No es palabra mágica. Pero sin unidad no puede haber ningún movimiento democrático, mucho menos cuando enfrenta a un enemigo –enemigo, no adversario- cuyo objetivo es liquidar la vida política de una nación. En casos como el de Venezuela, donde la política se encuentra separada solo por milímetros de la guerra, la unidad de la oposición ha llegado a ser un tema existencial.
La
unidad comienza con la unidad consigo, es decir, al interior de cada partido.
Luego continúa a través de la alianza con otros partidos que tienen los mismos
enemigos.Termina ampliándose en la unidad de todas las fuerzas democráticas de
la nación. Eso quiere decir, si la unidad no se da al interior de los primeros
niveles, la tercera unidad, la unidad democrática nacional, nunca podrá tener
lugar.
La unidad será siempre unidad en la diversidad. Con los idénticos no se
requiere unidad. La unidad comienza entre los distintos y, muchas veces, entre
fuerzas, organizaciones y partidos que no tienen nada en común, nada, con
excepción de un mismo enemigo. De ahí que, mientras más amplia es la unidad,
mayores son sus diferencias. Y mientras más claras sean las diferencias, tanto
mejor para la unidad.
Así
como en la vida privada distinguimos entre amigos, compañeros de trabajo,
vecinos y simplemente conocidos, la unidad entre distintos reconoce diversos
niveles. En los casos extremos –Venezuela es uno de ellos- la unidad más amplia
deberá darse entre los que bajo condiciones normales serían adversarios. Debido
a esa razón las unidades amplias despiertan animadversión entre quienes poseen
un concepto moralista de “lo político”. Pero sin esas unidades amplias, el
enemigo fundamental nunca podrá ser derrotado. La política no es sucia, pero no
se hizo para las almas cándidas y puras. La política es impura. La
unidad política, también.
La
persistencia de la unidad peligra frente a sus enemigos, tanto internos como
externos. No me refiero a quienes mantienen posiciones diferentes dentro de la
unidad sino a aquellos que han hecho de la lucha en contra de la unidad una
profesión de fe. En el caso de Venezuela me refiero explícitamente a los
llamados “opositores a la oposición”.
Algunos
forman parte de la MUD, otros se sitúan en un plano externo a la MUD y su único
objetivo es desprestigiarla, atacarla por todos los medios, desacreditar a sus
dirigentes y militantes. En fin, hacen, objetivamente, el trabajo
quintacolumnista de la dictadura al interior de la oposición. En ese punto, la
alternativa elegida por el movimiento VENTE al abandonar la MUD fue por lo
menos coherente. Hasta hace pocos días estaba en la MUD sin estar en la MUD.
Ahora
solo cabe esperar que VENTE desarrolle una política independiente a la de la
MUD porque si se fue para atacar a la MUD desde fuera, es decir, para seguir
parasitando de la MUD, solo continuará haciendo lo mismo que hizo antes: restar
y dividir. Y en este momento la tarea, dentro y fuera de la MUD, es sumar y
multiplicar.
Pues
una cosa es la diversidad en la unidad y otra muy distinta son los enemigos de
la unidad. La unidad, en consecuencia, tiene pleno derecho a deslindarse de
sus enemigos. Su deber, incluso, es protegerse de ellos. Ninguna unidad
puede incluir a sus enemigos. Como todas las cosas en la vida, la unidad tiene
límites. Más todavía si se tiene en cuenta que la unidad de la MUD no termina
en sí misma.
Como
demostró la reunión del 6/A en defensa de la Constitución, la unidad
antidictatorial no ha agotado sus espacios. Falta aún sellar una alianza
más firme y duradera entre la MUD y el chavismo constitucional. A partir de esa
alianza básica la unidad deberá alcanzar dimensiones nacionales, incorporando a
las iglesias, a los gremios de trabajadores, a los empresarios, a
organizaciones vecinales, al mundo de la cultura, en fin, a todo ese campo
heterogéneo y contradictorio denominado “sociedad civil”, unidos todos
alrededor de un eje: la defensa de la Constitución en contra de un régimen
anticonstitucional. Si esa unidad llegara a encontrar, además, una sigla que la
identifique, tanto mejor.
