Sobre el asesinato cometido a Óscar
Perez y a sus acompañantes por militares y delincuentes para-militares, es casi
imposible agregar otra palabra. Fue un crimen horroroso. La noticia, las fotos,
los videos, han traspasado los límites del país y quienes creían que la de
Maduro no pertenece a la galería de las dictaduras militares, han debido
callar. Su aislamiento internacional ya es casi total. Ni los gobiernos de izquierda que ayer vitorearon a Chávez
se atreven a pronunciar una palabra a favor del régimen dirigido por la
siniestra trilogía formada por Padrino, Maduro y Cabello (en ese orden).
Como suele suceder en casos similares, la figura de Óscar Pérez pasará a ocupar un
lugar dentro de la mitología popular. Muchos lo venerarán como héroe de la
patria. Sus últimas palabras serán citadas con devoción. Su retrato aparecerá
en las demostraciones venezolanas. Y después que la dictadura caiga o se vaya,
más de una calle llevará su nombre, más de una plaza se llamará Oscar Pérez y
su breve gesta será narrada en los libros de historia de las escuelas
primarias. No, no estoy jugando con ironías. Se trata de un hecho objetivo.
Todo proceso histórico crea mitos y símbolos. Ellos cumplen incluso un rol político. Gracias a los mitos, miles se
reconocen como partes de un ideal común. No las complejas teorías, no tratados
académicos, no sesudos análisis, movilizan a las grandes multitudes. Pero sí
los mitos. Fenómeno que hace mucho tiempo descubrieron Georges Sorel en Francia
y José Carlos Mariátegui en Perú. Sin mito revolucionario, escribieron ambos,
no hay revolución. Hoy diríamos –dado el descrédito de la palabra revolución-
no hay cambio.
El historiador (sea el del pasado
lejano o el del inmediato) debe entender la fuerza del mito pero sin seguirlo,
del mismo modo como el analista que se interna en la locura del paciente no se
hace parte de ella. Por lo mismo debe alertar sobre los peligros del mito
cuando este es sacado fuera de su contexto originario o, aún peor, cuando el
mito sustituye a ese contexto.
El mito del aviador Pérez surgió desde
sus audaces sobrevuelos durante las grandes demostraciones del 2017. Pero
terminó en un contexto muy distinto, en uno caracterizado por el aplastamiento
militar de esas demostraciones, con el diálogo entre la oposición democrática y
la dictadura en la República Dominicana, y con los preparativos para las
candidaturas primarias en los partidos de esa oposición.
Razones suficientes para que grupos
divisionistas, los llamados opositores a la oposición, hayan utilizado el
asesinato a Pérez como un arma en contra del diálogo y de las primarias. Para
ellos todo diálogo es traición. Y las primarias, una ofensa a la memoria de
Óscar Pérez.
La dictadura en cambio sí entendió
perfectamente el contexto histórico en el cual ella se encuentra situada.
El asesinato a Pérez fue cuidadosamente planificado y sus objetivos fueron
claros: militarizar el conflicto político,
imponer la lógica de la guerra, dinamitar el diálogo dominicano, culpar a la
oposición del crimen a Pérez (Reverol) e impedir todo acuerdo que conduzca a
las primarias pre-presidenciales para después llamar a elecciones frente a una
oposición diezmada por ella misma. De más está decir, gracias a la ayuda de los
divisionistas militantes, la dictadura está consiguiendo esos objetivos.
Han seguido otra vez el juego de la
dictadura. Según los divisionistas, la oposición si dialoga traicionará el
legado de Pérez y si convoca a primarias, continuará por la vía del entreguismo
electoralista que rechazaba Pérez. Óscar
Pérez se ha convertido para ellos en el estandarte de la anti-MUD. Por
cierto, las alternativas que ofrecerán en su nombre no podrán ser más
descabelladas. Entre otras, una invasión internacional que ningún gobierno
democrático ha imaginado (calificada incluso de delirante por el canciller de
Brasil), un golpe de estado perpetrado por generales democráticos o un regreso
a los tiempos de Carmona con la promoción electoral (¡hecha por
abstencionistas!) del empresario Lorenzo Mendoza. De más está decir, las tres
alternativas favorecen al régimen: la primera, porque otorga un toque “antimperialista”
a la dictadura. La segunda porque legitima a la dictadura para que continúe sus
labores de limpieza al interior del ejército. Y la tercera, porque frente a un
candidato empresario, Maduro podrá presentarse ante los suyos como
representante de la “lucha de clases” en nombre del pueblo. ¿Qué mejores manjares
para la casta en el poder?
El diálogo, por lo demás, no fue convocado por la dictadura. La oposición decidió asistir debido a las exigencias de
una fuerte presión internacional. Si no asistía, la dictadura iba a presentarse
ante el mundo como la única “fuerza dialogante” frente a una oposición
anti-política. Había que impedirlo y por lo mismo, la oposición envió sus
representantes a la República Dominicana.
