Un
hombre rico habla con Jesús
18 Uno de los jefes le preguntó a Jesús: —Maestro bueno, ¿qué debo
hacer para alcanzar la vida eterna?
19 Jesús le contestó: —¿Por qué me llamas bueno?
Bueno solamente hay uno: Dios. 20 Ya sabes los mandamientos: “No cometas
adulterio, no mates, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, y honra
a tu padre y a tu madre.”
21 El hombre le dijo: —Todo eso lo he cumplido
desde joven.
22 Al oír esto, Jesús le contestó: —Todavía te falta una cosa:
vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el
cielo. Luego ven y sígueme.
23 Pero cuando el hombre oyó esto, se puso muy
triste, porque era muy rico.
Pasaje fundamental, el de Lucas, para entender la relación del Ser con Dios. Pero puede ser entendido de dos formas: la literal y la teológica.
De acuerdo a la forma literal, la más
extendida, Jesús se pronunció en contra de la riqueza y a favor de la pobreza.
Ergo: todos los ricos se van derecho al infierno. De más está decir, este
diálogo entendido en su textualidad es uno de los preferidos por quienes ponen
en primer lugar a la doctrina social de la Iglesia, dejando relegadas a un
segundo término otras doctrinas, sobre todo las espirituales, las que no ponen
en el centro al ser social sino al humano genérico, hijo de Dios y hermano de
Jesús.
De acuerdo a una exégesis no literal,
podemos entender, sin embargo, el mismo texto, de otro modo. “Vende todo lo que
tienes y dáselo a los pobres”. Esa es la dura prueba a la que somete Jesús al
rico (muy rico no debio haber sido pues entre los judíos de la región no había
gente muy rica, tal vez alguien que tenía un par de ovejas más.) Visto así, la
puesta a prueba del hombre rico fue una versión light de la dura prueba a la
que Dios sometió a Abraham, la de si su fe era superior al sacrificio de su
propio hijo. Dios, después que Abraham se decidió a favor de Dios y en contra
de su hijo, lo liberó del dilema, pero a cambio de que degollara a un carnero en vez de a su hijo. ¿Hay en una riqueza más grande para un padre o una madre
que la vida de su hijo? Al lado de esa riqueza, las del rico de Lucas son
bagatelas.
Abraham pasó la prueba. El hombre rico
del pueblo, no. En los dos casos lo importante es lo siguiente: Lo que querían
probar, Dios con Abraham y Jesús con el hombre rico, era la dimensión de la fe
en sus interlocutores.
Jesús quiso demostrar que
para muchos hombres el amor a las cosas materiales es superior al amor a Dios.
El tema entonces no es que el rico hubiera sido rico sino que hubiese puesto
sus riquezas por sobre Dios. Eso significa: el amor a las cosas de este mundo
tiene para muchos un valor superior a las cosas del cielo. Puede ser el dinero.
Pero no es solo el dinero.
¿Estaría usted dispuesto a renunciar a
sus bienes, a sus placeres, a sus deseos sexuales, a su profesión, en nombre
del amor a Dios? La mayoría puede decir que sí, pero otra cosa es la realidad.
Nuestro reino es de este mundo, estamos lejos de ser dioses, amamos la vida y
vemos solo a veces la presencia de Dios sobre la tierra. Pero más no se nos puede
pedir. Es la condición humana. Solo seres excepcionales -Jesús entre otros– logran alcanzar una comunicación tan grande con Dios como
para llegar al punto de confundirse con Él en una sola persona. Los demás solo
recordamos a Dios cada cierto tiempo, sobre todo cuando pensamos en Él. Pero
nadie piensa en Dios en todo momento. La mayor parte de cada día nos pasamos
ocupados con otros menesteres, olvidándonos de Dios (o del Espíritu, o del
Ser). Hasta que algo o alguien nos recuerda otra vez su presencia.
Olvido de Dios. Ese es uno de los temas
centrales de las “Confesiones” de San Agustín para quien Dios vive en un tiempo
que precede y continúa después de todos los tiempos y que por lo mismo, en
cuanto es tiempo, solo podemos acceder a ÉL si recordamos su tiempo: el tiempo
de donde venimos y hacia donde vamos todos: el tiempo de la eternidad.
Dios, según Agustín, vive en todos los
tiempos del ser. El tema fue tratado con profundidad en la vasta teología de
Joseph Ratzinger y continuado por el Papa Francisco con claras palabras en el
capítulo segundo de su primera encíclica “La Luz de la Fe” (2013) Un excelente
texto. Sin embargo, hay un leve problema. El problema es que después de escribir ese texto, Francisco se olvidó de Agustín y Ratzinger
Francisco pecó de olvido cuando redujo
la pluridimensionalidad del ser a su pura condición económica y social,
siguiendo en ese punto a la ex teología de la liberación tan criticada por
Benedicto XVl. O para ser más preciso: en ningún lugar de la Biblia se dice que
el humano sea un “homo economicus”. Ningún cristiano es bueno porque es pobre y
es malo porque es rico (o pudiente.) Lo dijo el propio Papa Francisco en su
Encíclica “La Luz de la fe”: “La fe cristiana, en cuanto anuncia la verdad del amor total de
Dios y abre a la fuerza de este amor, llega al centro más profundo de la
experiencia del hombre, que viene a la luz gracias al amor, y está llamado a
amar para permanecer en la luz … Cuando encontramos la luz plena del amor de
Jesús, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay ya un tenue
reflejo de aquella luz y percibimos cuál es su meta última …“
En esas frases no hay ninguna apología a los pobres. El
sujeto de Francisco es el ser humano pobre de espíritu que por momentos divisa,
platónicamente, la luz que viene de la fe.
