En una reciente emisión de Mesa Redonda, de la Televisión Cubana, el periodista Reinaldo Taladrid sugiere que puede haber un endurecimiento de las políticas de EE UU hacia Cuba con el presidente Donald Trump. En mi opinión, habrá que esperar todavía un tiempo para poder precisar por "dónde viene la pelota".
El nuevo presidente de EE UU le ha entrado con la manga al codo a todo aquello a lo que brindó
prioridad durante su campaña electoral: la inmigración con el muro y la amenaza
terrorista internacional, los problemas comerciales con China y Europa por la
"nueva" visión aislacionista-proteccionista y los tratados de libre
comercio, Obamacare, la OTAN y la ONU e Israel y los asentamientos en territorio
palestino, entre otros.
Sobre el ombligo del mundo, perdón, Cuba, no
hay declaraciones ni tuits hasta ahora, solo que se está haciendo "una
revisión integral de la política" hacia la Isla. O sea, la vida sigue
igual.
Al inicio de campaña, Trump dijo que le
parecía bien la política de Obama hacia Cuba. Luego, para ganar en Florida, que
apoyaría la lucha del pueblo cubano contra la opresión comunista. Prometió
revertir las medidas del entonces presidente o conseguir un mejor acuerdo,
calificó a Fidel Castro de asesino... Y ya en la Casa Blanca, mutis. Raúl
Castro, mientras, callado.
De ser una prioridad para la Administración Obama,
Cuba cayó al más bajo peldaño de atención en la política exterior del Gobierno
de Trump. ¿Por qué? Esta sería una explicación con más análisis que
información.
Además de vislumbrar que hacer lo mismo no
brinda resultados distintos, Obama quiso mejorar las relaciones de EE UU con
América Latina restableciéndolas con Cuba. Trump arrancó con el muro, en una
cuasi guerra con México y Centroamérica, y rompió los tratados de libre
comercio. Como dirían en México, "le vale madre" esta región.
Tampoco conviene olvidar que Trump tiene una
cierta expectativa con Putin y espera unas relaciones especiales con Rusia para
tratar de manejar los problemas mundiales desde una perspectiva distinta a la
confrontación heredada de la Guerra Fría después de la II Guerra Mundial.
Paralelamente, todo el mundo sabe que existen unas relaciones especiales entre
Putin y Raúl Castro.
En consecuencia, es de suponer que lleguen
definiciones más precisas sobre Cuba después del encuentro entre Trump y Putin.
El problema más preocupante para EE UU en sus
relaciones con Cuba era la creciente inmigración ilegal procedente de la Isla,
por mar y tierra. Pero Obama, antes de retirarse, se encargó de eliminar la
política de pies secos/pies mojados, que sin resolver la causa primaria del
fenómeno (el desastre cubano ocasionado por el estatalismo-asalariado dizque
socialista), al menos ponía un freno momentáneo y daba tiempo a encontrar otras
soluciones.
No hacer algo diferente es mantener una
política sin proclamarla. La misma decisión de Obama creó otros problemas que
ha tenido que enfrentar Trump, como la acumulación en la frontera de cubanos
que ya habían salido cuando se produjo el cambio de política migratoria, el
arribo de otros que piden asilo y deben ser atendidos en territorio estadounidense
según la ley y el asunto de los médicos que ya habían iniciado los trámites en
las embajadas de EE UU para acogerse al programa Parole.
Además, ha continuado el intercambio de
funcionarios y las exploraciones para ampliar el comercio entre ambos países, a
pesar de la decisión del Gobernador de Florida de obstaculizar la entrada del
carbón de marabú y suspender la ayuda del estado a los puertos floridanos que
comercien con Cuba. Pero esta es una acción estatal floridana, no federal.
Por otra parte, los acuerdos logrados por la
anterior administración permiten al Gobierno de Trump estar tranquilo en
relación al narcotráfico, la emigración ilegal, el control de tráfico áereo y
el terrorismo, aspectos que siempre han preocupado a los gobiernos de EE UU y a
sus agencias de seguridad e inteligencia.
Igualmente, Washington puede despreocuparse
con respecto a eventuales despliegues de armas en Cuba que pongan en peligro su
seguridad, pues está muy claro que el amigo Putin no deberá tener ningún
interés en crear esta roncha en sus relaciones con Trump, quien fue muy claro
cuando, más menos, dijo que hay que ocuparse más del terrorismo que del
comunismo. Un buen entendedor comprende que al magnate no le importan mucho el
comunismo castrista ni sus desmanes, mientras los represores cubanos también
garanticen que por la Isla no pasen terroristas.
Tampoco debe olvidarse que Trump es negociante
antes que político, calculador de costos y ganancias, un pragmático con
aspiraciones respecto a Cuba que pudieran coincidir, en parte, con las
castristas: desarrollar construcciones hoteleras y campos de golf. Esto, en un
país destruido económicamente, con un Gobierno que proclama que su salvación
está en engancharse al tren de EE UU y que ya en la práctica semi-depende de
él, no debe significar ningún peligro para la gran potencia.
Los anticastristas en el Congreso que se
oponían a las políticas de Obama son ahora aliados del Trump que hasta ahora no
las ha cambiado.
¿Y el pueblo de la Isla? Un republicano trumpista común, pragmático y aislacionista, no
importa si cubano-americano, podría responder: "En el flanco sur tenemos
garantizados seguridad y migración con Raúl, loquito por nuestras inversiones,
comercio y turismo. Los cubanos vivieron casi 60 años aguantando a Fidel. El
hermano no puede ser peor en el tiempo que le queda. ¿Por qué apurarse?"