De todas las películas del sueco Ingmar
Bergman, quizás GRITOS Y SUSURROS sea la más impactante, por su tema de dura
humanidad, por su planteamiento formal. El cineasta tenía el método de escribir
el argumento en forma de relato, para luego desarrollar los diversos temas en
busca de la unidad o totalidad. Al principio surge como una oscura corriente de
agua con caras, movimientos, voces, exclamaciones... Y cuando tiene el tema ya
planeado, comienza la formación del film.
Toda la producción cinematográfica
de Ingmar Berman muestra un trabajo de exhaustiva elaboración tanto visual como
temática, con el objetivo de explorar la naturaleza de la condición humana. La
mayoría de sus películas se ocupa de la soledad, la esterilidad y la angustia
del alma. Sin embargo, pese a tales temas, y gracias a una acertada fotografía,
las películas de Bergman capturan imágenes dramáticas de una inmensa belleza.
GRITOS Y SUSURROS es una de las mejores obras del director, por su presentación
visual impresionante destinada a mostrar con profundidad psicológica el dolor
tanto físico como emocional de los protagonistas.
Ha sido altamente elogiada
y admirada, y probablemente sea uno de los trabajos cinematográficos más
destacados en la carrera de Bergman.
La muerte es el centro del
movimiento de los personajes. Son cuatro mujeres: tres hermanas y una criada.
Una de las hermanas, Agnes,
está en trance de morir de cáncer y es cuidada por las otras dos: Karin y
María, y especialmente por la criada, Anna.
Agnes, la muriente (representada
de modo extraordinario por Harriet Anderson), es la propietaria de la finca.
Aquí ha nacido y su vida ha sido un transcurso tranquilo, sin emociones
intensas y sin el amor de una pareja. Ahora padece de un cáncer y espera la
muerte con serenidad, a veces con desesperación y dolor expresado en gritos.
Durante el desarrollo del drama pasa en la cama la mayor parte del día. Reza a
un Dios que puede aliviarla, sin mucha convicción.
Karin (Ingrid Thulin) es la
hermana mayor de las tres. Se ha casado con un hombre de edad y con buena
posición económica y se fue a vivir lejos de la casa paterna. El matrimonio ha
sido un fracaso, pero subsiste por conveniencia. Es madre de algunos hijos y no
parece haber sentido la maternidad. Es una mujer controlada en sus emociones y
no expresa el odio que siente por su marido. En ella se nota una nostalgia de
intimidad.
La menor de las hermanas es María
(Liv Ullmann), está casada con un hombre rico de la sociedad burguesa destacada
en la película. Tiene una hija pequeña, mimada como la madre. María ama el
placer, sin consideraciones morales.
Como soporte espiritual de las
tres hermanas, está Anna (Kary Sywan), la criada de la casa. Tuvo una hija y
ambas fueron recibidas por Agnes, la muriente. Entre ellas se ha establecido
una amistad tácita para enfrentar la soledad. Al morir la hija de la criada, la
relación entre las dos mujeres se hace más estrecha. Anna es protección y
vigilancia, de cuerpo pesado y sensualidad latente.
El escenario tiene un estilo que
se asemeja a lo que se nos presenta en sueños. Muebles y accesorios de
gran belleza, relojes que suenan en el amanecer, algunos mezclan sus sonidos.
El único reloj que no funciona es el del dormitorio de Agnes, que enfrenta la
agonía rodeada de lujos inútiles ya para ella: las cosas están allí aunque ya
no las deseamos o necesitamos.
Todo se propone en el color rojo
de diversos tonos. La agonía de Agnes es retratada en combinación con recuerdos
de los personajes. María recuerda cómo engaña a su marido con el médico; Karin
evoca el momento de la cena con su esposo, a solas, cuando se corta la vagina
con un vaso roto, para evitar que el marido la busque sexualmente. También
Anna, la criada, despierta sus recuerdos de la relación amorosa que ha
tenido con la enferma Agnes.
Es una película cruel y sublime.
En una escena al final de la obra, la criada toma en sus brazos a la muriente
Agnes, en una posición que imita La Piedad, de Miguel Ángel. El cruce de las
imágenes es muy característico de Bergman: luces y sombras se alternan para
crear una iluminación indirecta, como en los días nevados.
La escena final nos muestra a las
tres hermanas y a la criada (después de la muerte de Agnes), vestidas ahora de
blanco, en un paseo por el parque soleado de verano. La imagen, idílica, es una
evocación del diario de Agnes, abandonado después de su muerte:
“Un día de verano. Hace fresco, como un anuncio del otoño, pero
luce el sol. Mis hermanas, Karin y María, han venido a visitarme. Es
maravilloso volver a estar juntas como antes, como en la infancia…”
Bergman retiene en toda su obra
los recuerdos de la infancia (Fanny y Alexander, de 1983), sometida al rigor
religioso de la familia. Pareciera que en este final de la película se
reconciliara con el tiempo vivido en la niñez, como para dejarnos la
frase final del diario de Agnes: “Esto es la felicidad. No puedo desear nada mejor. Ahora, durante
unos minutos, conozco la perfección…”
El tema de la película pudiera
ser banal si no estuviese planteado con la complejidad psicológica del autor
sueco. Un sueño, una esperanza, el temor ante la muerte de Agnes, sufrido por
todas y padecido por la hermana en trance de morir, se expresan en cuadros de
rojo diverso, yuxtapuestos con el juego de la memoria de los protagonistas: Esa
memoria que son las grietas del olvido y dan paso al remordimiento.
Bergman dijo, quizás en broma,
que el interior del alma es una membrana húmeda de matices rojos.
La música de Bach y de Chopin
ofrece, alternativamente, la trágica densidad del tema y el romanticismo
implícito en la piedad que merecen los personajes.
La actuación de las cuatro
mujeres está a cargo de actrices amadas por Bergman, y que nos ofrecen una
soberbia representación de las pasiones humanas en torno al placer y la muerte.
Una gran película que destaca la
presencia de la mujer, con sus matices de entrega amorosa, duda y capacidad de
odio.
George Steiner dijo en una
entrevista "no
haber comprendido que la gran poética de la segunda mitad del siglo XX sería la
del cine."