A comienzos de 2016
la oposición venezolana vivía todavía el optimismo del extraordinario triunfo
electoral de la MUD (sí, de la MUD) del 6-D. A fines de 2016, esa misma
oposición despide el año, desorientada frente a dos aparentes derrotas.
Aparentes, repetimos.
La primera, la del
RR16, no fue una derrota en el exacto sentido del término. La del fracasado
diálogo lo fue solo en parte. Pero lo fue también para el gobierno. En el peor
de los casos, una derrota compartida.
El RR16 fue la
demostración genuina de como un pueblo puede llegar a organizarse políticamente
alrededor de sus líderes cuando los objetivos a cumplir son claros y precisos.
La liquidación del
RR16 distó de ser una victoria del régimen. Al destruir esa posibilidad, el
régimen se puso a sí mismo fuera de la ley. Hecho que no tardaría en expresarse
internacionalmente.
La repulsa
internacional que hoy revienta en la cara de Maduro es consecuencia de su
proceder frente al RR16. Las enormes movilizaciones de masa que surgieron
después de la ruptura constitucional con respecto al RR16, mostraron como la
oposición –con sus dos grandes “tomas”, la de Caracas y la de Venezuela- estaba
en condiciones de apoderarse de las calles, otrora espacios del chavismo. La
petición de auxilio al Papa, hecha a última hora por Maduro, rechazada antes
por el mismo mandatario, fue para el chavismo solo una momentánea tabla de
salvación.
Cármen Beatriz
Fernández ha escrito de modo inteligente que el gran error de la MUD no fue
haber aceptado ese diálogo. En verdad, bajo las condiciones imperantes no podía
sino aceptarlo. El gran error fue frenar las movilizaciones cuando estas habían
llegado a su punto más alto. Con ello la MUD contravino uno de las normas
básicas de la política: la de no frenar jamás a los movimientos de masa cuando
estos se encuentran en su fase de ascenso. Más todavía cuando no se dispone de
ninguna otra fuerza de presión frente a un régimen de notorias características
militares.
Pero hubo quizás
otro error. No haber sentado con meridiana claridad los principios del diálogo.
Esos principios eran (y son) tres:
1. Liberación
inmediata de todos (léase, todos) los presos políticos.
2 Elaboración de un cronograma electoral para
los años 2016 y 2017.
3. Devolución de
las atribuciones que corresponden a la AN y reintegración del TSJ a las tareas
que le corresponden dentro del ámbito legal.
Cuando después de
una semana los miembros dialogantes del ejecutivo dieron claras muestras de no
estar dispuestos a cumplir ninguno de esos tres principios, la MUD debió haber
declarado el diálogo por finiquitado.
Lamentablemente
dentro de MUD logró imponerse una tendencia cuyo propósito era continuar el
diálogo por un tiempo indefinido. Que dentro de esa tendencia hay grupos y
personas cuya práctica bordea la colaboración con el régimen, ya parece ser una
evidencia.
La MUD, después del
fracasado diálogo, deberá deshacerse o por lo menos neutralizar a los gestores
internos del colaboracionismo so pena de perder una credibilidad que durante el
transcurso del diálogo alcanzó un alto grado de deterioro. Esa, en lugar de una
autocrítica verbal, puede ser la primera condición para retomar el camino y
poner en práctica la tarea que Trino Márquez ha denominado muy bien como “la
reconexión”. Una reconexión no imposible. No lo es si se toma en cuenta que los
tres principios nombrados están lejos de haber sido cumplidos.
Fue justamente la
ausencia total de voluntad para hacer cumplir esos tres principios la razón por
la cual el régimen decidió patear la mesa servida por el Vaticano. Esos
principios, así ha quedado demostrado, son, para emplear una expresión
gramsciana, “las ideas-fuerzas” de la oposición. Por lo mismo, aunque el RR ya
no aparezca en la agenda, los principios que le dieron sentido, razón y vida,
continúan vigentes.
El régimen ha
bloqueado a dos salidas posibles. La del diálogo y la del revocatorio. La del
diálogo no es tan preocupante, toda vez que tarde o temprano deberá haber
diálogo, aunque en condiciones de tiempo y lugar muy diferentes a las que
llevaron al fracaso del diálogo de diciembre.
La destrucción del
RR sí fue gravísima. Y lo fue no por lo que el RR significaba en sí. Lo fue
porque el RR16 llevaba a la política a su forma natural: nos referimos a la
forma electoral. La destrucción del RR16 amenaza –esta es la gravedad del
problema- romper con la continuidad electoral de la vida política venezolana.
Con el fin del RR16
no desapareció una opción plebiscitaria. Desapareció una opción electoral. Ese
es el punto. Punto que lleva a la deducción de que todo el sistema electoral
venezolano se encuentra, en sus propios cimientos, amenazado. En otras
palabras, hay claros indicios de que el sistema electoralista
institucionalizado por Chávez podría estar llegando a su fin. Vale la pena
insistir sobre este tema pues de una manera u otra marcará el curso de los
acontecimientos que tendrán lugar durante el año 2017.
¿Por qué destruyó
Maduro al RR16? La respuesta obvia es: porque estaba destinado a perderlo. Si
hubiera habido una mínima posibilidad de derrotar a la oposición en el RR como
lo hizo Chávez en el 2004, nunca Maduro
habría rehuido al RR. De este modo fue confirmada una tesis que hasta la
destrucción del RR16 no había podido ser probada: El régimen aceptará las
contiendas electorales solo cuando esté seguro de ganarlas. Si, en cambio,
existe la posibilidad de perderlas, lisa y llanamente las suprimirá.
