En 1984,
clásico de Orwell, hay una capítulo donde es mencionada la política
internacional del Gran Hermano. El país siempre estaba en guerra pero no
siempre los enemigos eran los mismos. Solía suceder que los noticieros de hoy
brindaban elogios a una potencia, ayer objeto del odio. Los periodistas debían
proceder entonces con sumo cuidado. Una leve confusión podía costarles la vida.
Como es sabido,
Orwell describía en términos reales la política internacional del totalitarismo
stalinista. Para Stalin, Alemania después del pacto soviético-alemán pasó a ser
un aliado estratégico en la lucha en contra del “imperialismo occidental”.
Después de “la traición” de Hitler se
convirtió de nuevo en enemigo principal. Y cuando en la post- guerra, Truman se
opuso al avance soviético a Grecia, Stalin inventó la teoría del imperialismo
norteamericano, atrayendo a China en su confrontación con el nuevo enemigo.
Lo que no dijo
Orwell fue que la política internacional del Gran Hermano es la misma
practicada por todas las grandes potencias a lo largo de la historia. En el
hecho los sistemas totalitarios suprimen la política interior pero algunos
“grandes hermanos” han resultado ser maestros en el manejo de la política
exterior.
Stalin era tan
astuto como Churchill y Mao tan perspicaz como Kissinger. Putin es un hijo de
Putin en Rusia, pero en materia internacional sabe jugar sus fichas mejor que
un gran ajedrecista. Y, al parecer, Xi Jinping no le va en zaga. De una u otra manera ambos saben distinguir
al enemigo de hoy del de mañana y sumar al segundo para atacar al primero. El
Gran Hermano de Orwell pertenecía a esa escuela. Siempre tenía una potencia al
lado, en contra de otra potencia enemiga. Ese al fin es el clásico 2-1 de la política
internacional.
El gran maestro del
2-1 fue Kissinger, durante Nixon. Hoy, lamentablemente, no podemos decir lo
mismo de Trump ni de sus asesores. Mientras Rusia y China saben coordinar sus
vetos en el Consejo de Seguridad, USA no logra separar a ambos gobiernos.
Frente a Corea del Norte el fracaso de EE UU ha sido ostensible.
Trump está llevando
a cabo una antipolítica internacional. Nadie conoce su estrategia. Primero,
lastimó sus relaciones con la UE buscando una alianza con Putin, alianza destinada
a fracasar debido a los intereses geopolíticos contrapuestos que ambas
potencias mantienen. Segundo, guiado por su obsesión proteccionista, inició una
campaña en contra de la expansión económica china, el país más ligado
económicamente a USA. Al hacerlo, lastimó a la única nación en condiciones de
poner en orden a Corea del Norte. Así, en muy poco tiempo, Trump deshizo el
complejo de relaciones tejido por Kissinger -mantenido con éxito hasta Obama-
en el sudeste asiático. Ahora, frente a Corea, la posición USA no puede ser
peor: un 1-2.
Cierto, todavía es
tiempo de atraer a China o a Rusia, o a ambos, en contra de las (¿aparentes?)
locuras de Kim Jong–un. Pero las concesiones a las que debería acceder Trump
son más altas que nunca. Quizás China y
Rusia ven en Kim Jong-un, un perro de presa sujetado con una soga, amaestrado
para aterrorizar cada cierto tiempo a los EE UU y así extraer concesiones para
ambos en otras zonas del planeta.
La política de
Trump frente a Kim Jong-un ha sido y es francamente desastrosa. Un día exige
sanciones. Otro día amenaza con “una furia y un fuego jamás visto en el mundo”.
Un día invita a China a formar coaliciones. Al otro día llama a sancionar a las
naciones que mantienen relaciones comerciales con Corea del Norte (¡el 90% de
esas relaciones son mantenidas con China!)
Y mientras acaricia
a uno de sus mastines, Putin toma el teléfono y llama a Xi Jinping. O -¿quién
sabe?- al mismo Kim Jong-un.