Debería ser un
escándalo de grandes dimensiones. Lo que está sucediendo en Venezuela no tiene
parangón. Un régimen que había vivido durante 18 años de las elecciones, incluso pavoneándose
frente a los organismos internacionales de ganarlas todas, o casi todas, ha
decidido suspenderlas, hasta tener alguna posibilidad de vencer en ellas. Es
decir, hasta nunca.
Ya durante 2016
Maduro robó tres elecciones: la del
referendo revocatorio, inscrito en la constitución por el mismo Hugo Chávez y
dos regionales. Durante el 2017 se apresta a robar otras. Héctor Rodríguez ya
adelantó la estrategia: “las elecciones no son prioritarias“. Y Diosdado
Cabello: “en este país no habrá elecciones durante un periodo muy largo”
Un caso nunca visto
en la historia de las dictaduras latinoamericanas. Todas las habidas, de
derecha e izquierda, se instalaron en el poder sin elecciones. Correspondía a
su naturaleza no hacerlas. Nadie se engañaba. Cuando más un plebiscito, y en dos casos - los de Chile y Uruguay- cuando por error de cálculo los dictadores los perdieron,
hubieron de emprender la retirada.
Fidel Castro no
hizo jamás una elección. Simplemente se instaló en el poder. Desde el primer
momento decidió que él, su familia y sus militares eran el pueblo. Y punto. En
cambio Chávez no solo llegó al poder mediante elecciones sino que usó y abusó
de ellas. Cada elección la convirtió en un plebiscito. Las elecciones eran su
combustible, su fuente de legitimidad y su razón de ser.
Maduro intentó
continuar la tradición de su mentor. Pero ganó dudosamente las presidenciales,
duda que hasta ahora lo persigue como estigma pues nunca mostró los cuadernos
electorales, prueba final y decisiva de la ignominia. Pese a que intentó -aprovechando
el desánimo de los electores- religitimarse en las elecciones municipales de
2014, la sospecha de haber sido elegido mediante fraude lo acompañará siempre. Fue quizás en ese momento
cuando el régimen chavista comenzó a observar que las elecciones se estaban
transformando en enemigas. Y como enemigas, debían ser eliminadas.
El 6-D fue la
corroboración. El aplastante triunfo obtenido por la oposición significó un
punto de inflexión. Desde ese momento Maduro y su junta civil-militar
decidieron romper con la línea electoral. Y lo hicieron en dos tiempos: hacia
el pasado y hacia el futuro. Al entregar el poder legislativo al TSJ, elegido
entre gallos y medianoche, Maduro desconoció a la Asamblea Nacional y con ello
desconoció las elecciones del 6-D. El robo del revocatorio solo fue la
confirmación del robo de la AN.
Las luchas en
defensa del RR, después de que este fue robado, iban a convertirse en la lucha por las elecciones que deberían tener
lugar en 2017. Pero la trampa del diálogo en la que cayó la MUD interrumpió la
continuación de esa lucha. Si al menos la MUD hubiese puesto como condición
previa a un diálogo la presentación de un definido cronograma electoral, ese
diálogo habría tenido algún sentido político.
Hoy, gracias a las
inconsistencias de los dialoguistas (y de quienes dinamitaron al RR desde
dentro), el panorama parece ser pavoroso. No hay revocatorio, no hay diálogo,
no hay elecciones. El régimen actúa como si detrás de sí tuviera a la mayoría
absoluta y se apresta a liquidar, mediante artimañas (revalidación de los partidos por medio de firmas en
plazos imposibles) a los partidos políticos uno por uno, hasta quedarse con los
que más le convengan. Sin capacidad de movilización, sin revocatorio y ahora
sin elecciones, la MUD parece un gallinero acosado por un zorro.
Es la hora de la
locura: columnistas irresponsables llaman a disolver a la MUD sin ofrecer otra
alternativa. Otros llaman –haciendo el juego del gobierno- a dejar de lado las
elecciones para centrarse en la caída de Maduro (vete ya), como si tuvieran a
la mitad de las fuerzas armadas detrás de sí. La fuerza bruta –no tiene otra-
del gobierno, está doblegando a las fuerzas de la razón.
Pareciera a primera
vista que ya todo se ha perdido. Así lo
creen algunos; y hasta envían –con justificado pavor- a sus hijos al
extranjero. Maduro y sus militares están a punto de convertir a Venezuela en un
pozo petrolero despoblado de política y de cultura. ¿Está todo perdido? A
primera vista parece que así fuera.
