Fernando Mires - MACRON EN MARCHA



La historia no estaba escrita. Fue escribiéndose a lo largo de una de las más intensas campañas electorales vividas en Francia y Europa. Emmanuel Macron y su partido En Marcha, al comienzo solo una minoritaria opción de centro político, fue abriéndose paso, poco a poco, a través de una jungla de inciertas posibilidades. 
Los primeros sondeos ubicaban a Macron en el cuarto o quinto lugar. Dos razones lo llevaron a situarse en el segundo: la implosión socialista -similar a la que experimentan todos los partidos socialistas europeos- y los escándalos financieros del matrimonio Fillon.
El precio que hubo de pagar el alza de Macron fue muy alto para la tradicional política francesa: nada menos que el desaparecimiento de su dicotomía político-histórica: conservadores versus socialistas. A partir de Macron será conformada en la escena francesa, al igual que en la española, un ménage à quatre. Una parte grande, pero paria: AN, y tres partes grandes y fuertes: el socialismo meléncholista, los conservadores (que seguramente sanarán sus heridas) y la promesa macroniana.
Recién dos semanas antes de las elecciones, algunas encuestas entrevieron la posibilidad de que Macron superara a Le Pen. El sorpresivo repunte de los socialistas de Mélenchon quien, además de proponer reformas sociales y políticas rupturistas (entre ellas una Asamblea Constituyente (¡!) cuyo modesto propósito era refundar la república), coincidía con la extrema derecha en su aversión a la clase política, en su desaforado odio a la UE, y en la admiración profesada a la autocracia de Putin. El peligro de una Francia encerrada entre dos extremos hizo que la mayoría de los electores decidiera iniciar una marcha hacia el centro.
Más allá de sus innegables virtudes, Macron fue un invento de la política francesa a fin de defenderse de dos extremismos que amenazaban a la integridad de la nación, a los valores de la democracia moderna y, no por último, a la unidad europea. Gracias a Macron ha triunfado la inteligencia y la razón por sobre la rabia, el desencanto y la anti-política.
Desde el punto de vista internacional, los grandes derrotados fueron Putin y Trump. El primero, fiel a su línea orientada a apoyar todo lo que desastibilice a Europa, apostaba a los dos extremos: Le Pen y Mélenchon. El segundo apostaba a Le Pen con el propósito de destruir no tanto a la unidad política como a la unidad económica europea, gran rival de la economía norteamericana, según la extraña ideología trumpista. Ambos –he estado a punto de escribir, gracias a Dios- fueron derrotados.
Después de Macron, Angela Merkel ya no estará tan sola en este mundo. El eje franco-alemán será más que suficiente para resistir los embates del anti-europeísmo, venga de donde venga. El mal ejemplo del Brexit no logró al fin desatar a ningún tsunami anti-europeo.
Marine Le Pen no será presidente de la república. No podrá serlo mientras sea abanderada no solo de la ultraderecha, sino también de “la triple fobia” (homofobia, eurofobia y xenofobia). Su gran, aunque involuntario mérito histórico, reside en una paradoja: haber obligado a los ciudadanos a cerrar filas en contra de ella y a favor de los valores de la ilustración nacidos en Francia. En contra de la señora Le Pen, ha aparecido en Francia un sólido bloque nacional y democrático.
Muy importante y decisivo fue que Macron y no Le Pen, como se suponía, haya sido el triunfador de la primera ronda. Gracias a ese triunfo la unidad anti-Le Pen no será la de una ciudadanía corroída por el miedo, sino el de un nuevo comienzo histórico y político a la vez. Uno que se yergue hacia el futuro, más allá de izquierdas y derechas, más allá de toda polarización, más allá de todo extremo.
No es improbable, por cierto, que algunos votos ultramontanos obtenidos por Fillon en abril vayan a parar en mayo a las arcas de Le Pen. Tampoco que entre algunos partidarios de Mélenchon pueda más el odio a Europa y al etablishment que la razón política y opten por asumir un cómodo abstencionismo en contra de lo que ellos llaman –como siempre, sin ninguna imaginación- el “neo-liberalismo” de Macron. Sin embargo, toda lógica indica que Emmanuel Macron será el futuro presidente de Francia.