El término dualidad
de poderes merece una explicación adicional. Su origen teórico proviene de las
plumas de Lenin y Trotzky durante “la revolución de febrero” – la única, la
verdadera revolución, la antizarista-
que dio origen al gobierno provisional, democrático, social y
parlamentario de Alexander Kerensky. En
términos más exactos, aquello que tuvo lugar en el breve periodo que va desde
febrero a noviembre de 1917, fue una trilogía de poderes: el del aparato
militar y burocrático zarista enquistado en el Estado, el del gobierno
provisional (liberal, democrático y parlamentario) y el supuesto poder de los
soviets (concejos).
La reducción de la
trilogía de poderes a una dualidad clasista fue un truco semántico de Trotzky y
Lenin a fin de hacer aparecer al gobierno de Kerensky como una simple
prolongación del zarismo. Entre Trotzky y Lenin había, sin embargo, una
diferencia.
Mientras para
Trotzky los soviets deberían asegurar la hegemonía del “proletariado” sobre el
resto de las clases populares, para Lenin, conciente de que “la clase obrera”
era extremadamente minoritaria y “tradeunionista” (sindicalismo despolitizado)
los soviets debían estar formados por obreros, campesinos y soldados bajo
conducción de los bolcheviques. Los soldados eran para Lenin el eslabón
decisivo. No porque los soldados se hubiesen vuelto de pronto revolucionarios,
sino simplemente porque eran portadores de armas.
A esas masas de
desertores y lisiados de una guerra perdida que -sí se leen testimonios como
los de John Reed y Victor Serge- vagaban por
las calles de Moscú y San Petersburgo, lo único que les interesaba era
ser reclutados por alguien a fin de no morirse de hambre. Los bolcheviques lo
hicieron.
El golpe de estado
bolchevique que tendría lugar con la “toma del Palacio de Invierno” fue llevado
a cabo por multitudes de desarrapados, vagabundos y borrachos entre los que se
contaban esos mal armados (pero al fin armados) soldados reclutados por los
seguidores de Lenin. De acuerdo a la literatura oficial de la URSS en octubre
fue resuelta la dualidad de poderes entre “la burguesía” representada por
Kerensky y “el proletariado” en los soviets dirigidos por los bolcheviques.
Desde 1917 hasta el
2017 hay un siglo. Y nuevamente, como consecuencia de una revolución
democrática –tan democrática como fue la de febrero en contra del zar Nicolás
ll - ha aparecido, esta vez en Venezuela, otra dualidad de poderes.
Naturalmente, el Nicolás ruso no tiene nada que ver con el Nicolás venezolano.
Aparte, claro está, de que ambos llegaron a ser sangrientos dictadores,
repudiados por su pueblo y por todo el mundo democrático.
La dualidad de
poderes surgida en Venezuela tampoco tiene que ver demasiado con la de la Rusia
de Lenin. Por de pronto, adquiere distintas formas. En un primer piso, toma una
forma institucional: a un lado el gobierno, representante de una extrema
minoría, al otro la Asamblea Nacional, representante de una inmensa mayoría. En
un segundo piso, adquiere una forma constitucional; a un lado la
constituyente cubana, al otro lado la Constitución de 1999. El tercer piso,
toma una forma política: la del conflicto entre dictadura y democracia.
En el cuarto piso aparece una forma social: una contradicción entre el
conjunto de la sociedad civilmente organizada (sindicatos, empresarios,
universidades, iglesias, representantes de la cultura e incluso del deporte) en
abierto conflicto con una oligarquía estatal cuya base de apoyo solo proviene
de las instituciones militares a través de una alianza entre los altos mandos y
el lumpen: con y sin uniforme.
La quinta forma
de la dualidad de poderes, la del quinto piso, digámoslo así, su quinta esencia, es la que tiene
lugar entre los cuerpos militares y la ciudadanía política. Ahora, justo en
este punto, aparece un hecho de importancia decisiva.
La dictadura al
imponer la constituyente cubana ha convertido en irreconciliable a la dualidad
de poder y con ello ha renunciado al poder político para entregarlo sin
condiciones al poder militar. La imposición de la constituyente cubana entonces es equivalente a la
firma de un acta de ingobernabilidad. Eso tendrá gravísimas consecuencias para
Maduro. Retirarse del ejercicio del poder político a favor del militar,
significará lisa y llanamente cambiar el principio de gobernabilidad por el
principio de dominación. De este modo
la dictadura modificará su carácter. Ya no será política-militar sino solamente
militar. En otras palabras, será lo que potencialmente ya era, la dictadura del
ejército con un títere civil en el gobierno (que podría ser Maduro u otro)
La lección que de
ahí surgirá para la oposición es que, aún con una eventual caída (o renuncia)
de Maduro, no será resuelto el problema fundamental pues los principales
enemigos, y por eso mismo, los principales interlocutores, serán
definitivamente los militares.
Militares que no
son los andrajosos armados de los tiempos de Lenin. Son, por el contrario, una
clase social de estado dispuesta a todo si se trata de defender sus
privilegios. Pero aún así, en un momento indeterminado deberán tomar conciencia
de que todas las armas del mundo no bastan para gobernar si frente a ellas se
encuentra la absoluta mayoría de la nación.
La imposición
forzada de la constituyente cubana no será, en consecuencia, una derrota para
la oposición. Todo lo contrario: creará nuevas condiciones para ocupar los
espacios políticos cedidos por Maduro, ampliar alianzas en diferentes
direcciones y mantener la lucha de calles, siempre y cuando no sea abandonada,
ni por un solo segundo, la letra de la Constitución. Esa Constitución ha
llegado a ser el nexo que une a la oposición con el chavismo descontento, el
programa de acción de todas las fuerzas democráticas, la trinchera que nunca
deberá ser cedida a nadie.
La que tiene lugar
en Venezuela es, para decirlo con la misma jerga chavista, una lucha irregular
y prolongada. Los imponderables –a los cuales para que aparezcan hay que
ayudarlos- decidirán finalmente el curso de esa tragedia. Ahí reside
precisamente el fondo de la dualidad de poder que experimenta Venezuela, la más
básica: la de la guerra contra la política. Si esa dualidad será resuelta a
favor de las armas o de la razón, o si aparece un inesperado fraccionamiento al
interior de las FAN, o un simple rayo de luz que lleve a un entendimiento
mínimo entre el poder político de la oposición y el militar de la dictadura, no
lo sabemos. El futuro no está escrito en ninguna parte.