La
frase de Nicolás Maduro ha recorrido el mundo. Como si hubiera faltado algo -un
matiz, un tono, una coma- para que todos supieran lo que ha llegado a ser,
Maduro mismo, sin que nadie se lo pidiera, se encargó de confirmarlo. Para que
la última brizna de duda se la lleve el viento.
Lo que no se pudo con los votos lo
haríamos con las armas. Esa es la frase gloriosa con la cual Maduro pasará a figurar
en la historia universal de la infamia.
Y
sin embargo, quizás por primera vez en su vida política, Maduro ha dicho una
verdad. Pues toda su gestión presidencial, a partir del 6-D -cuando la
ciudadanía estampó su mayoría incuestionable en las urnas- ha sido tratar de
imponer con las armas lo que ha sido incapaz de lograr con los votos. Es por
eso que, de un modo más preciso que cualquier politólogo, el dictador ha
señalado cual es la contradicción principal de su país. A un lado, la
ciudadanía. Al otro, una dictadura militar y anti-electoral.
Maduro ha revelado el motivo que lo llevó a convertirse en un sangriento
dictador. Este no ha sido otro que impedir las elecciones a cualquier precio. Robó,
gracias a la complicidad de la CNE de Tibisay Lucena, las elecciones
revocatorias, inscritas en la Constitución por el propio Chávez. Robó las
elecciones regionales del 2016 y las del 2017. Y al fin, no pudiendo justificar
el robo de más elecciones, robó a toda la Constitución, sustituyéndola por una
Constituyente Comunal cuyo objetivo principal es suprimir el sufragio
universal.
Con
toda seguridad a Maduro -así como otros miembros de su secta- aprendió en las
escuelas de formación de cuadros de Cuba que las elecciones son un mecanismo de
la burguesía para asegurar, mediante la división del pueblo en partidos, su
dominación de clase. Tal vez le dijeron que suprimir las elecciones
democráticas y sustituirlas por elecciones estamentales era un acto
revolucionario. Al fin y al cabo ¿no fue el mismo Chávez un mentor de los
llamados Concejos Comunales, supuestos órganos de representación popular
llamados a sustituir en un momento determinado al “Estado burgués”?
Lo
que, sin embargo, no dijeron a Maduro en Cuba es que el modelo electoral de su
Constituyente es exactamente el mismo que impuso Mussolini en Italia, o que
entre el estado corporativo de tipo fascista y el estado comunista hay más
semejanzas que diferencias. Mucho menos le dijeron que los movimientos
socialistas aparecieron por primera vez en Europa levantando las banderas del
sufragio universal y que esas banderas fueron después agitadas por
movimientos de mujeres. Así la consigna un hombre /un voto fue cambiada
por la de una persona /un voto. Jamás se enteró Maduro de que,
precisamente alrededor de las luchas por el sufragio universal fueron
articuladas las principales tendencias políticas de la democracia moderna: la
liberal, la socialista y la social-cristiana.
Maduro
nunca llegó a saber –nadie se lo enseñó en Cuba- que el sufragio universal es
una de las conquistas más grandes de la humanidad y por alcanzarla murieron
muchos, como hoy están muriendo muchos en Venezuela por defenderla. Por esas
razones Maduro nunca logrará entender que en Venezuela se está escribiendo un
capítulo más de esa muy larga historia del sufragio universal, vale decir, la
gesta de un pueblo luchando en defensa de su soberanía y de su ciudadanía.
Luisa
Ortega Díaz, la fiscal constitucionalista, dio justo en el clavo: los derechos
humanos tienen un carácter progresivo, afirmó. La Constituyente de Maduro, en
cambio, es regresiva. Dicha frase la llevaría a romper con el régimen. En otras
palabras, Ortega Díaz dijo a Maduro, tú eres un reaccionario, así como
reaccionarios son todos los que te secundan.
La Constituyente significa un enorme retroceso histórico: el regreso al
orden político estamental pre-democrático. Esa barbaridad es la que
intenta imponer Maduro a sangre y fuego por sobre la sociedad política moderna.
Retroceso histórico imposible de ser aplicado en ningún país republicano, ni
siquiera en Turquía o en Rusia. Así se explica por qué la Constitución del 99
ha pasado a convertirse en el catalizador de todas las demandas políticas y
sociales de la nación venezolana. La contradicción -así lo estipuló el mismo
Maduro en un momento de macabra lucidez- es efectivamente la que se da entre
los votos y las armas, o lo que es igual: entre el pueblo y las balas. Maduro,
como si alguna vez hubiera leído a Freud, se asumió a sí mismo como
representante político del principio de la muerte.
Lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas. Con esa frase Maduro,
secundado por Cabello, ha declarado la guerra a su propio pueblo. Ningún dictador se
había atrevido a expresar esa verdad con tanta brutalidad. Su dudoso mérito
histórico fue haberla dicho por primera vez. Su lucha, si es que podemos
llamarla así, no es por más votos –es la diferencia con su antecesor Chávez-
sino en contra de los votos.
Maduro
al fin solo dijo lo que ha hecho, hace y hará si su dictadura logra imponerse
sobre la inmensa mayoría de la nación. Con cuánta razón, Ramón Guillermo Aveledo,
guardando las formas de su caballerosa apostura, respondió a la ya famosa frase
de Maduro con un twitter que se volvió viral: “Presidente, lo que en democracia
no se consigue con los votos, no existe”.
La insurrección constitucional que tiene lugar en Venezuela nació en
defensa del voto y en contra de las armas. En defensa del voto han muerto
muchos jóvenes y, lamentablemente, mientras Maduro y su secta se mantengan en
el poder, muchos seguirán muriendo. La defensa del voto ha desnudado el
carácter dictatorial y asesino del régimen.
No
el voto -eso es lo que no logran entender los extremistas de la oposición
quienes coincidiendo con Maduro acusan a los defensores del voto de
“electoralistas”- sino la defensa del voto será la razón que llevará a la caída
de la dictadura, tal como ordenan los artículos 333 y 350 de la Constitución.
El
voto en sí no es un arma. Pero siendo negado puede llegar a ser más efectivo
que todas las balas. Los estudiantes, los profesionales, los intelectuales, las
madres y las abuelas, las iglesias, los chavistas y militares constitucionales,
y no por último, los pobres urbanos y semiurbanos, están en estos momentos
concertando sus fuerzas y acciones en defensa del derecho político más
elemental de nuestro tiempo: el del sufragio universal.
Frente
a una coalición nacional tan amplia, ninguna dictadura, por más armada que sea,
logrará imponerse. La defensa de los votos –como ya ha sucedido en otras
gestas democráticas- vencerá nuevamente a las armas.