Negociaciones, no diálogo, fue lo que
establecieron desde un primer momento sus dirigentes. Aunque si bien es cierto nunca especificaron con claridad qué es lo que se iba a dialogar o negociar o,
lo que es aún más importante, cuáles iban a ser los puntos no-negociables del
diálogo. No fue en consecuencia solo la labor de zapa del divisionismo ni el
evidente proyecto de la dictadura para hacer fracasar el diálogo lo que puede
llevar a su fracaso. La oposición democrática –salvo uno que otro comunicado de
Borges o de Florido- no ha sabido defender a ese diálogo frente a sus enemigos
internos y externos.
Frente al argumento divisionista “con
una dictadura no se dialoga”, la oposición debió haber respondido: Solo con una dictadura se dialoga fuera
del país. En una democracia no se dialoga con el gobierno y mucho menos
fuera del país porque el diálogo en una democracia transcurre a través de
canales institucionales Nadie va a pedir un diálogo extraterritorial a Merkel,
Macron Bachelet o Macri. Se va a un
diálogo fuera del país solo cuando los canales de la política interna se encuentran
cerrados, es decir, bajo un estado de excepción, bajo una dictadura.
¿Se va a negociar en el diálogo? Por supuesto, a eso se va. Pero –y eso es lo
que la oposición debió haber aclarado- hay materias no negociables. ¿Cuáles son
esas materias? Nadie pedía una lista detallada. Solo habría bastado una frase.
Una sola. Una que dijera: Nada que sea
constitucional puede ser negociable.
Ni la AN, ni las elecciones, ni los derechos humanos son negociables. Negociable puede ser en cambio la composición del CNE,
el papel del Ejército y, sobre todo, esa Asamblea Constituyente, no solo
anti-constitucional sino, además, producto de uno de los más grandes fraudes
electorales de la historia universal. Bajo ese bienentendido el único que puede perder con una
negocación es el régimen. Solo así se explica por qué Maduro intentó
reventar el diálogo usando al general Reverol. Hizo bien la oposición entonces
al no asistir a las sesiones de enero, e hizo mejor al no abandonar el diálogo.
Puede ser incluso que ese llamado diálogo no tenga destino pero la patada final
la debe dar Maduro, no la oposición.
Si la oposición se esmera, el diálogo
puede ser convertido en un foro público. Un lugar en donde quede más claro que
el sol que todos los puntos que defiende la oposición son constitucionales y
los que defiende el régimen, anticonstitucionales. La mayoría de la ciudadanía,
si se explican bien los alcances de ese diálogo, entenderá. El asesinato a Pérez, en consecuencia, no
es ninguna razón para terminar, pero si es una razón para continuar el diálogo.
Ante la presencia de los delegados internacionales la oposición puede encontrar
incluso en ese mal llamado diálogo – en verdad es un espacio de confrontación
verbal- el momento adecuado para
revelar las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura.
Debido a razones similares la oposición
no debe dejarse presionar por los divisionistas que intentan impedir el proceso
de las primarias en nombre de un supuesto legado de Óscar Perez. Las primarias tienen una importancia
existencial para designar al candidato unitario que deberá enfrentar a la
dictadura y convertir a la campaña electoral –más allá de los resultados y
fraudes que marcarán a la elección presidencial- en una instancia de denuncia
dirigida a la comunidad internacional. Más aún si se tiene en cuenta que
durante esa campaña electoral todos los ojos de la opinion pública mundial estarán
puestos sobre Venezuela. Pero hay, además, otra razón para llevar a cabo lo más pronto posible las primarias.
Las primarias son el lugar y el momento ideal para que la oposición discuta
consigo misma. Pues a diferencias del PSUV, que no
es sino una prolongación vertical del cuerpo de la dictadura, la oposición
venezolana sigue siendo multipartidista y pluralista. Eso quiere decir que al
interior de esa oposición no solo hay uno sino varios proyectos de nación
política. Esos proyectos deben ser discutidos de cara al público y no en el
secretismo de habitaciones cerradas. Cada candidato potencial, al ser miembro
de un partido, deberá exponer sus puntos de vista, polemizar con sus
adversarios y conquistar adherentes. Para la dictadura, un verdadero escándalo.
Para los demócratas, una oportunidad para salir de las sombras a las que quiere
condenarla la dictadura. Visto desde esa perspectiva, las elecciones primarias pueden ser aún más importantes que las propias
elecciones presidenciales.
Los divisionistas por cierto seguirán
utilizando el nombre de Óscar Pérez como chantaje moral a fin de prolongar sus
fantasías, soñando con marchas sin regreso, con inmolaciones colectivas, con
ejercitos libertadores o con invasiones milagrosas. Para la oposición, en
cambio, se trata de lograr la repolitización de la vida venezolana, sin
recurrir a la violencia, apegada a la letra de la Constitución y apoyada por
los gobiernos democráticos del continente. Las primarias son una vía hacia la
repolitización del país. La salida será
política.