Sin embargo, una
segunda mirada podría abrir otras perspectivas. La renuncia del régimen a
medirse en elecciones es un retroceso histórico. Pero ese retroceso incluye al
régimen. El contorno internacional ya no es el mismo que gozó Chávez. El
socialismo del siglo XXl se encuentra en franca retirada. La destrucción del
sistema electoral por un régimen hasta entonces electoralista, probó su
eficacia en Nicaragua. Pero en Nicaragua no había una oposición que se acercara
a lo que es la MUD, ni aún en sus peores momentos. Uno de esos momentos es el
actual.
No se sabe todavía
como reaccionará la administración Trump frente a la alteración del orden
electoral venezolano. Pero ya se sabe que Trump no es un apasionado amante de
la democracia. Probablemente conversará con Putin y después verá que lugar cabe
a Venezuela en la (nueva) distribución de zonas de influencia. Pero eso no es
lo más importante. Lo importante es que en Venezuela haga su aparición un
sujeto político de referencia, uno parecido a lo que fue la MUD hasta las
elecciones del 6-D.
¿Puede ser ese
sujeto la misma MUD? Mientras no aparezca otro, y nadie piensa que por lo menos
en un corto plazo va a aparecer otro, ese sujeto deberá ser la MUD. Más todavía
si se tiene en cuenta que el panorama abierto en Venezuela estará marcado por
la lucha POR las elecciones primero y por la lucha electoral, después. ¿Y qué
otra organización puede organizar esas luchas sino la MUD, una organización
para-electoral por excelencia?
La MUD cada vez que
se ha movido en terrenos no electorales, fracasa. Si se trata de movilizar al
pueblo haciendo grandes demostraciones, lo hace, pero no sabe dar un orden, un
sentido y mucho menos, continuidad a las masas convocadas. Si se trata de
dialogar con el enemigo, se divide, como está ocurriendo. Pero, si se trata de
moverse en el espacio electoral, sabe hacerlo, y hasta ahora lo ha hecho bien.
La MUD, eso es lo
que no quieren aceptar sus adversarios externos e internos, es la
representación electoral de la mayoría del país. Las elecciones forman parte de
su naturaleza política. Sin elecciones no hay MUD. Sin MUD no hay elecciones.
Ninguna otra
organización fuera de la MUD puede emprender el camino de la lucha por las
elecciones y eso lo saben los dirigentes de todos los partidos quienes siempre
olvidan diferencias cuando se trata de buscar refugio bajo el mismo techo
electoral. Fuera de la lucha por y en las elecciones nadie tiene que buscar
algo en la MUD. Eso quiere decir: la disciplina dentro de la MUD nunca va a ser
lograda con simples reglamentos. La mejor disciplina, no solo en la MUD,
aparece cuando surge un objetivo común. Ese objetivo común -lo ha señalado el mismo régimen al romper con la
vía electoral- son las elecciones.
Imponer elecciones
a Maduro no significa solamente reabrir
la vía electoral. Significa, en el exacto sentido del término, quebrar la línea
de un régimen que se ha vuelto anti-electoral. Quien abandone la ruta
electoral, hará un gran favor a Maduro, entre otras cosas porque no hay ninguna
otra. Hay que rendirse a las evidencias
¿Por qué elecciones
regionales y no generales? Las generales, al no figurar en la constitución,
dependen de la voluntad de Maduro y sus huestes. Su aceptación está
condicionada a la movilización de un gran movimiento de masas que en este
momento no existe.
Venezuela -aparte
del movimiento estudiantil- carece de organizaciones de base y de sindicatos de
trabajadores y empresarios en condiciones de sostener iniciativas de
movilización insurreccional durante un periodo relativamente prolongado. La
oposición tiene detrás de sí a la inmensa mayoría, es cierto, pero esa mayoría
no es orgánica. Es por eso que, a diferencias de otras naciones, el pueblo
democrático en Venezuela no se constituye a partir de lo social sino de lo
político. Razón por la cual sus mejores momentos los ha alcanzado la
oposición en periodos electorales, haciendo usos de los derechos que le
confiere la constitución.
En esa
constitución, originariamente chavista, hoy hecha suya por la oposición, está
señalada la ruta. Poner las
elecciones generales antes o por sobre las regionales, sería la mejor vía para
que estas últimas nunca tengan lugar. Las regionales, en cambio, no son una
concesión del régimen. Son, antes que nada, un derecho constitucional.
Puede ser incluso
que en un momento determinado lo uno lleve a lo otro. Ese motivo explica por
qué la consigna ¡elecciones regionales ya! se está convirtiendo en tendencia
nacional. La ciudadanía busca un camino.