Si
de acuerdo a experiencias históricas tuviéramos que hacer una clasificación de
las sanciones impuestas por un gobierno o asociación de estados a otro
gobierno, podríamos distinguir tres tipos: la sanción-castigo, la sanción
simbólica y la sanción condicionada.
La sanción castigo es ejercida cuando un gobierno ha transgredido límites
suscritos en convenciones y acuerdos internacionales y no hay posibilidades de
rectificación.
La sanción simbólica no afecta gravemente las relaciones económicas y
políticas entre los estados pero, como el nombre lo dice, sirve para reprobar
transgresiones cometidas por un determinado gobierno.
La sanción condicionada es impuesta durante un periodo transitorio en espera de
que el estado trasgresor rectifique su política.
En
la práctica es difícil separar una sanción de la otra. De lo que se trata más
bien es de visualizar cual de las tres es determinante en cada caso.
Una
sanción-castigo clásica fue la aplicada por el gobierno de Carter a la dictadura
de Somoza en Nicaragua pues cuestionaba a la propia existencia del régimen. Lo
mismo ocurrió con el embargo a Cuba hasta que Obama cambió la sanción-castigo
por una condicionada. De igual modo las sanciones a Irán fueron levantadas
cuando el régimen aceptó firmar un acuerdo sobre el tema nuclear.
En
las sanciones de la UE a Rusia puede hablarse de un castigo condicionado pues
en el caso –hasta ahora utópico- de que Putin retire sus tropas de Ucrania, las
sanciones serían levantadas. En fin, podríamos llenar páginas con diversos
ejemplos.
Las
sanciones condicionadas son las más políticas pues apuntan a un objetivo
concreto. Las sanciones-castigo, en cambio, son más éticas que políticas. Las
sanciones simbólicas cumplen un objetivo testimonial.
Si
bien las sanciones norteamericanas a la dictadura venezolana fueron aplicadas
debido a que ha suprimido a la AN para dar curso a una constituyente
fraudulenta, no ha sido suficientemente remarcado su carácter condicional. Más
problemático todavía es que las sanciones provengan de un solo país, EE UU, y
no de una comunidad de naciones.
Para
nadie es un misterio que actitudes paternalistas de los EE UU hacia cualquier
país latinoamericano, por muy justificadas que sean, no gozan de mucha
popularidad en la opinión pública, no solo en las izquierdas sino también en
amplios sectores de la ciudadanía liberal de nuestro continente. ¿Por qué
eligió EE UU esa vía?
Hecho
incomprensible si se tiene en cuenta que EE UU es uno de los pocos países con
capacidad de formar y liderar grandes coaliciones políticas internacionales.
Basta imaginar el efecto que podría haber producido fuera y dentro de Venezuela
la aplicación de sanciones condicionales impuestas por una gran coalición de
gobiernos europeos y americanos incluyendo a los EE UU. Lamentablemente, el
abstruso unilateralismo deTrump terminó imponiéndose. Una vez más.
Sanciones
unilaterales –sobre todo si vienen (solo) de los EE UU- perjudican en lugar de
ayudar a la oposición venezolana. Maduro las ha recibido como regalo del cielo.
Justo cuando Luisa Ortega Díaz destapaba la olla de la más putrefacta
corrupción que es posible imaginar, ha reactivado su pose “antimperialista”.
Incluso, las propias elecciones regionales podrían eventualmente ser suprimidas
por Maduro alegando razones de seguridad interior y exterior.
El
divisionismo abstencionista –esa lacra
que arrastra la oposición venezolana desde su origen- unida objetivamente con
el anti-electoralismo madurista, podría ver cumplida su autoprofecía. Gracias a
Trump.