Si hay algo fascinante en la política es la
imposibilidad de predecir sus cursos. Lo que está sucediendo en Francia de cara
a las elecciones que tendrán lugar en abril es una prueba. Hasta hace pocos días
nadie daba un centavo por Emmanuel Macron. En las encuestas aparecía detrás de
Marine Le Pen, François Fillon
y los socialistas. Hoy emerge como el único candidato en condiciones de
oponerse al avance del FN. ¿Qué ha sucedido?
Macron comenzó a perfilarse desde el momento
en que Benoit Hamon ganó las primarias internas. La apertura de Hamon hacia la
ultraizquierda de Mélenchon y los comunistas (más los ecologistas
radicales) era una buena noticia para Le Pen pues la polarización es lo que más
conviene a su radicalismo (euro, homo y xenofóbico).
Más grande fue el optimismo de la candidata
cuando al hombre destinado a oponerse a ella durante la segunda vuelta, François Fillon, le fueron descubierto actos
de corrupción. Todo en fin parecía marchar sobre ruedas para Marine Le Pen y su
FN. Pero de pronto emergió, casi de la nada, la atractiva figura de Emmanuel
Macron.
La iniciativa provino de las propias huestes
del socialista Manuel Valls, pero sobre todo de la perspicacia de Ségolène Royal,
convertida hoy en consejera del candidato centrista. Para el socialismo democrático
es preferible apoyar a un representante de la democracia liberal antes que
precipitarse en una inútil fuga hacia la izquierda siguiendo a Hamon.
Incluso los conservadores de Alain
Juppé se han dado cuenta de que el liberalismo de Macron podía erigirse como antípoda
al neo-fascimo que representa Le Pen. Y efectivamente lo es. Ya sea por su
talento, o por un golpe del destino, Macron ha sabido situarse en el exacto
centro-centro de la política francesa,
Macron no se plantea en contra de la
globalización, solo a favor de su racionalización. No levanta muros ideológicos
imaginarios o reales, hecho que tranquiliza a los empresarios quienes ven en el
lepenismo una fuente permanente de desestabilización. No se niega a reformas
sociales, pero no cae en el distribucionismo demagógico de Hamon. Y frente al
nacionalismo xenófobo del FN, levanta otro nacionalismo basado en las ideas
democráticas francesas que dieron forma política a Europa. Entre ser francés y
ser europeo no ve Macron ninguna contradicción. Para él lo uno es condición de
lo otro. De ahí su rotundo sí a la UE.
Macron, sin ser de izquierda, y quizás por
eso mismo, es el definitivo anti-Le Pen. Su postulación a la presidencia no
surge de un cálculo destinado a captar votos lepenistas como es el caso de la
candidatura de Fillon, sino a enfrentar al lepenismo oponiendo a la tradición
autoritaria que Le Pen encarna, la tradición democrática que dio forma a la
nación. Ambas tradiciones provienen de la Francia de la Revolución. Los
electores decidirán con cual de ellas se quedan. Las elecciones de abril serán
fundamentales para el futuro del país y, por eso mismo, para toda Europa.
Marine Le Pen intentará presentar a Macron
como el candidato de Angela Merkel pero no podrá borrar la imagen de que ella
es la candidata de Vladimir Putin.
Macron
ha descolocado a Le Pen. Su liberalidad política no es la del liberalismo económico.
Tampoco es él un típico representante del “buenismo“, término que usan los
ultrareaccionarios para descalificar a quienes defienden los valores de la “sociedad
abierta”, entre ellos, la tolerancia frente a otras culturas y religiones. Esa
parte del “buenismo” la reivindica Macron para sí. Pero a la vez él es portavoz
de una democracia militante, una que no desconoce la existencia de enemigos y
que, por lo mismo, no teme enfrentarlos.
Incluso, hechos de la vida privada, como el de haberse enamorado en su juventud y después casado con su profesora de francés, veinte a
A diferencias de Fillon, Macron entusiasma a
sus seguidores. Y, para el caso de una segunda vuelta, se las pone fácil a los
izquierdistas, algunos de los cuales nunca habrían votado por el excesivamente
conservador Fillon. Le Pen parece estar, bajo esas condiciones, muy
contrariada. Sus cálculos electorales estaban basados en la apatía política de
la ciudadanía. Soñaba seguramente con una segunda vuelta entre dos derechas:
una republicana, la de Fillon y una neo- fascista, la de Le Pen.
Macron, además, es el único candidato en
condiciones de movilizar a votantes jóvenes. Para ellos Macron representa una
alternativa que va más allá del clásico esquema izquierda-derecha.
El eje izquierda-derecha –no hay que
olvidarlo- fue una invención de la revolución francesa. Quizás por eso mismo,
su desmontaje, gracias a Macron, podría trascender más allá de los límites de
Francia.
Definitivamente: alcance o no la presidencia,
estamos frente a un fenómeno. La política francesa parece haber reconocido los
peligros y frente a ellos ha inventado una alternativa, una línea y un nombre:
Emmanuel Macron.