Hay algo de pena, algo de dolor en los caminos que llevan
hacia el descenso de la vida. La cosas que se aman multiplican su valor de uso
sin hacer decrecer su valor de cambio. Los días pasan más rápido. Mucho más de
lo que uno quisiera. Es una pena no saber retener al tiempo. Pero quizás no es
cierto. El tiempo habita en sueños, en recuerdos, en ese algo de tristeza que
supone todo descenso.
Ha llegado con furia el invierno. La nieve cae oblicua sobre el pasto. Las que fueron orgullosas plantas del verano hunden su cuello hasta
en lo más blanco de la tierra. Ese también es un descenso. La vida es un
descenso constante. Si antes lo hubiéramos pensado nos habríamos ahorrado no sé
cuantas penas. Por lo que ayer querías dar la vida hoy no vale más que un
número de lotería del mes que se fue.
Cae la nieve. Y con ella se me va el tiempo. El olor del
café se siente a lo lejos. Esos
pequeños placeres hay que saber conservarlos. Son la esencia de la vida, la
razón del ser, el milagro diario de estar aquí, pensando.
La vida, para que sea vida, debe carecer de toda
justificación.
2.
Pensando. He estado pensando que el tiempo de Dios no es uno
solo. Algo de razón tenía Agustin cuando se refería al tiempo eterno pero eso
no quita que el no eterno, el de esta casa tan vieja, el del pan tibio, el del
musgo que desea vivir apegado a la pared, todo lo que pasa y a la vez es, en
fin, estas cosas tan gerundias que otorgan lógica a la vida, sea un
tiempo ausente de Dios.
Dios está en lo más íntimo de la materia, nace con ella,
muere con ella, es y deja de ser, en ese: nuestro otro tiempo.
En ese, nuestro otro tiempo, el tiempo del ser que camina
hacia su propia muerte, no estamos solos. Creo que Dios, de algún modo muere
con y en nosotros. Quiero decir, en ese tiempo que pasa, en ese tiempo que se
desvanece como el agua en el verano, Dios no solo es, sino que, de alguna
manera se está haciendo a sí mismo en nosotros.
Dios es mortal, pero intenta sobrevivir y hacerse eterno en
esa, su creación que aún no ha terminado. A veces creo que ni siquiera ha
comenzado.
Dios nos necesita, carajo. De otra manera no nos habría
hecho. Pero por eso mismo, nosotros, necesitamos de Dios. Si no fuera así,
seríamos solo piedra, seríamos solo agua, seríamos solo el tiempo de una
eternidad sin destino, un duro camino que no tiene fin.
3.
Pensando:
No deja de ser una paradoja, el humano.
Dios dejó caer todo el peso de su divinidad sobre el
animal más indefenso de la tierra.
Por eso mismo, tantos, enloquecemos.