No
hay mejor medio para consolidar la unidad, reiteramos, que un objetivo (y
enemigo) común. Y el objetivo de la unidad democrática venezolana es la
preservación de la Constitución. Las elecciones, al ser constitucionales, son a
su vez un medio de lucha frente a un enemigo que precisamente intenta destruir
la Constitución para no realizar elecciones. En ese sentido, acudir a las
elecciones regionales, como decidió hacerlo la MUD, no fue una táctica entre
otras tácticas posibles. Fue, antes que nada, su obligación ciudadana.
No se puede luchar por la Constitución y a la vez no aceptar la vía
electoral aún a sabiendas de que el enemigo va a hacer todo lo que esté en sus manos
para que esas elecciones no tengan lugar. Sobre ese punto no debió haber habido
discusión. El hecho de que la hubo prueba que, aún dentro de una parte de la
oposición, la defensa de la Constitución tiene un carácter instrumental, es
decir, continúa siendo una táctica, una entre tantas más. Ese es un problema grave: todo, pero todo lo que es o ha llegado a ser la oposición, se lo debe a la Constitución de 1999. La vida de la oposición depende de la vida de la Constitución. La relación entre oposición y Constitución es, y debe ser, simbiótica.
Las elecciones regionales no serán una vía distinta a la protesta en las
calles sino su continuación bajo otras formas. Por de pronto, las campañas
electorales tendrán lugar en las calles, pero no solo en las de las grandes
ciudades sino también en los rincones más aislados de la nación.
Durante
el periodo pre-electoral los candidatos no solo deberán ser aspirantes a un
cargo gubernamental. Antes que nada deberán ser líderes en cada región. La
lucha que librarán será, en algunos casos, heroica. Estarán expuestos a
diversas agresiones. El régimen intentará destituir o encarcelar a muchos
candidatos y, por supuesto, enviará a su chusma armada, los colectivos, a
impedir las manifestaciones electorales.
No
hay que olvidar nunca: la naturaleza del régimen es profundamente
anti-electoral y por lo mismo esencialmente militar. Luego, las que
vienen, si es que tienen lugar, no serán elecciones normales. Estarán plagadas
de incidentes. Dios quiera que así no ocurra, pero todo indica que el número de
asesinados por la dictadura continuará aumentando.
Las elecciones regionales no serán, en ningún caso, pacíficas. Hay que decirlo de una
vez.
La
dictadura intentará, como siempre lo ha hecho, llevar las elecciones a un plano
militar, el único en donde se siente fuerte. De más está decirlo, Cabello, los
Rodríguez El Aissami y otros,
movilizarán a sus provocadores. Por supuesto, también aparecerán incautos
-nunca faltan- que intentarán responder a la violencia con la violencia. Las
elecciones tendrán un carácter confrontacional. Nadie se engañe, el principal
enemigo de toda elección es el régimen. La lucha, por lo tanto, no será en
y dentro, sino también por las elecciones.
Si
las elecciones tienen efectivamente lugar, el CNE intentará manipular los
resultados por medio de fraudes. Pero esta vez enfrentará el obstáculo de
muchos gobiernos democráticos que
observan con lupa y, sobre todo, el de la vigilancia de miles de activistas,
esos mismos anónimos testigos de mesa que hicieron posible el triunfo del 6D.
Y
si de todas maneras la oposición logra conquistar las gobernaciones –tampoco
hay que engañarse en eso- el régimen procederá a desconocer el veredicto
ciudadano destituyendo a algunos gobernadores elegidos. Pero con ello no hará
más que seguir cavando el foso de su propia tumba, acercándose cada vez más a
ese punto clave en el cual no logrará sostenerse más sobre sí mismo.
Para
enfrentar a la difícil realidad que se avecina, la oposición necesitará de la
protección del manto de la unidad. Por
lo demás, gracias a la unidad tejida en torno a la persecución de objetivos
democráticos y constitucionales, esa oposición ha logrado hoy lo que en un
momento parecía imposible: el apoyo de la inmensa mayoría de los países
democráticos de la tierra. A la dictadura solo le queda el apoyo de los
regímenes autoritarios, el de algunos partidos estalinistas y el de fantasmas
de sí mismos, al estilo Maradona.
Cada
vez está más claro: solo la unidad políticamente organizada de los
demócratas salvará a Venezuela.