Pedro Sánchez empezó en la socialdemocracia, no le importó después que España pudiera caer en la anarquía (al permitir que estuviésemos casi un año sin gobierno) y ha terminado con el tic del puño alzado, cantando La Internacional, aunque pertenezca a la burguesía madrileña. De mitinear con una gran bandera de España a definirla como “nación de naciones” o “plurinacional”.
La sobreabundancia de ideologías es ausencia de principios. Si en los años 70, a bordo del progreso, Felipe González viajó del marxismo a la socialdemocracia, Sánchez emprende hoy el camino contrario, el reaccionario: años 60, 50…
Decía Indira Gandhi que con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos. Como nos recuerda Tony Judt en Algo va mal, “en algunos países (los escandinavos constituyen el caso más conocido), los Estados del bienestar de la posguerra fueron obra de socialdemócratas”. El problema es que el Estado de bienestar seduce menos que las utopías, a pesar de que sea su plasmación más efectiva (ya nos avisaba Julio Camba de que morir por la democracia es como morir por el sistema métrico decimal). Un corazón adolescente no late con caricias de elecciones y parlamentos, pero sí con trasnochadas consignas comunistas. El pensamiento rojo de Sánchez, Iglesias y tantos otros que hace años dejaron atrás la adolescencia, es la herida abierta a la inteligencia de Cuba, Corea del Norte y la extinta Unión Soviética.
Para un país como España, “la historia de una inseguridad” según Américo Castro, un hombre sin principios tan limitado intelectualmente como Pedro Sánchez es un peligro. Durante los veinte primeros años del siglo XX hubo en nuestro país treinta gobiernos diferentes. Agonizaba la Restauración. Luego vendría la dictadura de Primo de Rivera, con la que colaboró Largo Caballero. El PSOE se partiría en dos: los revolucionarios de Largo vencieron a los reformistas de Indalecio Prieto, igual que Sánchez ha vencido a Susana Díaz.
Y llegaría la Segunda República. En los Diarios completos de Azaña -mejor escritor que político-, leemos a propósito de los sucesos de Casas Viejas: “Largo Caballero declara que mientras dura la refriega, el rigor es inexcusable”. El rigor que siguió al levantamiento anarquista causó más de veinte muertos. (En 2006, en lo que antes era Casas Viejas -hoy Benalup-, se construyó un hotel de lujo llamado Utopía). Convertido ya en el primer presidente socialista del Gobierno de España, Largo permitió que cuatro anarquistas fueran ministros. Su sobreabundancia de ideologías, su ausencia de principios, es la fuente donde Pedro Sánchez bebe.
A Sánchez El indomable hay que reconocerle el mérito de haber vuelto a la secretaría general del PSOE teniendo en contra al aparato y a El País, pero su triunfo puede ser el fin del partido, con lo cual ha sido un pésimo socialista. Federica Montseny, ministra anarquista por la gracia de Largo Caballero, con apenas veinte años escribió La indomable, una novela “más o menos autobiográfica” salpicada de laísmos. La protagonista es Vida, una niña terca que vivía en el campo. Aborrecía los besos y se apasionaba por la lectura (ponía nombres de diosas a las gallinas). Nunca fue a la escuela, su madre fue su única maestra. Creció sin amigas, con “la dulce compañía de los sueños”. La familia cambió el campo por la Barcelona de las huelgas obreras. Tanto leía a la luz de una vela, tanto escribía, tanta literatura se inyectó en la vista, que se le secaron los ojos como a Don Quijote el cerebro. Al contrario que Íñigo Errejón, no renegó de sus ideas por una beca: al no querer bautizarse, tuvo que renunciar a ella. “Será más fácil que España entera esté de acuerdo conmigo, que no que yo me ponga de acuerdo con España”.
De no ser por la gestora del PSOE, Pedro Sánchez, fiel al pensamiento más brillante que se le conoce (“No es no”), nos hubiese llevado a elección tras elección hasta conseguir un buen resultado. La abstención, en última instancia, no fue responsabilidad de la gestora, sino de las debacles electorales de Sánchez (a quien sí le ha parecido bien abstenerse en la moción de censura).
Federica Montseny fue ministra de Sanidad de noviembre del 36 a mayo del 37. Solo en un país como España puede suceder que haya cuatro ministros ácratas, uno de ellos de Justicia, García Oliver. En la Barcelona de los años 30 había un anarquista que quería anular todos los códigos de circulación: “¿Por qué he de torcer a la izquierda cuando quiero torcer a la derecha? ¡Eso va contra los principios de la libertad!”. En Las Ramblas, otros anarquistas -mendigos del mal- mostraban sus sombreros a los viandantes para recaudar dinero y poder comprar dinamita.
Invocando la unidad de la izquierda, Largo Caballero le dio carteras ministeriales a Montseny, Oliver, López y Peiró. En la misma línea, Pedro Sánchez dice ahora que se siente muy próximo a los votantes de Podemos (cuando firmó con Rivera El Pacto del Abrazo debió de sentirse muy próximo a los de Ciudadanos). La izquierda de Sánchez también se parece a la de Largo por su simpatía con los separatistas. En esto no coinciden con los ácratas, enemigos de las patrias. En el periódico CNT, el 3 de octubre de 1936 escribieron: “Hacer un estatuto para cada región, equivale a crear otros tantos Estados de vía estrecha, mediante los cuales podrán ser ministros en su pueblo los que no han logrado triunfar en Madrid. Tanto en Cataluña como en otras partes sembrarán reaccionarios”.
A pesar de tanta grandilocuencia, tres cenetistas acabarían entrando en un Gobierno de la Generalitat del que también formaban parte católicos, catalanistas, liberales burgueses, socialistas, trotskistas y estalinistas: “Así no podía haber Gobierno sino manicomio”, escribió Ángel Ossorio. En el Gobierno de Madrid, aparte de los revolucionarios de Largo Caballero y de los cuatro anarquistas, había un ministro del PNV, Manuel de Irujo. Menos al apestado PP de Mariano, Pedro Sánchez estaría dispuesto a decirle “Sí es sí” a los representantes de cualquier partido, pero él no tiene en el paisaje patrio ninguna guerra civil que justifique manicomios ideológicos.
Rosa Luxemburgo, el día que, junto a su amiga Clara Zetkin, llegó tarde a una cita, pensó un epitafio: “Aquí yacen los dos últimos hombres de la socialdemocracia alemana”. Era 1907. La crisis de la socialdemocracia es tan antigua como la crisis de la novela: ciento diez años después, su relato no convence a muchos votantes europeos, por eso el PSOE se riveriza ose podemiza. Por eso Pedro Sánchez censura el tratado CETA, que antes defendía. El problema es que cuando muera Sánchez (quizá por “sobredosis de espejo”, como dijo alguien) no sabrán qué escribir en su epitafio.
José Blasco del Álamo es periodista y escritor.
https://www.almendron.com/tribuna/el-incierto-epitafio-de-pedro-sanchez/