EN NOMBRE DEL ANTIMPERIALISMO (04.09 2017)
En El Murciélago, primera novela policial de una larga lista del magnífico escritor noruego Jo Nesbø, un asesino en serie a quien el comisario Harry Hole enrostró su patología, dijo: “Pero la enfermedad es normal, Harry. Es la ausencia de enfermedad lo que es peligroso porque el organismo deja de luchar y acto seguido se desintegra”.
Interesante:
a su modo el asesino repetía una de las tesis centrales del psicoanalista
Donald Winicott, tesis que más o menos dice así: la enfermedad protege al
paciente de sí mismo.
Sometida
a reflexión, la tesis se entiende perfectamente. Por una parte, la enfermedad
del paciente permite activar su organismo luchando en contra de un peligro,
real o imaginario. Por otra, cuando es psíquica, la separa de su organismo
mental y la sitúa en un objeto externo evitando así la desintegración del ser.
Debo
agregar que cuando subrayé el párrafo de la novela de Nesbø,
mi interés estaba centrado en el análisis de la función que cumplen las
ideologías en los llamados organismos colectivos.
Efectivamente:
desde hace tiempo mantengo una sospecha: así como las patologías son ideologías
individuales, las ideologías son –o pueden llegar a ser- patologías colectivas.
Y en eso pensé de nuevo cuando leí dos declaraciones emitidas en Francia. Una
por el presidente Macron. Otra, por su opositor de izquierda, Mélenchon. El
tema, para variar, es Venezuela.
En
Venezuela hay una dictadura –fue el dictamen de Emmanuel Macron-. El objetivo
de esa afirmación no era solo descalificar a Maduro sino, además, acorralar a
sus opositores de izquierda, sobre todo a esa fracción llamada Francia
Insumisa comandada por Jean-Luc Mélenchon cuyas simpatías por la dictadura
venezolana son muy conocidas.
La
respuesta de Mélenchon fue la esperada. "Sin importar qué errores cometan nuestros amigos,nosotros no perdemos
de vista que el principal responsable del mal, del desorden y de la guerra
civil es el imperialismo estadounidense". A su lado estaba Rafael Correa, aliado tradicional de Caracas (El País
29.08. 2017.)
Afirmar que el imperialismo
determina todo lo que ocurre en un país puede ser expresión de una fijación
patológica, de una programación ideológica o simplemente de una coartada
destinada a exculpar malhechores. O de las tres cosas a la vez, dependiendo del
enfoque. En todo caso, debido a su alto grado de irracionalidad, es una tesis
imposible de ser discutida.
Hubo un tiempo en los cuales yo
recurría a argumentos para tratar de explicar que la teoría del imperialismo
norteamericano fue un derivado de la teoría del imperialismo de Hilferding,
Hobson y Lenin, pero aplicada a un solo país. Que el creador “científico“ del
término “imperialismo norteamericano” fue Stalin. Que comparado con los
imperios británicos, francés y holandés, el de los EE UU fue de bajo nivel. Que
la URSS también fue un imperio y que en la actualidad la política exterior de
USA es menos imperial que la de Rusia. Que en tiempos de globalización es un
absurdo hablar de imperios nacionales, y, y, y, y. Todo en vano. Hube de darme
por vencido. Más fácil convencer a un Testigo de Jehová de la inexistencia de
Dios que a un anti imperialista de que el imperio no explica a toda la historia
del universo.
Los antimperialistas necesitan de
la existencia del imperio para ser antimperialistas del mismo modo como las
sectas diabólicas necesitan del demonio. El imperialismo es, para ellos, el
objeto de agresión que permite ordenar su organismo material y psíquico. Sin
imperio ni imperialismo, su visión del mundo, su orden simbólico, su razón de
ser, todo lo que han sido y son, se vendría estrepitosamente al suelo.
Sin la protección de la idea
sobredeteminante del imperio, los asesinatos cometidos por los llamados
gobiernos antimperialistas –y desde el Gulag son demasiados- serían simplemente
lo que son: asesinatos. Esa y no otra es la razón por la cual Mélenchon inventa
la mentira de que las cárceles de Maduro, los jóvenes asesinados en las calles,
la corrupción sin límite denunciada por Luisa Ortega Díaz, la supresión de la
AN elegida por el pueblo y su sustitución por una constituyente producto de un
fraude monstruoso, todo eso y mucho más, solo son explicables a partir de esa
entidad llamada imperialismo norteamericano.
Una de dos: o estamos frente a un
caso extremo de enajenación, o simplemente ante la inmoralidad de un sujeto
llamado Mélenchon (puede ser Pablo Iglesias, Evo Morales o el senador chileno
Alejandro Navarro; da lo mismo) que utiliza la coartada del imperialismo
norteamericano para justificar a un “gobierno amigo”. Sin descartar la primera
alternativa, nos inclinamos más bien por la segunda posibilidad. La razón es la
siguiente: no es la primera vez que ocurre algo parecido.
Quienes están al tanto de la
historia de la ex DDR saben que la dictadura de ese país justificaba todos sus
crímenes en nombre del antifascismo. El antifascismo llegó a ser para la
“nomenklatura” del Este alemán, una coartada destinada a legitimar todas las
aberraciones cometidas por la dictaduras de Ulbrich primero, de Honecker después.
Las matanzas de obreros en Berlín,
el año1953, fueron explicadas como un acto heroico en contra del revanchismo
fascista. La supresión de los derechos básicos, de opinión, de prensa y sobre
todo, de movimiento, eran dadas a conocer como medidas para combatir el
resurgimiento del fascismo. El mismo muro, esa vergüenza de la historia, fue
presentado como una barrera destinada a detener el avance del fascismo. Hubo de
aparecer el libro de la politóloga Antonia Grünenberg, Antifaschismus - Ein deutscher Mythos (antifascismo, un mito alemán; Rowohlt Verlag, Reinbek 1993) para que muchos alemanes del Este cayeran en cuenta del
chantaje moral a que habían sido sometidos. La cantidad de crímenes cometidos
en nombre del antifascismo era simplemente gigantesca, solo superados por los
cometidos en nombre del antimperialismo.
Tanto el antifascismo como el
antimperialismo, sobre todo en su forma inicial, la de anticolonialismo, fueron
lemas que movilizaron a multitudes de jóvenes idealistas. Nadie llegó a imaginar
como principios tan nobles serían alguna vez utilizados para justificar a
dictaduras, tal como justifica a la de Maduro, el inefable Mélenchon.
Si las razones “antimperialistas”
que motivan al dirigente de la izquierda francesa son ideológicas, psíquicas, o
simplemente el producto de una maldad no banal, solo lo sabe el mismo. Lo que
seguramente no sabe es que con esas declaraciones está liquidando, quizás para
siempre, a la propia noción de izquierda nacida precisamente en Francia como
expresión de la libertad y no para justificar a dictaduras como la de
Maduro en Venezuela.