21.06.2017
Si
tuviera que preparar un seminario acerca de la historia del socialismo europeo,
haría el siguiente esquema:
1)
Socialismo democrático, desde la fundación de las socialdemocracias europeas
hasta llegar a la sociedad post-industrial.
2) Socialismo comunista o soviético, desde la fundación del partido bolchevique hasta la caída del Muro de Berlín
3) Socialismo salvaje emergido en la sociedad post-industrial desde las ruinas de los dos socialismos anteriores.
2) Socialismo comunista o soviético, desde la fundación del partido bolchevique hasta la caída del Muro de Berlín
3) Socialismo salvaje emergido en la sociedad post-industrial desde las ruinas de los dos socialismos anteriores.
Sobre
la historia de los dos primeros se ha escrito mucho. Destaquemos que ambos, a
pesar de una larga rivalidad, tienen su origen en la teoría marxista,
convertida por los socialdemócratas en teoría del desarrollo económico y por
los comunistas en ideología de estado. Para los primeros se trataba de
transformar al capitalismo hasta que dejara de parecerse a sí mismo. Para los
segundos de acceder al poder para construir el comunismo por medio de la fuerza
bruta.
Ambos
socialismos echaron raíces en las clases trabajadoras. Durante un largo tiempo
llegaron a representar la alianza entre “la clase obrera” y los intelectuales.
Por esa misma razón, ambos se vinieron abajo con el fin de la sociedad
industrial a la cual pertenecían. Los comunistas con el industrialismo
estatista, los socialdemócratas con el industrialismo liberal.
La
sociedad post-industrial no es predominantemente una sociedad de clases sino de
fracciones o segmentos imposibles de ser unidos por intereses sociales comunes.
Esos empleados de empresas fantasmas, esos trabajadores sin tradición ni
historia, esos micro-empresarios de las redes digitales, carecen de
representaciones orgánicas (como fueron los grandes sindicatos de la era
industrial). Por lo mismo, su comportamiento político es errático y
circunstancial. Pueden seguir con la misma pasión a partidos xenófobos o a líderes
demagógicos de izquierda.
A
diferencia de comunistas y socialdemócratas, los socialistas post-industriales
carecen de una línea definida. Esa es la diferencia con los comunistas del
pasado quienes no eran demócratas pero al menos eran previsibles. Los
socialdemócratas, a su vez, eran democráticos y previsibles. Los socialistas de
la tercera ola son, en cambio, antidemocráticos e imprevisibles. Por eso los
llamamos “salvajes”.
Los
socialistas salvajes actúan de acuerdo a sus instintos de poder. Los grandes
“cambios” que ofrecen, varían según el
público. Frente a estudiantes aparecen como contestarios irreverentes. En el
parlamento como reformistas. Ante las viudas de la izquierda nostálgica
levantan consignas pasionarias. Frente a las feministas y gays abogan por la
libertad de los sexos y de los géneros. Ni siquiera –es el caso de Francia
Insumisa- temen converger con los nacionalismos de ultraderecha con los cuales
comparten un repertorio común: anti-europeismo y una pleitesía a toda prueba a
las autocracias homofóbicas como la de Putin en Rusia. En otros casos –Podemos
de España, por ejemplo– cuando
se trata de aumentar sus votaciones, no vacilan en crear vínculos con los
partidos escisionistas.
Menos
que intereses sociales, los socialistas salvajes atizan resentimientos. Sus
enemigos no son clases económicas, sino el establishment, es decir, todo lo que
está supuestamente “arriba”; cualquier cosa; lo que sea. Algunos de sus
líderes, como Iglesias, son eximios actores. No tienen grandes ideas pero sí
ingeniosas ocurrencias destinadas a calentar a las masas volátiles que
ocasionalmente los siguen.
Aunque
del socialismo del pasado mantienen ritos nostálgicos (puños en
alto, canciones revolucionarias, baratijas sesentistas) son hijos de la
post-modernidad global. Pero no hay que engañarse: detrás de sus apariencias
festivas ocultan su latente peligrosidad. Pues al igual que los comunistas del
pasado, su relación con la democracia es instrumental. Incluso no vacilan –en
nombre de un abstracto anti-capitalismo- en apoyar a siniestras dictaduras
militares, como a la d Maduro y Ortega, entre otras.
Junto
con las tendencias xenófobas que asolan Europa, los socialistas salvajes
representan un desafío para la democracia moderna. Hay que estar atentos. En
lugar de mirarlos como a entertainers de la sociedad del espectáculo, es
necesario enfrentarlos como lo que son: demagógos producidos por la anomia
social, caricaturas de un pasado que no volverá, “momios” de una izquierda
ultrareaccionaria.
¡No
pasarán!