E incluso –agregan-
si se toma en cuenta que los ejércitos del ISIS son uno de los principales
enemigos de las naciones occidentales, una alianza militar con la Rusia de
Putin se encontraría plenamente justificada desde un punto de vista
geo-militar.
Y bien: pensando
con objetividad, creo que mis críticos tienen en esos, como en otros puntos,
cierta razón.
Pienso por ese
mismo motivo que quienes comparan a Trump con Hitler exageran. Comparar al
presidente de un país democrático, no solo a Trump, a cualquier mandatario
occidental con Hitler, es un abuso historiográfico. Y lo peor: eso lleva a
minimizar e incluso a relativizar la maldad de Hitler.
Hitler no era un
demonio, escribió Benedicto XVl. Y agregaba: lamentablemente era un ser humano,
una muestra de lo que el humano puede llegar a ser cuando da las espaldas a
Dios. Sin embargo, si Hitler no era un demonio –podríamos pensar siguiendo al
gran teólogo- era al menos un ser demonizado. Un pobre diablo si se quiere,
pero con el poder suficiente para convertir al planeta en un infierno.
No sabemos todavía
si Trump podría llegar a hacer algo parecido a lo que hizo Hitler. Pero no lo
ha hecho, y mientras no lo haga no tenemos el derecho a pre-juzgarlo. Ni a él
ni a nadie.
Claro está, cuando
uno lee no lo que dice, sino como lo dice Trump, cuando lo oímos insultar con tanto odio a los mexicanos,
cuando se refiere obscenamente a las mujeres, cuando despliega su terible
incontinencia verbal contra quien lo contradiga, es inevitable pensar que
si bien Trump no es Hitler, bien podría serlo si él no fuera el gobernante de
un país en el cual rige una estricta división de poderes, una tradición
republicana y democrática, y sobre todo, el dictado irrebatible de la letra
constitucional.
- Hay que atenerse
no a las formas sino a los contenidos– afirman quienes cifran espectativas
positivas en el presidente Trump. El detalle del problema es que las formas en
política no pueden ser separadas de sus contenidos.
Poner en forma
política a un conflicto significa no ponerlo en forma belicista del mismo modo
como poner en forma artística a un tema no significa ponerlo en forma
artesanal. No podemos decir, por ejemplo: estoy de acuerdo con el contenido de
la Gioconda, pero no me agrada su forma. La forma de la Gioconda es la
Gioconda.
Saber “guardar las
formas” es saber guardar el sentido de la actividad que realizamos. Y Trump,
definitivamente, no las guarda. Pero estigmatizarlo y condenarlo a priori por
todo lo que diga o haga, tampoco es cuidar las formas. Sobre todo si observamos
que entre la política internacional de Trump y la de Obama no solo se observan
rupturas sino, además, algunas líneas de continuidad.
Por supuesto, nadie
está pidiendo a Trump que sea como Obama (la clase no se adquiere: se tiene o
no se tiene). Sin embargo, hay indicios que señalan como en el plano
internacional, Trump ha mostrado disposiciones que si bien endurecen, no
contradicen, más bien continúan a la política de Obama. Por cierto, es
demasiado temprano para extraer conlusiones definitivas, pero ya hay cuatro
ejemplos muy interesantes:
1)
El ministro
de defensa norteamericano James Mattis aseguró el 10.02 que “el compromiso de
EE UU con la NATO es inquebrantable”. La declaración no debe haber gustado a
Putin quien cifraba esperanzas si no en la desaparición, por lo menos en el
debilitamiento de una NATO cuya única función por el momento es proteger a
Europa de Rusia. Mattis solo exigió en un lenguaje duro lo mismo que venía
exigiendo con más cortesía Obama: que Europa asuma un mayor compromiso en sus
obligaciones militares. El gobierno alemán al menos, ya lo entendió y se
apresta a hacerlo.
2)
Trump exigió
el 15.02 en términos directos a Rusia que devuelva Crimea a Ucrania. Al leer
esa noticia, Putin debe haber pensado que quizás se equivocó al hackear solo a
Clinton y no a Trump.
3)
Trump se
expresó criticamente con respecto a la ampliación de los asentamientos
impulsados por Israel en Palestina usando terminos que podrían haber sido los
de Obama. “No soy alguien que piensa que la expansión de las colonias (de
Israel) sea bueno para la paz” (10.02). El exagerado intercambio de
amabilidades entre Natanyahu y Trump en el encuentro que ambos sostuvieron en
Washington (15.02) no logró ocultar que el desacuerdo básico en torno al
reconocimiento del estado palestino mantenido con Obama, perdura con Trump.
4)
Trump dio
curso al material que preparó la administración Obama en contra del
vicepresidente de Venezuela, Tarek El Aissami, congelando los millonarios
activos que posee el sórdido personaje en USA. ¿Una respuesta indirecta a Putin
por su creciente injerencia en asuntos latinoamericanos, sobre todo en Cuba y
Venezuela? Puede ser.
Definitivamente
Trump no es Hitler. Tampoco es Obama. Trump es Trump y las de-formaciones
anti-políticas que caracterizan al recién elegido presidente no dejan por eso
mismo de preocupar. Tarea de los consejeros de Trump será llevar la política,
por lo menos la internacional, al lenguaje que corresponde. Pues, al fin y al
cabo, la política es su lenguaje. Y si Trump un día aprende a hablar en
político, puede ser que al final su mandato no sea el apocalipsis que en algun
momento imaginamos.
Quizás vale la pena
esperar un breve tiempo antes de lanzar un juicio más perentorio sobre el
insólito mandatario.