significa: PPK no indultó a Fujimori por razones
de amistad, sino por razones de poder. Desde ese punto de vista político –que no
es el filantrópico- no hay nada que criticar. Lo dijo el mismo Vargas Llosa:
“(el indulto) no es un acto de compasión. Es un crudo y cínico, cálculo político”
(Efe, 31.12.2017) (he subrayado las dos últimas palabras: cálculo político)
Por lo demás, PPK no transgredió a la
legalidad vigente. Hizo solo uso de un derecho que le concede la Constitución.
Los argumentos en contra, más bien leguleyos, no prosperarán. El artículo 118 inciso 21 es demasiado
claro. Eso no quiere decir, por supuesto, que las víctimas o familiares de las
maldades cometidas por el dictador no tengan derecho a reclamar. Por el
contrario: deben levantar su voz y así lo han hecho. Para ellos la explicación de
PPK relativa a que el indulto obedece a razones humanitarias, es una
justificación inmoral. Del mismo modo, las instituciones humanitarias que han
condenado al indulto al ponerse al lado de las víctimas han cumplido con su
deber. Para eso están. La CIDH, Human Right Watch, y AI, cumplieron con su
trabajo. Pero también es cierto que el deber de un presidente es defender su
poder y, por lo mismo, contraer las alianzas que considere convenientes para
lograrlo. Para eso, está obligado a negociar.
Las negociaciones son parte
insustituible del hacer político. Quien piense en una política sin
negociaciones no piensa políticamente. Sin negociaciones no hay política. El
gran error de PPK, por lo tanto, fue haber ocultado esas negociaciones como si
hubieran sido algo ilícito y haber presentado el indulto como una obra de
caridad cuando todo el mundo sabía que Fujimori fue negociado. En ese sentido
PPK mintió, y por eso -solo por eso- debe ser enjuiciado (enjuiciado, no juzgado.)
El indulto fue resultado de una
negociación, si no con todo el fujimorismo, por lo menos con una de las alas de
Fuerza Popular (Luz Salgado Salgado y Kenji Fujimori) con las cual PPK venía
dialogando desde antes de ser conocidos los hilos de Oedebrecht (que no solo
involucran a PPK sino a casi toda la clase política peruana.) En otras
palabras, lo que ha tenido lugar en el Perú es un giro político de PPK desde el
centro-izquierda hacia el centro-derecha. Hilando más fino, podría pensarse que
no fue el indulto a Fujimori lo que
determinó ese giro. Por el contrario, fue ese giro lo que determinó el indulto
a Fujimori.
A partir del giro de PPK, el
fujimorismo ha pasado a ser el factor más decisivo de la política peruana. En
cierto modo ha alcanzado el poder antes de ganarlo. Contra ese giro y contra
esa nueva alianza en el poder, y no tanto en contra del indulto, protestan la
izquierda peruana y los intelectuales vargallocistas. Es decir, en contra de
una alianza que con o sin Fujimori ya se venía gestando. Hecho que no debe
sorprender a nadie pues PPK es un hombre de derecha o de centro-derecha.
La alianza entre PPK y la derecha
fujimurista es, en cierto modo, una alianza natural. Tan natural como la
alianza contraída en Chile entre el centro-derechista Piñera con la derecha
pinochetista. Esa derecha chilena -lo
sabe muy bien Vargas Llosa, amigo personal de Piñera- no tiene un pasado más inocente que la derecha fujimurista.
¿Puede Vargas Llosa apoyar una alianza de poder en un país y al mismo tiempo
condenar la misma en otro? Lo que es bueno para el pavo ha de ser bueno para la
pava (y al revés también), es un dicho. Luego, si Vargas Llosa se hubiera
limitado a criticar el indulto, no habría habido ningún problema. El problema
es que, además, Vargas Llosa critica a la nueva alianza de poder que ha tenido
lugar en el Perú, tan parecida a la que tiene lugar en Chile. La desgracia para
PPK es que esa nueva alianza ha tenido que pasar por el indulto de Fujimori..
No obstante, hay que decirlo de una
vez: PPK no ha trangredido a las leyes ni subvertido a la Constitución. Sus
negociaciones políticas con el fujimorismo pueden no gustar, pero es imposible
desconocer que el fujimorismo, con alianzas o sin alianzas, representa a la
mayoría parlamentaria del país, y por lo mismo, con o sin negociación, es un
factor decisivo de poder.
Queda todavía una pregunta por
responder. ¿Fue el indulto a Fujimori una transgresión a la moral pública? Para las víctimas y familiares, sin duda.
Pero el tema es si esa moral posee un carácter universal o simplemente es una
moral discursiva (discutitiva) y luego, menos que moral es solo una ética. Si
atendemos a la primera posibilidad, tendríamos que convenir en que la política debe estar subordinada a la moral (como
en los países islámicos, a la moral religiosa.) De acuerdo a la segunda
posibilidad, en cambio, la política posee su propia moral. Esta, fue, como se
sabe, la posición de Nicolás Maquiavelo, a quien se le concede el mérito de
haber emancipado a la política de la moral religiosa.
Para Maquiavelo, en efecto, la política
debe atender no a razones morales sino simplemente a la lucha por el poder, por
más brutal que esta sea. Algo diferente, mas no distinta, fue la posición de
Kant, la que sigue prevaleciendo de modo tácito en la filosofía política de
Habermas y de Rawls.
Según Kant, existe una moral
pre-constitucional, la que solo es visible cuando aparece una Constitución. La
Constitución para Kant es la puesta en forma escrita de una moral
pre-constitucional. Es por esa razón que, para el gran filósofo, donde hay
Constitución no podemos regirnos por normas, máximas y principios no- o
pre-constitucionales.
Ahora, si volvemos la mirada hacia el
Perú, podríamos deducir que el indulto a Fujimori obedeció más a una lógica
maquiavélica que a una kantiana. Pero en tanto PPK no transgredió a la
Constitución, tampoco es definitivamente anti-kantiana. Y al fin y al cabo: ¿no es más maquiavélica que kantiana la
política, no solo en el Perú, sino en casi todo el continente
latinoamericano? Algún día tendremos
que admitirlo.