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Yo no
trabajo con escenarios.
Había terminado
recién de leer uno de los muchos artículos que dibujan próximos escenarios con
referencia a procesos politicos que tienen lugar en el presente inmediato. A
través de sus líneas, un muy autorizado demoscopista hacía trabajar su
imaginación para pintar cuadros coherentes acerca de las alternativas que se
avecinan en el futuro próximo de su país.
No obstante, estoy
seguro que, si al día siguiente hubiera sido consultado, con toda probabilidad
nos habría presentado escenarios diferentes. Lo sé por experiencia.
Durante un tiempo
yo también trabajé con posibles escenarios. Hasta que un día me di cuenta de
que eso no tenía sentido. Una razón es la siguiente: un escenario parte de la
base de una realidad que se despliega en el tiempo de un modo no interferido
por hechos circunstanciales, hechos que son, a fin de cuentas, los que dan
forma a la historia.
Los llamados
procesos históricos no son sino articulaciones de acontecimientos imprevistos
(si no fueran imprevistos, no serían acontecimientos).
Si predicciones
simples -las del tiempo atmosférico, por ejemplo- suelen fracasar, con mayor
razón están condenadas a fracasar las que se hacen sobre una realidad en la
cual intervienen multitudes de personajes imprevisibles, equívocos y tan
contradictorios como son los humanos. Más todavía si se tiene en cuenta que no
hay ninguna construcción de escenarios a la cual podamos conferir una carácter
objetivo. La historia, definitivamente no es la historia de sus leyes (que no
existen) sino de sus accidencias.
La vida es fortuita
y el futuro no existe por la sencilla razón de que es futuro.
Cada predicción,
cada apuesta, cada posible escenario, es la inevitable expresión de nuestros
deseos proyectados sobre el telón de un imaginado futuro.
Casi no tendría
necesidad de decirlo. La física cuántica descubrió hace tiempo el rol
determinante del observador en la observación, hasta el momento en que hubo de
aceptar la amarga verdad: el observador no solo observa; interviene en la
observación. La modifica, la altera, la reconstruye. La realidad objetiva – es
la deducción- no es más que el producto de la observación de observadores
subjetivos. Con mayor razón si se trata de una realidad futura, es decir,
todavía inexistente.
Conocer el futuro ha
sido una de las ambiciones más grandes de las meta-teorías de nuestro tiempo.
Todas han fracasado. La imaginación de escenarios, a su vez, no pasa de ser un
residuo que nos dejaron esas meta-teorías. Y al igual que ellas, esos posibles
escenarios nos vinculan a un futuro, a “más alláses” imposibles de ser
verificados desde el lugar del presente donde habitamos. Más todavía, nos
despojan de la rica existencialidad que cada momento ofrece, de la
multiplicidad de sus alternativas y de la posibilidad de pensar intensamente el
momento vivido.
La acción (no solo)
política requiere, por supuesto, de objetivos, pero los objetivos no son
escenificables.
El verso de Machado
“caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no por ser tantas veces
citado ha dejado de ser cierto. La política debe ser vivida en tiempo presente,
tiempo desde donde nos trazamos objetivos destinados a ser cumplidos en el
futuro.
Objetivos sí, escenarios no. Podría ser un buen lema.