Las
gestiones para la liberación, o por lo menos, para un juicio imparcial al
periodista de doble nacionalidad (alemana y turca) eran múltiples. Todas han
caído en el vacío. El día 26 de febrero, Yücel –sin mediar acusación - fue
condenado a una prisión preventiva que puede extenderse a más de cinco años. La
decisión de los tribunales, como son las de todas las autocracias de nuestro
tiempo, no tiene ningún basamento jurídico. Se trata de una resolución meramente política. A través de la aberrante
condena, Erdogan intenta marcar un punto de inflexión en las relaciones entre
Turquía y Alemania.
La
prisión de Yücel es parte de una escalada de calculadas agresiones verbales
hechas desde Estambul a Berlín. Vanos han sido los intentos de Angela Merkel
para bajar el nivel de las tensiones. Sus continuas visitas a Erdogan han
resultado infructuosas. Al parecer ya no hay vuelta atrás. Alemania, y con ella la Europa democrática, deben irse despidiendo de esa comunidad de destino
establecida con Turquía cuyo funcionamiento en los terrenos militares y
económicos parecía hasta hace poco ser óptimo. Turquía está regresando al lugar
histórico que ocupó antes de la Guerra Fría: un baluarte en contra de la
democracia.
Turquía,
islamista y occidentalista a la vez, era la nación predestinada a ser el puente
dorado entre Europa y el mundo islámico. Hoy el puente está quebrado. Erdogan
ha decidido deslindar al Estado, y con ello a toda la nación, de occidente. Su
objetivo es convertir a Turquía en la vanguardia militar y política del mundo
islámico. La prisión de Yücel opera en ese marco como un símbolo altamente
significativo. En cierto modo el juicio al brillante periodista significa una
declaración de guerra política a Alemania.
Merkel –confiando quizás demasiado en el poderío de la economía de su
país- hace y seguirá haciendo lo posible para mantener comunicación con el
gobierno turco. Pero no puede hacerlo a cualquier precio. Por eso no vaciló en
designar la decisión del gobierno de Erdogan con respecto a Yücel como “amarga y desilusionante”. En cambio, el
oportunista ministro del exterior, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, minimizó
la afrenta con frases muy estúpidas sobre las diferencias de cultura entre
Alemania y Turquía. Pero la prensa
alemana, como era de esperarse, reaccionó de modo implacable en contra de
Erdogan.
Mal
que mal la prensa defiende a uno de los suyos. “Todos los periodistas somos
Yücel”, se lee en las páginas de Die Welt. Los partidos políticos democráticos
secundan a la prensa e incluso, el dirigente de Los Verdes, de orígen turco,
Cem Özdemir, ha llamado a manifestaciones callejeras en contra del gobierno de
Erdogan. Los únicos que nada dicen son los neo-fascistas de la AfD. Hecho
aparentemente inexplicable. La ocasión parecía apropiada para que el partido de
los xenófobos redoblara sus invectivas en contra de “la barbarie islámica”.
Pero hay una barrera que se los impide. Esa barrera se llama Putin.
El
autocratismo de Erdogan es un calco islámico del autocratismo
cristiano-ortodoxo de Putin. Ambas autocracias, además, han descubierto repentinamente
sus relaciones de afinidad. Mucho las separa, pero el odio compartido a los
valores políticos de occidente, las une.
Y
bien; para nadie es un misterio que la AfD en Alemania así como el FN en
Francia, son caballos de Troya de Putin en occidente. De tal modo que los
ataques a la autocracia turca podrían volverse fácilmente en contra de Putin.
Más todavía si se tiene en cuenta que la cruzada en contra de la libertad de
prensa es compartida por algunos gobiernos europeos afines a los partidos del neo-fascismo.
En Polonia y en Hungría, por ejemplo, han sido dictados decretos altamente
restrictivos con respecto a la libertad de información.
Para
colmar el vaso, los ataques a la prensa libre coinciden con los insultos que
día a día propina el presidente Donald Trump a medios informativos de su país.
Quizás
el mismo Trump no ha percibido como su guerra privada en contra de la prensa ha
tenido más efectos negativos fuera que dentro de su nación. Mal que mal la
prensa estadoudinense puede y sabe defenderse grcias a sólidas
instituciones y leyes que la protegen. No ocurre así en naciones como Turquía,
Hungría, Rusia y Venezuela. En ellas la prensa depende de la voluntad de
dictadores y autócratas. Y precisamente esas dictaduras y autocracias se sienten repentinamente legitimadas desde los propios EE. UU. Nada menos que desde el
país que había hecho de la libertad de prensa un principio sagrado, entre otras
razones porque allí la lucha por la independencia y por la libertad de opinión
nacieron juntas.
Pero
no solo es la libertad de prensa lo que está en juego en Turquía. Lo que
verdaderamente está en juego es la libertad del cuerpo humano para expresarse y
ser.
En
la Turquía de Erdogan así como en la Rusia de Putin y en la Venezuela de Maduro,
hay muchos presos políticos. Algunos han llegado a ser simbólicos. Denis Yücel
ha pasado a sumarse a nombres que, víctimas de la ignominia dictatorial, recorren
el mundo, entre otros el del ex candidato opositor ruso Alexei Navalny y el del
político venezolano Leopoldo López.