El encuentro entre
Angela Merkel y Emmanuel Macron (15.05.2017) siguió las ceremonias de un rito
practicado desde decenios. Pero esta vez tuvo un carácter histórico. Macron, al
haber detenido el avance de los “bárbaros” representados en la candidatura Le
Pen, fue festejado en Alemania como un Asterix post-moderno.
Sobre el eje
formado por ambas naciones, Alemania y Francia, reposa gran parte del peso de
lo que, según sus gobernantes, será la nueva Europa: el continente de la
democracia, de la libertad y de la prosperidad económica. Por ahora, una
utopía.
Lo que no es
utopía, es decir, lo que sí puede llegar a ser la nueva Europa en un corto plazo, es un dique frente a las autocracias que amenazan a Europa desde su
periferia. Antes que nada la de Erdogan en Turquía y la de Putin en Rusia. El
primero, pretendiendo erigirse en líder político de un islamismo
anti-occidental. El segundo, en busca de la recuperación territorial de la
Rusia zarista. El primero, intentando movilizar a su favor masas de emigrantes
islámicos. El segundo apoyado en partidos putinistas y anti-europeos de
ultraderecha y ultraizquierda.
Desde el plebiscito
del Brexit, elaborado torpemente por Cameron para capitalizar apoyos políticos
internos, había comenzado a rodar la noticia del fin de la Europa moderna. Fue,
afortunadamente, una falsa noticia.
En sí mismo el
Brexit no era un peligro para Europa. Al fin y al cabo los británicos mantenían
desde antes del Brexit un pie afuera, así como después del Brexit mantendrán –conocidos
los resultados de las elecciones francesas- un pie dentro de la UE. Lo
importante es que el retorno a una Europa fraccionada en diversos estados
nacionales -profetizada después del Brexit- no tendrá lugar ni a corto ni a mediano plazo. El eje franco-alemán
es demasiado sólido para que eso ocurra.
Ambos gobiernos, el
de Alemania y Francia, emergen fortalecidos. Macron no solo logró detener al
avance lepenista. Atrajo, además, a sectores políticos conservadores y
socialistas hacia el centro. Merkel, a su vez, ha logrado victorias electorales
en difíciles reductos: Región del Sarré, Renania del Norte Westfalia y
Schleswig Holstein. El crecimiento de la ultraderecha neo-fascista, que llegó a
alcanzar un 12%, ha sido reducido a la mitad. La extrema izquierda (Die Linke)
se encuentra estagnada y la socialdemocracia, pese a un espectacular cambio de
liderazgo, continúa indetenible su ruta de debacles electorales. Ya casi nadie
duda de que la próxima canciller será, para variar, Angela Merkel.
Un mérito de Merkel
parece ser inédito: ha transformado a la CDU en un partido de centro, con
vocación liberal y abierto hacia las reformas sociales. Su antigua derecha
endógena, nacionalista y confesional, o se encuentra marginada, o dentro de la
ultraderechista AfD. Además, al reclamar para sí gran parte de las reformas
propuestas por la socialdemocracia, ha terminado por acelerar la profunda
crisis de la familia socialista. La SPD, aparte de unos centavos más por aquí o
por allá, no logra ofrecer un programa diferente al de la Merkel. Imposible hacerlo:
el programa de Merkel nació precisamente de la coalición entre la CDU y la SPD.
La tarea llevada a
cabo por Merkel es la misma que espera a Macron. Los materiales para la
formación de un nuevo centro político que desplace al dualismo clásico (conservadores-
socialistas) están disponibles en Francia pero se encuentran dispersos. Si
Macron logra unificarlos, el eje franco-alemán llegará a convertirse en un
punto político de atracción cuya dimensión trascenderá a Europa.
El renacimiento de
la UE puede tener incluso consecuencias en América Latina. Sobre todo si se
tiene en cuenta que en la mayoría de los países de nuestro continente la
política ha seguido y sigue orientaciones paradigmáticas que provienen de
Europa. Una Europa unida debería ser, a la vez, un apoyo para las luchas
democráticas que tienen lugar en el espacio latinoamericano. Los demócratas
venezolanos –para nombrar un ejemplo reciente- podrán seguir contando, gracias
al eje franco-alemán, con el respaldo de la UE durante la rebelión nacional
surgida frente a la dictadura militar de Nicolás Maduro.
Europa ha retomado
el camino iniciado por los dos grandes antecesores lejanos de Merkel y Macron:
Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. Se prueba así una vez más que las mejores
políticas no surgen de ninguna luminosa teoría, de ninguna academia
politológica, de ninguna mente esclarecida. Ellas aparecen, en la mayoría de
los casos, como reacción frente a peligros imediatos. Y en Europa, esos
enemigos son muchos.
En política no hay
amigos sin enemigos. La unidad entre la Alemania de Merkel y la Francia de
Macron, base del eje franco-alemán, no solo será –citando las legendarias palabras de
Humphrey Bogart en Casablanca- “el
comienzo de una maravillosa amistad”. Será, antes que nada, la respuesta frente
a los muy peligrosos enemigos internos y externos que ambos mandatarios han
sabido reconocer a tiempo.
Putin, después de
las elecciones francesas, no debe sentirse muy feliz. Sus dos candidatos anti-europeos, el ultraizquierdista Jean Luc Mélenchon y la
neofascista Marine Le Pen, mordieron el polvo de la derrota. El nuevo eje
franco-alemán significó, para decir lo menos, una derrota táctica para la Rusia
de Putin. Y un punto de oro para la Europa de la doble eme: la de Merkel y la
de Macron.