El 19-N tendrán lugar las elecciones
presidenciales en Chile. Ocho candidatos: dos favoritos y seis comparsas
algunos de los cuales pueden ser decisivos en una segunda vuelta, si es que la
hay. Ya se sabe: la primera la ganará el Chile
Vamos de Sebastián Piñera, con cierta facilidad. Alejandro Guillier, el candidato de Nueva Mayoría, será coronado
vicecampeón. Pronósticos y porcentajes no vale la pena mencionar. Una coma más
o menos, todos dicen lo mismo.
Los análisis pre-electorales en Chile
han estado en general centrados en detalles técnicos (cual de los candidatos
mete más la pata, por ejemplo.) No obstante, tanto los de izquierda como los de
derecha, coinciden en tres puntos. Primero, serán las elecciones más aburridas
de la historia de Chile. Segundo, consecuencia de lo primero, la abstención
será grande y por lo mismo, determinante en el resultado. Tercero, quien ocupe
el tercer lugar podrá decidir el curso de la segunda vuelta. Si es que la hay,
dicho por segunda vez
El supuesto aburrimiento político no se
deduce solo de la cómoda ventaja que mantiene Piñera. Tiene que ver con temas
que han marcado la discusión política pre-electoral entre las dos candidaturas
mayoritarias. Ninguno es trascendental para la historia del país, dice la
mayoría de los opinadores. Luego, consenso general es que, gane quien gane, la
futura presidencia mantendrá la continuidad con los gobiernos anteriores, desde
la Concertación hasta ahora. Eso significa, un fuerte centro-centro con leves
inclinaciones hacia la izquierda o hacia la derecha, la misma economía con un
poco de “grasa estatal” (Piñera dixit) si gana la centro izquierda, y algo más
flaca si gana la centro derecha. Entonces, ¿más de lo mismo? Así parece. Pero
tal vez no es así.
En Chile, más allá de las luchas
internas en cada partido, ha logrado consolidarse un bloque centrista que
agrupa a quienes son oposición y gobierno. Así, y de acuerdo a coordenadas
geométricas, el Chile post-dictatorial ha sido gobernado desde el centro-centro
de Aylwin, Lagos, Frei hijo, pasando dos veces por el centro-izquierda de
Bachelet hasta llegar al centro- derecha de Piñera quien al parecer también
completará su ciclo dual. En breve: si usted quiere ser presidente de Chile, no
se aleje demasiado del centro.
En ese enorme “partido del centro”
reside la estabilidad política y a la vez la clave del relativo desarrollo
económico del país. Lo importante, sin embargo, es que ese centro político, al
mismo tiempo que estabiliza a la continuidad gubernamental, y quizás justamente
por eso, ha terminado por aburrir a quienes entienden a la vida política como
un drama, como una tragedia o como una épica.
Hay efectivamente quienes piensan que
si no cambiamos la faz del mundo, no se puede hacer política. No entienden que
tal vez pueda ser al revés. La política no parte del mundo sino de la polis, y
mientras más real es la polis, más política será la política. Hacer política de
polis, significa, en primera línea, confrontarse con los problemas reales y no ideológicos
de la polis.
Hace casi tres decenios, el filósofo Jean-François
Lyotard dictaminó – y con cierta razón- que el tiempo de las
grandes narraciones terminó con la caída del muro de Berlín. La meta-historia
-decía Lyotard- ha sido sustituida por breves relatos, a veces inconexos entre
sí. Y bien, ese fenómeno que estaba ocurriendo en casi todo el mundo
occidental, ha llegado a Chile. Las principales candidaturas, la de Piñera y la
del vicecampeón socialista que no es socialista, Guillier, no ofrecen grandes,
sino pequeñas narraciones. Simples relatos ocasionales, adaptados al momento y
al lugar.
Cuatro de las ocho candidaturas -las
encabezadas por Piñera, Guillier, el crónico Marco Enríquez-Ominami (y su
Partido Progresista) y la escuálida Democracia Cristiana de Carolina Goic-
obedecen a los dictados de la razón práctica. Las otras cuatro, las del casi
enternecedor post- comunista Eduardo Artes (Alianza Patriótica), la del
“madurista” Alejandro Navarro (partido País), la del Frente Amplio de Beatriz
Sánchez (¡12 partiditos de izquierda!) y, sobre todo, la nueva derecha dura y
pura del ex UDI José Antonio Kast, pueden ser caracterizadas cono candidaturas
ideológicas. Pese a que ninguna tiene chance, podrían, sin embargo, jugar un
rol a la hora de definir la segunda vuelta. Si es que la hay, dicho por tercera
vez. Ahí reside justamente el dilema de estas elecciones. Pues Pinera no será
el mismo presidente que quiere ser si para serlo requiere del apoyo del
portaliano-guzmaniano Kast.
Si se dan las cosas según vaticinios,
Kast –a quien los cuicos llaman José Antonio- no se entregará por amor. Cobrará
lo suyo a Piñera y un poco más. Lo mismo pasará a Guillier si su candidatura
queda condicionada al Frente Amplio. De ahí que Enríquez y Goic pueden convertirse
en personajes claves. Ambos tienen cierta vocación centrista y podrían, a su
modo, colaborar para que en Chile se mantenga la línea de continuidad
post-dictatorial, ya sea con Piñera o Guillier. Si no es así, los
fundamentalistas ideológicos volverán a hacer de las suyas. Visto así, ¿quién
diría que las elecciones en Chile son aburridas?
No es poco lo que está en juego en la
capitanía general. A un lado, los partidos de las grandes narraciones. Al otro,
los partidos de las pequeñas cosas.
¿Pequeñas cosas? ¿Son pequeñas cosas
los programas sociales? ¿Es un problema pequeño la seguridad de empleo para
quien se compró un cacharro a crédito? ¿Es un problema pequeño la escasez de
médicos, en un país que se dice primermundista? Y para las mamás, ¿son pequeños
los programas de protección a la infancia? O para los de la tercera edad, ¿el
alza o baja de las pensiones? O para algunas damas con ojos morados, ¿es un
problema pequeño la violencia de género? O a la chica que no sabe que hacer con
la guagua que no pidió a la cigüeña, ¿no le importa acaso el tema de la (des)
penalización del aborto? Y el matrimonio igualitario ¿es un pequeño tema para
quienes quieren vivir juntos hasta que la muerte los separe, amén? ¿Es un
problema pequeño el conflicto de la Araucanía cuando Cariqueo o Manquilef sacan
cuchilla para defender los derechos que creen tener, o quizás tienen? O para
esos peatones que parecen fantasmas carbonizados por el smog ¿es un problema
pequeño el medio ambiente? Y así, suma y sigue.
Los problemas pequeños distan de ser
pequeños para quienes los viven. Más todavía: son la sal de la política. No de
toda la política, por supuesto, pero si no existieran esas pequeñeces, la
política perdería su grandeza. En cierto modo, no se justificaría su existencia
Esta será, sin duda, la
elección de las pequeñas cosas. Muchas otras, quizás menos pequeñas, estarán en
juego durante la segunda vuelta. Si es que la hay, digamos por cuarta vez.