Publicada originariamente el 06.08. 17. Vuelta a publicar el 03.01.2018
Nunca dos personas
relatan un mismo hecho de un modo exactamente igual. Uno acentúa lo uno, el
otro lo otro. De ahí que me atreva a formular la siguiente frase: el relato
de un hecho dice más sobre la persona que relata el hecho que sobre el hecho
relatado. Con mayor razón ocurre así en los procesos colectivos en donde
priman visiones ideológicas, experiencias contrapuestas, distintas biografías.
Así se explica por qué las deducciones que surgen del relato del hecho no
solamente son diferentes, sino, además, antagónicas entre sí. Esa es la razón
por la cual el colosal fraude perpetrado por la CNE el 30 de Julio (30/J) ha
sido interpretado de modo muy diferente por los diversos sectores que conforman
la oposición, dentro y fuera de la MUD.
Resumo: hay tres
grupos de opinión.
Según el primer
grupo, el megafraude
cometido por la dictadura el 30/J ha enterrado la vía electoral asumida por la
mayoría de la oposición desde el 2006 (candidatura de Rosales) y el 2007 (plebiscito de Chávez), vía que
interrumpió las alternativas voluntaristas (carmonismo, paro petrolero,
abstencionismo) asumiendo la defensa de la Constitución liberal y chavista de
1999.
Según el segundo
grupo, el grotesco
fraude, evidenciado y probado por las revelaciones de Smartmatic, ha puesto de
manifiesto que las elecciones son imposibles de ser realizadas bajo la tutela
de la CNE dirigida por Tibisay Lucena (después de Diosdado y Maduro, la persona
más detestada de Venezuela). El tenor predominante de ese grupo es: yo
votaría, pero no con ese CNE.
Un tercer grupo considera necesario participar en las
elecciones regionales que eventualmente tendrían lugar en diciembre, pues no
hacerlo significaría regalar a Maduro 23 gobernaciones y, además, facilitar el
cumplimiento de la utopía de todas las dictaduras, a saber: elecciones sí,
pero sin participación de la oposición (al estilo cubano)
En el primer grupo
hay muy débil comunicación con el segundo y casi ninguna con el tercero. Se
trata de sectores más culturales que políticos, muy emocionales, reacios al
debate, seguidores de líderes mesiánicos cuya retórica basada en códigos de
honor los encandila. La presencia medial de este grupo es muy superior a su
inserción real en la sociedad, razón por la cual logran en determinadas
ocasiones ejercer una fuerte presión dentro de la MUD. Son los de La Salida,
los del Maduro vete ya, los de la marcha sin retorno, los de la Hora Cero, los
de con mis muertos no te metas, los de votar es traición, y los del gobierno de
transición con embajadas en el exilio (¡!).
La discusión
principal tiene lugar entonces entre el grupo dos y el tres. Aunque los del grupo dos coinciden con
los del uno en que después del fraude del 30/J es imposible asistir a los
comicios sin legitimar al régimen, muchos estarían de acuerdo con votar,
siempre y cuando tenga lugar una reestructuración de la CNE (algo difícil que
ocurra durante Maduro) Las revelaciones de Smartmatic confirmarían,
aparentemente, esa posición. Los del grupo tres, sin embargo, han
realizado una distinta lectura con respecto a los mismos hechos.
De acuerdo al
grupo tres, esa CNE es
exactamente la misma del 6D del 2015. Según los del dos es la misma pero
bajo condiciones diferentes a las del 2015 pues hoy la dictadura es abierta y
confesa. Los del grupo tres afirman que justamente por eso es necesario
participar en las elecciones pues lo contrario significaría legitimar a la
dictadura. Los del dos afirman que participar electoralmente
significaría legitimar a la dictadura. Los del tres que participar
significaría relegitimar la vía electoral en contra de una dictadura que
intenta dinamitarla. La discusión parece no tener fin. No obstante, podría ser
resuelta con una sola pregunta: ¿a quién interesa que la oposición no participe
en las elecciones? La respuesta solo puede ser una: A Maduro y su mafia.
Si la oposición no
participa en elecciones, Maduro no se vería impulsado a suprimirlas. Entonces,
preguntarán lo del grupo dos ¿para qué participar en elecciones si
Maduro las va a suprimir y si no es así las va a desconocer? Supongamos que sea
así. En ese caso Maduro chocaría una vez más con la legalidad y con ello
agregaría varios puntos más a su deslegitimación interna y externa.
A ninguna dictadura, ni siquiera a la
de Maduro, le conviene aumentar su grado de deslegitimación, mucho más si esa
deslegitimación amenaza trizar sus filas. Gracias a esa desligitimación
progresiva el chavismo se encuentra internamente deteriorado. Si ese
proceso sigue aumentando –y un nuevo robo de elecciones lo aumentaría de modo
considerable– puede consumarse el golpe de gracia que necesita la dictadura
para irse de este mundo. Es una hipótesis. Tómese como tal. Lo importante es
que Maduro no quiere que la oposición participe en las elecciones. Y bien,
en este punto hay que recordar una de las premisas básicas de la política. Ella
dice: Nunca hagas lo que tu enemigo quiere que hagas. Pero los
del grupo uno y en parte los del dos, se empecinan en hacer lo que Maduro
quiere que hagas. Están pisando la trampa. Esa es la trampa.
