2017 es en Europa
el año de la fenomenología política. Rama que no existiendo en los institutos
de politología, debería ser fundada lo antes posible.
Propongo una
definición para la nueva disciplina: fenomenología política: estudio de
acontecimientos políticos que irrumpen cuando menos se piensa y cuyas causas
son difíciles de reconocer. U otra, menos científica pero más cartelera: nombre
que reciben los milagros en las ciencias sociales.
El primer fenómeno
fue Emmanuel Macron, aparecido en Francia cuando todos estaban seguros de que
las elecciones iban a ser definidas en la segunda vuelta entre el
ultraconservador Fillon y la amenaza del FN lepenista. Pero el descubrimiento
de la mini-corrupción de Fillon y la radicalización de los socialistas de Hamon
hacia la ultraizquierda, impulsó a socialistas democráticos y conservadores
moderados a mirar hacia Macron. Hoy, candidato del centro-centro, Macron supera
a Fillon y en segunda vuelta, derrotaría a Le Pen.
El segundo fenómeno
se llama Martin Schulz. Llegado desde la directiva de la UE a habitar suelo
alemán, justo cuando todos daban como candidato al poco empático Sigmar Gabriel
para que perdiera con creces frente a Angela Merkel, alguien miró en dirección
a Schulz y propuso su candidatura como alternativa formal a Gabriel.
Como por arte de
magia, Schulz enamoró a las bases de su partido, sobre todo a las juventudes.
Gabriel, ante la avalancha, no tuvo más alternativa que hacerse a un lado. Hoy
Schulz disputa el primer lugar a Merkel en las encuestas. Y justo en el momento
cuando en todo el mundo se habla de la crisis del socialismo europeo.
¿Qué tiene Schulz
que no tengan sus oponentes? Allí reside la esencia del fenómeno: no tiene nada.
No es carismático, viene de la gris burocracia de la UE, no posee un programa
electoral, no ofrece algo diferente a lo que ofrecía Gabriel. Y sin embargo, ha
despertado un entusiasmo que ya quisieran tener los líderes más populistas.
Aparentemente inexplicable.
Schulz no solo ha
activado a la socialdemocracia, además ha quitado electores a todos los
partidos. A quienes menos ha dañado es a los socialcristianos. Pero estos
decrecen frente al regreso de los liberales (FDP). Los más damnificados han
sido Die Grünen (Los Verdes) y Die Linke (La Izquierda). Y lo más
sorpresivo: Schulz ha arrebatado electores a los neo-fascistas de AfD. En las
penúltimas encuestas estos bordeaban el 15%. En las más recientes, no pasan del
10%. No deja de ser una buena noticia.
¿Cómo explicar el
fenómeno Schulz? Quizás la demoscopia, con todas sus inseguridades, pueda
ayudarnos un poco.
El hecho de que un
socialista haya quitado votos a AfD es significativo. Pero es entendible: el
fascismo de ayer como el de hoy se nutre no solo de la xenofobia; también es
una forma de protesta social pervertida. El odio a los extranjeros va unido no
pocas veces con el resentimiento en contra de una clase política desligada de
los intereses de la gente común y corriente. Desde esa perspectiva, Schulz ha
sabido vender muy bien su imagen de hombre del pueblo. Ha convertido incluso
sus defectos en virtudes. No haber estudiado en la universidad y llegar muy
alto en la política; más aún, haber sido durante largo tiempo un alcohólico, lo
acerca a los votantes, sobre todo a aquellos que tienen características
similares (y no son pocos). Ellos ven en Schulz a uno de los suyos. Una especie
de representante de la gente común y corriente.
Hay, además, una
segunda razón: Angela Merkel
Merkel es sin duda
una de las mejores políticas de Europa; quizás la más honesta, la mejor dotada.
Pero tiene un leve defecto: no sabe llegar al corazón de la gente. Incluso el
hecho de que todo lo hace bien le da una imagen de perfección que para muchos
resulta difícil de soportar. En cierto modo Merkel aparece como una especie de
madre buena pero exigente; una más, de las tantas que abundan en Alemania.
Por su propia
efectividad, el estilo político de Merkel es rutinario. Y mal que mal –eso lo
destacó Max Weber– hay quienes intentan
ver en la política un espectáculo. Merkel no está para esas cosas. Schulz,
quizás. Mal que mal es socialdemócrata y conoce las malas artes del populismo.
Si a esto agregamos la feroz campaña desatada en contra de Merkel, no solo
desde AfD sino desde las alas más reaccionarias de su partido, hay que convenir
que muchos desean ver, aunque sea de vez en cuando, un rostro distinto al de
Merkel en la pantalla.
No obstante, si
Schulz logra derrotar a Merkel, lo hará, antes que nada, en desmedro de sus
aliados de izquierda. Por esa misma razón un bloque anti-CDU/CSU no alcanzaría
la mayoría absoluta. Bajo esas condiciones Schulz no tendría más alternativa
que coalicionar con los socialcristianos. De modo que, de acuerdo a las
actuales tendencias, Alemania experimentaría el cambio de un gobierno CDU/CSU/
SPD por uno SPD/ CDU/CSU. Es decir, el
mismo con Schulz en vez de Merkel. Bien para el centro, mal para los extremos.
La ciudadanía
alemana quiere experimentar algo nuevo. Lo nuevo, nadie sabe por qué, lo representa
Schulz. Pero a la vez, conservadores como son, los electores alemanes desean
que lo nuevo, sino idéntico, sea lo más parecido posible a lo antiguo.
Aún falta tiempo.
De aquí a septiembre pueden pasar muchas cosas. Ya Merkel ha probado su bravura
en contiendas electorales. Se le ve, sí, esta vez, algo cansada. El
“anti-merkelismo”, aún en las filas socialcristianas –y quizás sobre todo
ahí- ha sido brutal.