El horror totalitario hace arder el pensar que desea pensar a los otros. La ausencia del pensar como banalidad del mal, se mixtura con las tanáticas pulsiones de muerte, las modalidades de satisfacción y goce que fijan los remaches de los edificios políticos y sociales. Y la banalidad del mal desgaja a los individuos de su importancia ontológica; los reduce a lo superfluo, lo prescindible. Sombras y espectros que gritan los totalitarismos, y que sepultan toda luz que viene del cielo.
LEER ......
LEER ......