Solo en casos muy especiales debemos pensar en tiempo subjuntivo. Lo que hubiera sucedido si no hubiera pasado lo que pasó, es por lo general un tipo de razonamiento que no sirve demasiado. Pero hay excepciones. Una de esas tiene que ver con el inesperado distanciamiento entre la UE y los EE UU hecho público por Angela Merkel después del espectáculo de mala educación e intransigencia exhibido por Donald Trump durante las reuniones de la cumbre del G7.
Entonces fue
inevitable hacerse una pregunta subjuntiva: ¿Qué hubiera sucedido si Le Pen y
no Macron hubiera ganado las elecciones en Francia? Por de pronto, el eje
franco-alemán no existiría. Trump y Le Pen habrían celebrado el fin de la
unidad europea y el retorno de la Europa de las naciones. Pero gracias al
triunfo de Macron, se invirtieron los papeles.
Fue Merkel la que
se distanció de EE UU (y Gran Bretaña) y no al revés. Fue Merkel y no Theresa
May la que se erigió como representante de una nueva política para Europa. Fue
Merkel y no Trump quien puso sobre la mesa las condiciones para una nueva
relación entre Europa y los EE UU. Y no por último, fue Merkel y no Trump quien
estableció los pilares para una reformulación de la Alianza Atlántica.
Las diferencias
entre Merkel y Trump parecen ser por el momento insalvables. En lo económico,
una Europa global contra un EE UU proteccionista. En lo político, una Europa
liberal contra un EE UU cultivando relaciones con autocracias que amenazan la
integridad de Europa. En lo cultural, una Europa abierta al mundo contra un EE
UU encerrado en muros. En lo ecológico, una Europa que busca detener los
efectos del cambio climático y un gobernante norteamericano que opera según los
arcaicos criterios de la pura rentabilidad inmediata.
Las cartas las
expuso Angela Merkel después de la cumbre. En términos textuales: “Los días en
los cuales los unos podíamos confiar en los otros ya han terminado” (...)
“Debemos tomar el destino con nuestras propias manos”
En otras palabras,
ha comenzado una nueva era en las relaciones entre EE UU y Europa. No se trata
de una ruptura. Ni siquiera de una separación, pero sí de un notorio distanciamiento.
Cabe preguntarse si
lo sucedido durante la Cumbre es solo culpa de las torpezas diplomáticas de
Trump. Naturalmente, algo tienen que ver. Pero Trump solo ha apresurado una
situación que ya se venía dando. El hecho objetivo es que la relación entre
Europa y los EE UU era mantenida de acuerdo a los dictados de una Guerra Fría
que hace tiempo dejó de existir. Pero después de la caída del muro, Europa y EE
UU no enfrentan a un solo enemigo sino a una diversidad de contradicciones no
siempre comunes.
Los amigos de EE UU
no son por definición amigos de Europa, ni al revés tampoco. Alguna vez tenía
que producirse ese alejamiento anotado por Merkel.
Después de las
palabras de la gran mujer, ha amanecido una tercera Europa. La primera fue la
Europa de los estados nacionales, la de las guerras mundiales y de las malas
vecindades. Después de 1945 apareció una Europa protegida por una Alianza
Atlántica comandada por los EE UU. El año 2017, en torno al eje franco-alemán,
ha emergido una Europa autónoma consciente de sus propios intereses e ideales.
La Alianza
Atlántica no desaparecerá del todo. EE UU y Europa están vinculados por una
comunidad de destino que trasciende al periodo Trump. Pero la relación entre
las unidades más significantes del occidente político ya no serán las mismas de
antes. Y quizás es mejor que así sea. Europa debe existir sobre las bases de lo
que es o ha llegado a ser. Esa es seguramente la opinión que comparten Merkel y
Macron.