La apología de la pobreza no ha sido
predicada solo por religiosos. Recordemos que el inspirador de la dictadura
militar de Maduro, Hugo Chávez, alentaba resentimientos sociales bajo la
consigna: “Ser rico es malo”, inversión de algunas corrientes del cristianismo
calvinista que afirman “ser rico es bueno” o al revés “ser pobre es malo”.
Desde el punto de vista de la fe cristiana, sin embargo, no se trata ni de lo
uno ni de lo otro. El humano, de acuerdo a los evangelios, es malo o bueno solo
cuando endiosa a objetos que sustituyen a Dios. Puede ser, claro está, el
dinero. Pero no solo es el dinero. El dinero no es un fin en sí. En no poco
casos el dinero es un medio para alcanzar algo que está más allá del dinero: el
poder. La mayoría de los dictadores, aún enriqueciéndose, han perseguido el
poder, no el del dinero, sino el de pocos sobre muchos.
El Papa, en nombre de una concepción
socioeconómica de su religión ha terminado por discriminar a mandatarios
político democráticamente elegidos debido a que en su opinión representan a los
ricos y no a los pobres. La gota de agua que colmó el vaso fue su negativa a
entrevistarse con el presidente electo de Chile, el millonario Sebastián
Piñera, propinándole solo un saludo que más bien parecía un gesto de desprecio.
Absurdo.
Tiempo atrás había concedido una
mezquina audiencia protocolar de veinte minutos al presidente Macri, hecho que
contrasta con las largas sesiones que mantuvo con Cristina Fernández a quien
los periodistas, siempre mal hablados, calificaron como “la primera dama del
Vaticano”. En ese caso, la discriminación a Macri a quien solo “sobrevoló” en
su viaje a Chile, no obedece a razones socioeconómicas. Cristina, además de
presidenta es una millonaria, propietaria de largas cadenas de hoteles. La
discriminación a Macri fue, por lo tanto, ideológica.
En fin, un Papa que se ha entrevistado
largamente con crueles dictadores como los Castros y Maduro, no puede negar su presencia
a presidentes constitucionales y democráticamente elegidos. Es una injusticia,
y quien comete injusticia, olvida a Dios.
No es que Francisco sea un “Papa
comunista” como dicen con tanta ligereza los que se quedaron pegados en los
esquemas de la Guerra Fría. Pero sí es un Papa que, siguiendo solo una línea de
las muchas líneas del Concilio Vaticano ll, imagina que en América Latina hay
gobiernos para pobres y gobiernos para ricos. Que además sean democráticos,
autoritarios, autócráticos o simplemente dictatoriales, no parece preocuparle
demasiado.
Naturalmente, el Papa como jefe de
Estado debe conversar con dictadores. Lo hizo Pablo Vl y lo hizo Benedicto XVl.
El problema es no hacerlo con gobernantes democráticos (sean o no sean santos
de su devoción) o solo dando preferencia a autocracias o a “gobernantes
sociales”, defensores de la reelección indefinida, como es el caso de Evo
Morales en Bolivia, o citando a José Mujica, como si el uruguayo fuera un nuevo
profeta bíblico.
Como ha afirmado Benedicto XVl, entre la
Iglesia y la democracia hay un pacto no escrito. La Iglesia necesita de la
democracia y la democracia de la Iglesia. El mundo que vivimos no es solo
resultado de contradicciones económicas como intentan convencernos marxistas y
neoliberales. La contradicción que vivió intensamente Pablo Vl, la lucha de la
democracia en contra de la dictadura, sigue vigente. No solo en América Latina.
En Europa, sobre todo en Hungría y Polonia, han sido erigidos regímenes
católicos autoritarios y confesionales, pero a la vez homofóbicos y racistas.
En Rusia, el dictador se sirve del cristianismo ortodoxo para eternizarse en el
poder, eliminando a adversarios que aparecen en su camino. Los cristianos
democráticos de esos países también esperan escuchar la voz del Papa. No solo
de pan vive el hombre.
Y no por último, no hay ni ha habido
ninguna dictadura del mundo occidental que haya favorecido alguna vez a los
pobres. Lo vemos hoy en la pobreza horrenda que muestran las calles de La
Habana y de Caracas. Optar por los pobres y optar por la democracia no es una
contradicción.
El Papa Francisco es un ser humano y
por lo mismo un pecador. El camino que lleva a la fe no está ausente de pecados
(faltas, ausencias, errores). Por lo tanto todavía es tiempo para que Francisco
rectifique. De los arrepentidos será el reino de los cielos.
Fernando Mires es autor del libro EL PENSAMIENTO DE BENEDICTO XVl, Buenos Aires 2008
Fernando Mires es autor del libro EL PENSAMIENTO DE BENEDICTO XVl, Buenos Aires 2008