¿Dónde está la
trampa?
Precisamente en el
fraude del 30/J, reconfirmado por Smartmatic/Reuter.
¿Quién no sabía que
después de los 7 millones y medio de votos obtenidos por la oposición, Maduro
iba a ordenar a Lucena que inventara por lo menos ocho millones? La vara se la
pusieron muy alta, pero igual la saltó haciendo un horroroso fraude. Al
respecto hay dos lecturas. Una alegre y otra no tanto.
La lectura alegre
dice: el fraude fue tan increíblemente obsceno que la dictadura se desligitimó
definitivamente frente a la opinión mundial. En ese punto, y aunque parezca
insólito, comparto mi opinión con la del profesor Soza Azpurúa. A la dictadura
le interesa un carajo la opinión mundial. Lo importante para ella era
sobrepasar la votación de la oposición fuera como fuera. Desde un punto de
vista dictatorial no podía hacer otra cosa. Si yo hubiera sido dictador habría
hecho lo mismo.
Pero hay otra
lectura que no es tan alegre. Esa lectura dice: a la dictadura le interesaba
mostrar abiertamente que es fraudulenta. Solo así la oposición no se
atreverá a medirse. Pues bien; ahí yace precisamente la trampa. Mediante la
amenaza del fraude, Maduro intenta desmoralizar a la oposición y con ello
alejarla de todos los procesos electorales, justamente los únicos en los cuales
esa oposición puede ganar. O en otras palabras: mientras más visible sea el
fraude, mayor será el escepticismo de la ciudadanía para participar en procesos
electorales. Así el dictador gana por partida doble. Por una parte, hace elecciones
y se queda con todos los votos. Por otra, desprestigia al máximo la vía
electoral sin que la oposición tenga otra alternativa de lucha. Negocio
redondo.
La dictadura de
Maduro y su mafia es, como toda dictadura, antielectoral. Pero entre suprimir las
elecciones y hacer elecciones tipo Cuba, es decir, sin oposición, prefiere,
obviamente, la segunda posibilidad. El problema es que realmente lo puede
lograr gracias a la ayuda que le presta una parte de la propia oposición (primer
y segundo grupo).
La tarea política
de la oposición -si no quiere pisar la trampa tendida por la dictadura- es ir
directamente a las elecciones regionales, ocupar sus espacios y dar ahí otra
batalla. Pero ir a ganarlas como fueron ganadas las del 6-D. Los del grupo
dos dirán: el tiempo es otro que el del 6D. No es cierto. Es la misma
dictadura, es el mismo Maduro, es la misma CNE y es la misma oposición (aún más
amplia todavía que durante el 2015).
La posición del grupo
tres se encuentra avalada por tres razones. Una práctica, otra histórica y
otra política. La lógica de la razón práctica enseña que cada vez que la
oposición va a elecciones, haciéndose presente en las mesas, cotejando voto
tras voto desde la primera hasta la última hora, logra resultados favorables. La
lógica de la razón histórica enseña que los más grandes éxitos de la
oposición han sido obtenidos en el área electoral y en ninguna otra. La
lógica de la razón política enseña que nunca las movilizaciones populares
han sido más intensas que cuando aparecen articuladas en torno a un objetivo
electoral. Sí, electoral.
¿No fue la lucha
por el revocatorio una lucha electoral? ¿No fue la lucha por las regionales,
antes de que Maduro las robara, una lucha electoral? ¿Nadie se acuerda de los grandes peregrinajes de recolección de
firmas a los que sometió la sádica Lucena a la ciudadanía ansiosa de votar? ¿No
fue el estallido popular que comenzó en abril de 2017 una demostración de que
la ciudadanía estaba dispuesta a darlo todo para defender a la AN, elegida con
sus votos? ¿No surgieron las grandes protestas callejeras en defensa del
sufragio universal avasallado por una constituyente que inventaron los secuaces
de Maduro con el único objetivo de evitar las elecciones regionales? ¿No diseñó
la oposición su línea política como democrática, pacífica, constitucional y
ELECTORAL? Y después de todo eso, ahora, cuando se abren las perspectivas para
inundar a Venezuela con votos antidictatoriales, los de siempre, los del
grupo uno y dos, intentan echar pie atrás, pisando la trampa tendida por la
dictadura.
No. Desde una
perspectiva histórica no se trata de cambiar de ruta como arguyen los del grupo
uno y dos. Todo lo contrario, se trata de reafirmarla. La oposición –o su
gran mayoría- es constitucional porque es electoral y es electoral porque es
constitucional. Quienes intentan cambiar de ruta son los que quieren cerrar
la vía electoral sin ofrecer ninguna otra, pisando así la trampa que Maduro les
tendió.
Seamos francos de
una vez por todas. La oposición tiene solo tres alternativas: 1) La lucha
armada, para lo cual no está preparada 2) Soñar con un general divino, o con
una invasión de marines comandados por Trump 3) La línea electoral, la que
mejor conoce, la que más preocupa a Maduro.
Hay quizás una
cuarta alternativa: ir a twitter y desde ahí insultar a los parlamentarios y
candidatos de la MUD y a todos los que los apoyamos. No la recomiendo.