En ese twitter resumí las jornadas del 1-O en Cataluña. No fue difícil armarlo. Lo que iba a suceder estaba programado. Heridos, presos, apaleados, Piquet llorando en la TV y Shakira con un título para su próxima canción: Don’t cry for me Cataluña. Al día siguiente, Cataluña amaneció consumida por odios.
Ese al fin era el propósito fraguado por Puigdemont, Junqueras, la CUP y los socialistas-nacionalistas que controla Podemos desde Madrid.
Incapaces de dar cuerpo legal al plebiscito, los separatistas decidieron apostar por la revolución mediática. La escenificación fue bien lograda. La presencia de la Guardia Civil despertó recónditas asociaciones. Hasta adversarios de la secesión dejaron ese día de serlo. Un éxito televisivo. Ojalá hubiera sido solo eso. Ahora el daño está hecho y nadie sabe como repararlo.
El plebiscito en su contenido, forma y redacción es inconstitucional. Ningún gobierno del mundo, el de Rajoy tampoco, puede tolerar la violación de la Constitución. Lo que estaba en juego ese día era la integridad del Estado. Eso fue precisamente lo que advirtió la izquierda rabiosa: los podemitas, los cupitas, y otros más.
No son la mayoría cuantitativa. Pero sí la cualitativa. Saben movilizar a su gente, crear focos de disturbios, llenar las calles de letreros, enardecer a las masas. Son militantes de una revolución que no tiene nada que ver con la clase obrera ni con el socialismo, mucho menos con los antiguos comunistas, gente ligada a los trabajadores y reacia a cualquier nacionalismo, sea español o catalán.
Los revolucionarios de ahora son hijos de la sociedad post-industrial, desclasados, populistas en el exacto sentido del término, y sobre todo, pescadores de ríos revueltos.
En Cataluña no han descubierto raíces culturales. Cataluña para ellos es la posibilidad de hacer lo que nunca podrían haber hecho en el resto del país. Por eso agitan hoy banderas nacionalistas. Podrían ser también otras ¿Qué importa aliarse con lo más rancio de la ultraderecha catalana si eso los acerca al poder?
Si Cataluña llega a ser independiente, su destino no será envidiable. Muy pronto los neo-revolucionarios se harían de los aparatos decisivos y la próspera Cataluña se convertiría en una Venezuela europea. Puigdemont y los suyos son, para la neo-izquierda, simples tontos útiles. Como lo es también Rajoy. A este último lo conocen: le tendieron una trampa y Rajoy, como es su costumbre, cayó en la trampa. Desató la más innecesaria represión y convirtió a los secesionistas en héroes de la independencia.
Por cierto, el deber de un gobernante es hacer cumplir la Constitución. Pero también es privilegiar los medios políticos de lucha. Rajoy no lo hizo ni lo hará. Rehuye al debate público como a la peste, no sabe formar alianzas, no intenta dividir a las huestes adversarias, no busca conexiones con los sectores más moderados y confunde a la política con la simple jurisdicción administrativa.
Todo el peso de la resistencia democrática ha caído sobre el Ciudadanos de Arrimada y Rivera. Pero Ciudadanos no está en condiciones de romper la polarización impuesta por el secesionismo radical (de derecha e izquierda) y el automatismo anti-político de Rajoy. Esta historia va a ser aún más larga que la del Quijote.
A propósito: en algunas escuelas catalanas ya se enseña que “probablemente” Cervantes fue catalán.