La
democracia se hizo para todos pero no es para todos. Quiere decir: todos pueden
ser demócratas pero hay quienes no desean serlo. En eso pensaba cuando la
pantalla mostraba los desmanes cometidos en la ciudad de Hamburgo por turbas de
enmascarados venidos de todos los países de Europa (no todos jóvenes) a
manifestar en contra de la Cumbre del G-20 que tuvo lugar en la ciudad durante
los días 7 y 8 de Julio.
De
repente Hamburgo fue Caracas (o Estambul) pero puesto al revés. Mientras en la
capital venezolana soldados sin rostro agreden a miles de jóvenes, en la ciudad
alemana, turbas de enmascarados agredían a policías que habían recibido la
orden de no actuar. Resultado: más de 500 policías heridos. Entre la turba casi
no los hubo. El número de presos fue muy bajo.
Aparentemente
la turba protestaba en contra de la cumbre. Repetimos: aparentemente. Cuando uno u otro enmascarado era
entrevistado, recitaba mecánicamente palabras como “imperialismo”, “capitalismo”,
“neo-liberalismo”. Palabras-máscaras. Palabras que solo cubren un deseo de
destrucción y odio que precede a toda ideología. Ellos se dicen de izquierda.
Sin
embargo, otra izquierda, la de los partidos, la de los ecologistas, la de Attac
y otras organizaciones, ya había realizado sus legítimas demostraciones
ciudadanas. Con mucha imaginación llamaron a una cumbre alternativa y en ella
participaron artistas, intelectuales y cantantes. Incluso Shakira – sí,
Shakira- pronunció un excelente discurso a favor de la paz, del medio ambiente,
de la pobreza de los países no representados.
No
así la turba enmascarada. A ellos no interesaba ofrecer una alternativa. En
barrios muy alejados de la sede de la Cumbre, incendiaron autos, saquearon
tiendas y agredieron a los vecinos. Era evidente: la democracia se hizo para ellos pero no es para
ellos. Ellos llevan al hombre de Cromagnon a flor de piel, pero cubierto con máscaras, sobre todo
máscaras ideológicas.
Para
esas hordas de la posmodernidad destruir no es un medio sino un fin. Pulsión colectiva
imposible de ser tematizada en breves
líneas. Valga solo anotar que en sus objetivos no estaban solos. Tenían, en
efecto, aliados en la propia Cumbre.
El
trío formado por Erdogan, Putin y Trump también intentó, si no destruir, por lo
menos boicotear a la Cumbre. Los dos primeros, abiertamente anti-occidentales.
El tercero, desde su racionalidad económica, anti-europeo.
Erdogan
se comportó como es: ordinario hasta el hastío. Volvió a tratar de fascista al
gobierno alemán y acompañó su saludo a Merkel con un machista gesto despectivo.
Por supuesto, no asistió al acto de clausura. Putin al menos llegó con atraso y
sin perros mascostas. Pero coludido con Trump –quien aterrizó en la Cumbre
después de haberse reunido con la anti-europea gobernante de Polonia- no asistió a ninguna reunión en la cual el
tema medio ambiente fuera objeto de discusión. La cortesía, incluso la amistad
mostrada por Trump frente a Erdogan y Putin, contrastó con la frialdad
ostentada frente a sus colegas europeos.
Probablemente
los miembros del trío fatal sabían que las turbas trabajaban para ellos.
Gracias a sus desmanes, Merkel debía aparecer como una gobernante que, al no
poner orden en su nación, no está en condiciones de liderar ni la economía ni
la política europea. No fue así. Todas las propuestas de Merkel y Macron fueron
aprobadas. La alianza entre la chusma y las elites no logró esta vez sus
objetivos. Y Trump solo logró demostrar su creciente y, por el mismo buscado,
aislamiento internacional.
No;
no; definitivamente no. El reino de la democracia, al igual que el reino de los
cielos no es para todos. AsÍ lo dicen las parábolas de Jesús narradas por Mateo (13,24,25, 31,32).
El cielo, según Mateo, hay que conquistarlo ya sea con buenas
obras, o buscando a Dios o simplemente a la verdad de las cosas. Con la
democracia ocurre algo parecido. No es un club exclusivo, pero la entrada no es
gratis. A la democracia hay que conquistarla, mantenerla y defenderla de sus
enemigos. Esa es la razón por la cual la lucha por la democracia no conocerá nunca
un final. Tesis que comprobaron de modo fáctico las turbas de Hamburgo cuando
desde sus bajuras cívicas trabajaban a favor de un trío de gobernantes no democráticos
situados en las más altas cumbres de la política mundial.