De hecho, el
hostigamiento a la AN muestra como el régimen está dispuesto a desconocer la voluntad popular cuando esta
no le favorece. Incluso sus personeros creen sentirse amparados por una
ideología. Se trata de una ideología transmitida por Fidel a Chávez y por Chávez
a Maduro. Es la ideología de la revolución cubana.
Lo han dicho muy
claro Jaua y Cabello: el poder no se negocia. De acuerdo a esa premisa, las
elecciones son solo expresión de la “ideología burguesa”. Por lo tanto. realizar
y concurrir a elecciones no es para ellos actuar de acuerdo a normas
ciudadanas. Solo se trata de apropiarse de un instrumento de dominación de “la
burguesía” para ponerlo al servicio de “la revolución”. Pobres de espíritu e
incapaces de elaborar cualquiera idea abstracta, están convencidos de que les
asiste la razón de la historia y de que ellos serán los encargados -sepa el cuervo por qué- de realizarla. Son
sin duda maleantes en el poder. Pero son maleantes con ideología. Eso los hace
más peligrosos.
Aquellos miembros
de la oposición que seguramente pensaron en deshacerse del RR16
para abrir el camino a futuras elecciones en las cuales según todas las
encuestas Maduro no podía sino perder, no entendieron el nudo del problema. No
entendieron por ejemplo que el RR16 era también una elección y que si permitían
cerrar el camino electoral trazado por el RR16, sería sentado un precedente
para que en el futuro próximo fueran cerradas todas las vías electorales que
condujeran a una derrota aplastante del régimen (es decir, a todas las
elecciones por venir). Pues perder el poder, ya sea en una elección
revocatoria, ya sea en elecciones regionales y municipales,
contradice el meollo ideológico del castro-chavismo.
“El poder cuando se
tiene no se entrega” era un dogma de la ideología revolucionaria de las
izquierdas anti-democráticas de América Latina. Fue la razón por la cual el régimen no solo destruyó al RR, sino
también a la posibilidad de que las elecciones del año 2016 tuvieran lugar.
Para decirlo en clave de síntesis: Maduro a diferencias de Chávez no es
populista porque no tiene pueblo pero tampoco es electoralista porque no tiene
detrás de sí a ninguna mayoría electoral.
Todo indica
entonces que una de las tareas centrales para la oposición será, no la lucha
electoral, sino la lucha por las elecciones. Ojo: son dos cosas diferentes.
La lucha electoral
es el medio del cual se sirven los sistemas democráticos para asegurar sus
formas de reproducción política. Por eso todos los partidos en democracia son
electoralistas. En regímenes no democráticos, autocráticos y dictatoriales, la
lucha antes de ser electoral, debe ser por las elecciones.
Elecciones libres y
periódicas fue el lema central de los movimientos democráticos que
pusieron fin a las dictaduras comunistas del siglo XX. Todo indica entonces que
ese puede llegar a ser también uno de los lemas centrales de
la oposición venezolana durante el difícil año 2017.
El hecho objetivo
es que el proyecto de poder de Maduro ya no pasa por la vía electoral.
Cualquiera desviación de esa vía por parte de la oposición solo podría, en
consecuencias, favorecer al régimen. Es precisamente lo que quiere Maduro:
Gobernar sin elecciones, imponer el peso de las armas
por sobre la Constitución, prohibir a los partidos y organizaciones políticas
en nombre de un poder popular que nadie sabe donde está. En fin, castrismo
puro. Y Maduro, así como los suyos, son castristas. Radical y perversamente
castristas.
¿Destituir a
Maduro? Desde un punto de vista emocional y simbólico – y la política es
emocional y simbólica- es perfectamente
entendible que sectores de la oposición manejen esa posibilidad. Eso no puede,
sin embargo, hacer olvidar que Maduro no es Maduro. Maduro es solo el rostro -
si se quiere el más desagradable- de un orden político-militar.
No hay que olvidar:
No estamos frente a un régimen de corte personalista como ha habido tantos en
la historia latinoamericana. Maduro no es un caudillo insustituible (ni
siquiera Fidel Castro lo fue). La oposición está enfrentada no solo a un
dictador sino a todo un sistema de
dominación política y militar. Esa es la tragedia venezolana. Con Maduro o sin
Maduro, el sistema continúa.
Pero la oposición,
representada en la MUD, no está sola. Ni dentro ni fuera del país. Los mejores
intelectuales, los más calificados profesionales y la gran mayoría del pueblo,
son de oposición. Esa oposición sigue siendo mayoría en un país azotado por la
más profunda crisis económica que es posible imaginar. Crisis que esa mayoría
identifica con Maduro y su régimen.
La AN es el órgano
constitucional deliberante del pueblo mayoritario y de los partidos de la MUD. La defensa de la AN será fundamental. Hacer cumplir la celebración de los comicios electorales, será una tarea existencial. Unidos todos en la acción frente a objetivos comunes claramente trazados (como
fue, por ejemplo el RR16) tienen amplias posibilidades de impedir que en
Venezuela el castrismo, disfrazado de madurismo, logre echar nuevas raíces.
Chávez y Fidel
están muertos. El madurismo se irá con ellos. Pero dejarán detrás de sí a sus
amenazas, a sus metralletas y, no por último, a la maldad que ellos sembraron.
Duros serán los caminos del 2017.
Deseo a mis
queridos lectores y a los no tan queridos también, que los próximos días de
Navidad se conviertan en una breve pausa en donde prime el pensamiento y la
reflexión.
Con ustedes:
Fernando Mires.