Pedro Campos (desde La Habana) - La política de Trump hacia Cuba: ¿POR QUÉ APURARSE?


En una reciente emisión de Mesa Redonda, de la Televisión Cubana, el periodista Reinaldo Taladrid sugiere que puede haber un endurecimiento de las políticas de EE UU hacia Cuba con el presidente Donald Trump. En mi opinión, habrá que esperar todavía un tiempo para poder precisar por "dónde viene la pelota".
El nuevo presidente de EE UU le ha entrado con la manga al codo a todo aquello a lo que brindó prioridad durante su campaña electoral: la inmigración con el muro y la amenaza terrorista internacional, los problemas comerciales con China y Europa por la "nueva" visión aislacionista-proteccionista y los tratados de libre comercio, Obamacare, la OTAN y la ONU e Israel y los asentamientos en territorio palestino, entre otros.
Sobre el ombligo del mundo, perdón, Cuba, no hay declaraciones ni tuits hasta ahora, solo que se está haciendo "una revisión integral de la política" hacia la Isla. O sea, la vida sigue igual.
Al inicio de campaña, Trump dijo que le parecía bien la política de Obama hacia Cuba. Luego, para ganar en Florida, que apoyaría la lucha del pueblo cubano contra la opresión comunista. Prometió revertir las medidas del entonces presidente o conseguir un mejor acuerdo, calificó a Fidel Castro de asesino... Y ya en la Casa Blanca, mutis. Raúl Castro, mientras, callado.
De ser una prioridad para la Administración Obama, Cuba cayó al más bajo peldaño de atención en la política exterior del Gobierno de Trump. ¿Por qué? Esta sería una explicación con más análisis que información.
Además de vislumbrar que hacer lo mismo no brinda resultados distintos, Obama quiso mejorar las relaciones de EE UU con América Latina restableciéndolas con Cuba. Trump arrancó con el muro, en una cuasi guerra con México y Centroamérica, y rompió los tratados de libre comercio. Como dirían en México, "le vale madre" esta región.
Tampoco conviene olvidar que Trump tiene una cierta expectativa con Putin y espera unas relaciones especiales con Rusia para tratar de manejar los problemas mundiales desde una perspectiva distinta a la confrontación heredada de la Guerra Fría después de la II Guerra Mundial. Paralelamente, todo el mundo sabe que existen unas relaciones especiales entre Putin y Raúl Castro.
En consecuencia, es de suponer que lleguen definiciones más precisas sobre Cuba después del encuentro entre Trump y Putin.
El problema más preocupante para EE UU en sus relaciones con Cuba era la creciente inmigración ilegal procedente de la Isla, por mar y tierra. Pero Obama, antes de retirarse, se encargó de eliminar la política de pies secos/pies mojados, que sin resolver la causa primaria del fenómeno (el desastre cubano ocasionado por el estatalismo-asalariado dizque socialista), al menos ponía un freno momentáneo y daba tiempo a encontrar otras soluciones.
No hacer algo diferente es mantener una política sin proclamarla. La misma decisión de Obama creó otros problemas que ha tenido que enfrentar Trump, como la acumulación en la frontera de cubanos que ya habían salido cuando se produjo el cambio de política migratoria, el arribo de otros que piden asilo y deben ser atendidos en territorio estadounidense según la ley y el asunto de los médicos que ya habían iniciado los trámites en las embajadas de EE UU para acogerse al programa Parole.
Además, ha continuado el intercambio de funcionarios y las exploraciones para ampliar el comercio entre ambos países, a pesar de la decisión del Gobernador de Florida de obstaculizar la entrada del carbón de marabú y suspender la ayuda del estado a los puertos floridanos que comercien con Cuba. Pero esta es una acción estatal floridana, no federal.
Por otra parte, los acuerdos logrados por la anterior administración permiten al Gobierno de Trump estar tranquilo en relación al narcotráfico, la emigración ilegal, el control de tráfico áereo y el terrorismo, aspectos que siempre han preocupado a los gobiernos de EE UU y a sus agencias de seguridad e inteligencia.
Igualmente, Washington puede despreocuparse con respecto a eventuales despliegues de armas en Cuba que pongan en peligro su seguridad, pues está muy claro que el amigo Putin no deberá tener ningún interés en crear esta roncha en sus relaciones con Trump, quien fue muy claro cuando, más menos, dijo que hay que ocuparse más del terrorismo que del comunismo. Un buen entendedor comprende que al magnate no le importan mucho el comunismo castrista ni sus desmanes, mientras los represores cubanos también garanticen que por la Isla no pasen terroristas.
Tampoco debe olvidarse que Trump es negociante antes que político, calculador de costos y ganancias, un pragmático con aspiraciones respecto a Cuba que pudieran coincidir, en parte, con las castristas: desarrollar construcciones hoteleras y campos de golf. Esto, en un país destruido económicamente, con un Gobierno que proclama que su salvación está en engancharse al tren de EE UU y que ya en la práctica semi-depende de él, no debe significar ningún peligro para la gran potencia.
Los anticastristas en el Congreso que se oponían a las políticas de Obama son ahora aliados del Trump que hasta ahora no las ha cambiado.

¿Y el pueblo de la Isla? Un republicano trumpista común, pragmático y aislacionista, no importa si cubano-americano, podría responder: "En el flanco sur tenemos garantizados seguridad y migración con Raúl, loquito por nuestras inversiones, comercio y turismo. Los cubanos vivieron casi 60 años aguantando a Fidel. El hermano no puede ser peor en el tiempo que le queda. ¿Por qué apurarse?"