El
recalentamiento de la atmósfera no es en sí un hecho político pero sus
implicaciones políticas son múltiples. Importante tenerlo en cuenta para saber
a qué renuncian los EE UU de Trump al declinar su participación en el Acuerdo
de París (2015).
Por
de pronto, Trump ha roto con una tradición que mantenía escuela en su país:
aquella basada en la diferenciación entre asuntos de gobierno y asuntos de
estado. Mediante los primeros, un gobierno en nombre del estado contrae
compromisos con otros estados. Compromisos que al ser inter-estatales no están
sujetos a los vaivenes de la política contingente.
Al
desvincularse del Acuerdo de París, Trump ha creado un hecho precedente de
acuerdo al cual las obligaciones internacionales son sometidas al arbitrio de
electores circunstanciales (además, no todos los que votaron por Trump lo
hicieron en contra del Acuerdo de París). Al menos el Brexit, pese a todas las
consecuencias negativas que pueda tener, fue resultado de una decisión soberana
asumida en un plebiscito nacional. No así la decisión de Trump
Más
problemático resulta el incumplimiento del Acuerdo de París si se toma en
cuenta la importancia económica, política y militar de los EE UU. Al poner a su
gobierno al nivel de regímenes autoritarios como los de Nicaragua y Siria,
Trump no solo ha rebajado el prestigio internacional de su país. Ha creado,
además, las condiciones para que otros gobiernos sigan su ejemplo. Las
consecuencias pueden ser catastróficas.
El
Acuerdo de París fue la culminación de un largo proceso de discusiones
realizadas sobre la base de hechos concretos y visibles. El recalentamiento de
la atmósfera inducido por un crecimiento económico sometido a la anarquía de
una producción orientada a la obtención de ganancias inmediatas, no es un
invento teórico.
Sequías
y sus consecuentes hambrunas, llevan y llevarán a guerras y migraciones
masivas. El derretimiento de la capa polar producirá más inundaciones, millones
de seres humanos morirán día a día, no como consecuencia de fenómenos naturales
sino como resultado de una política anti-natural como es la que sustenta Trump.
El
Acuerdo de París fue expresión de una nueva toma de conciencia universal. Una
que pensaba al planeta como un mundo común. Un mundo frágil al que hay que
cuidar todos los días para que no se muera. Por primera vez en la historia
aparecían teorías económicas que, trascendiendo espacios nacionales,
incorporaban a su repertorio la existencia de valores no cuantitativos.
Cuando
algunos – a fines de los setenta- comenzábamos a incursionar en las teorías
ecológicas, nos hicimos la pregunta ¿Cuántas vidas humanas vale un árbol? Pese
a que nunca será respondida con precisión matemática, esa pregunta no ha
perdido su validez. Solo gente como Trump son incapaces de establecer una
relación entre las emisiones de las industrias, un árbol sin hojas, el
nacimiento de un desierto y un niño que muere de hambre. Pues bien: contra esa
economía puramente cuantitativa fue suscrito el Acuerdo de París.
En
defensa del Acuerdo de París, los gobiernos de esa nueva Europa aparecida
gracias a los triunfos electorales del 2017, ocupan un lugar de vanguardia.
Pero el papel decisivo corresponderá a los ciudadanos norteamericanos. Ellos
deberán hacer saber a su presidente que su planeta interno no es el mismo que
habitamos.
PS.
Justo al finalizar estas líneas llegó la noticia de que tres gobernadores,
treinta alcaldes y ochenta presidentes de universidades estadounidenses, han
decidido no acatar la decisión de Trump.