Hay
que ser en verdad muy cojonudo para desafiar públicamente al autócrata número
2, Erdogan, quien ha hecho de la homofobia una doctrina de Estado, tal como el
autócrata número 1, el ruso, cuando manda apalear sin misericordia a los gais
cada vez que salen a defender sus prohibidos deseos sexuales.
Ese
Domingo, Estambul y Ankara parecían ser Caracas. Los guardias, al igual que la
soldadesca de Maduro, dispararon perdigones a los defensores del “orgullo Gay”.
No llegaron a las balas. Pero hubo heridos. Lo de siempre.
Los
gais turcos prometieron volver el próximo año, en la misma fecha, a la misma
hora. Ellos saben que al luchar por su libertad sexual lo hacen por el derecho
a ser lo que son. Las de homos y lesbianas no se diferencian en ese sentido de
otras luchas por la libertad. Y como ellas, trascienden a sus objetivos
inmediatos.
Todas
las dictaduras son homofóbicas. La razón parece ser obvia: todas son militares
y por eso intentan imponer “valores” que provienen de los cuarteles. Pero hay
otra razón aún más decisiva: toda dictadura, al serlo, viola los derechos
humanos. Y esos derechos –lo advirtió mucho antes que Michael Foucault, Thomas
Hobbes en su libro De Corpore- son derechos del cuerpo. El ser humano es
un ser corporal y por lo mismo sus derechos son corporales. Esa es la razón que
explica por qué el control sobre los cuerpos –la expresión más radical es la
tortura- ha sido y es un objetivo central de todo poder dictatorial.
Mariela
Castro, sexóloga hija del dictador Raúl, ha intentado establecer una excepción
a la regla, abogando por los derechos sexuales de los gais cubanos,
precisamente en el país donde su tío quiso hacerlos desaparecer para siempre.
Yoani Sánchez, mordaz disidente, conjuntamente con aplaudir la intención de
Mariela, declaró que es difícil defender derechos sexuales y a la vez negar
otros derechos humanos, como son la libertad de movimiento, de expresión, de
reunión y asociación.
Los
derechos humanos forman una cadena y sus eslabones están unidos unos a otros
fue el argumento de Yoani. Por eso, cuando son negados, se convierten en
derechos políticos. Mariela no respondió a Yoani. Bajo una dictadura no hay
debate. Y donde no hay debate no hay política.
“Todo
es político”, fue una de las consignas de los movimientos feministas del siglo
pasado. No es cierto. Si todo fuera político, el mundo, sin sus intimidades,
sería un infierno público. No obstante, bajo determinadas condiciones todo
puede llegar a ser político, incluso lo más íntimo: la sexualidad, sobre todo
cuando es negada por un determinado régimen. Por lo mismo el tema no es inherente
a la cultura islámica en el caso de Erdogan, ni a la religión ortodoxa en el
caso de Putin, ni al ateismo de Fidel Castro, Stalin o Hitler. Pero sí es
inherente a toda dictadura.
Practicar
el amor en formas mutuamente elegidas es un derecho inalienable. Por eso,
cuando es negado desde el poder, el amor puede llegar a ser un contra-poder. Si
ese contra-poder sale de los dormitorios e irrumpe en las calles, será público
y político. Y para defenderlo hay que tener los cojones bien puestos. Justo ahí
donde los tienen las y los manifestantes de Turquía: en el corazón.