Fernando Mires - ESCENARIOS IMPOSIBLES



Cuando durante  una conversación telefónica destinada a ser difundida en una emisora,  Shirley Varnagy me preguntó acerca de posibles escenarios del proceso venezolano, me sorprendió lo inmediata y tajante que surgió mi respuesta.
-         Yo no trabajo con escenarios.
Había terminado recién de leer uno de los muchos artículos que dibujan próximos escenarios con referencia a procesos politicos que tienen lugar en el presente inmediato. A través de sus líneas, un muy autorizado demoscopista hacía trabajar su imaginación para pintar cuadros coherentes acerca de las alternativas que se avecinan en el futuro próximo de su país.
No obstante, estoy seguro que, si al día siguiente hubiera sido consultado, con toda probabilidad nos habría presentado escenarios diferentes. Lo sé por experiencia.
Durante un tiempo yo también trabajé con posibles escenarios. Hasta que un día me di cuenta de que eso no tenía sentido. Una razón es la siguiente: un escenario parte de la base de una realidad que se despliega en el tiempo de un modo no interferido por hechos circunstanciales, hechos que son, a fin de cuentas, los que dan forma a la historia.
Los llamados procesos históricos no son sino articulaciones de acontecimientos imprevistos (si no fueran imprevistos, no serían acontecimientos).
Si predicciones simples -las del tiempo atmosférico, por ejemplo- suelen fracasar, con mayor razón están condenadas a fracasar las que se hacen sobre una realidad en la cual intervienen multitudes de personajes imprevisibles, equívocos y tan contradictorios como son los humanos. Más todavía si se tiene en cuenta que no hay ninguna construcción de escenarios a la cual podamos conferir una carácter objetivo. La historia, definitivamente no es la historia de sus leyes (que no existen) sino de sus accidencias.
La vida es fortuita y el futuro no existe por la sencilla razón de que es futuro.
Cada predicción, cada apuesta, cada posible escenario, es la inevitable expresión de nuestros deseos proyectados sobre el telón de un imaginado futuro.
Casi no tendría necesidad de decirlo. La física cuántica descubrió hace tiempo el rol determinante del observador en la observación, hasta el momento en que hubo de aceptar la amarga verdad: el observador no solo observa; interviene en la observación. La modifica, la altera, la reconstruye. La realidad objetiva – es la deducción- no es más que el producto de la observación de observadores subjetivos. Con mayor razón si se trata de una realidad futura, es decir, todavía inexistente.
Conocer el futuro ha sido una de las ambiciones más grandes de las meta-teorías de nuestro tiempo. Todas han fracasado. La imaginación de escenarios, a su vez, no pasa de ser un residuo que nos dejaron esas meta-teorías. Y al igual que ellas, esos posibles escenarios nos vinculan a un futuro, a “más alláses” imposibles de ser verificados desde el lugar del presente donde habitamos. Más todavía, nos despojan de la rica existencialidad que cada momento ofrece, de la multiplicidad de sus alternativas y de la posibilidad de pensar intensamente el momento vivido.
La acción (no solo) política requiere, por supuesto, de objetivos, pero los objetivos no son escenificables. 
El verso de Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no por ser tantas veces citado ha dejado de ser cierto. La política debe ser vivida en tiempo presente, tiempo desde donde nos trazamos objetivos destinados a ser cumplidos en el futuro.
Objetivos sí, escenarios no. Podría ser un buen lema.