No hay nada más difícil que escribir el último verso de
un poema. Debería ser el verso de la revelación, la palabra decisiva, la que dice todo, el triunfo final de la vida contra la muerte. Pero ese verso nunca
aparecerá en la poesía, ni en la mía ni en la tuya ni en la de nadie. Tenemos
al fin que aceptar la verdad amarga: el destino de la poesía es su fracaso.
Nunca diremos lo que realmente queríamos decir. Pues ese verso, el que dará sentido, lógica y razón a cada
poema, no pertenece al reino de este mundo. Ni siquiera está en la Nada. Está
incluso más allá de la Nada. No obstante, sin ese verso final, sin ese verso
final que nunca conoceremos, nunca habría podido nacer
ella, la poesía.