Pocas veces había
sido esperado en Alemania un discurso político con tanta expectación como ese 6
de Diciembre en la inauguración del Congreso de la CDU, Essen.
La continuidad de
la presidencia de Angela Merkel fue confirmada con un 89,5%. Menos que el 97,9
obtenido en 2012, pero más de lo que se esperaba, dada las dificultades que ha
debido afrontar la canciller con los sectores más conservadores de su partido
en el tema de las migraciones.
Desde el punto de
vista formal fue un discurso clásico. Agradecimientos, presentación de logros,
sobre todo en el terreno económico; y al final los temas candentes, esta vez
puestos en la arena internacional.
Por supuesto,
Merkel sabe que con temas de política internacional no se ganan elecciones.
Pero lo internacional ha llegado a ser en toda Europa un tema nacional.
Desde una
perspectiva puramente nacional los logros de Angela Merkel no pueden ser
mejores. Aumento del ingreso per cápita, disminución de los impuestos y sobre
todo el hecho de que por primera vez Alemania será un país sin deuda externa.
Creo que no hay otro en el mundo.
Su re-elección como canciller parece estar por
el momento asegurada. Nadie dentro de la CDU posee su capacidad integrativa.
Nadie tampoco puede conquistar la votación de ciudadanos que no se identifican
con el bloque conservador, entre ellos muchos que tradicionalmente votan por
los socialistas. Por si fuera poco Merkel ha sido y es portadora de una palabra
que para los alemanes es oro: estabilidad. En esa estabilidad política reside,
en gran parte, el secreto de los éxitos económicos de su gobierno.
La gran pregunta
era empero: ¿cómo iba a enfrentar Merkel el tema migratorio? ¿Con autocrítica?
¿Con datos y cifras? En ese punto
Merkel sorprendió no solo a los delegados de su partido sino, además, a la
opinión pública. Dos veces pronunció la frase: “Nombraremos a las cosas por su
nombre”. Y, efectivamente: lo hizo.
Merkel condenó sin
rodeos a la presencia de Putin en Siria e Irak. Criticó un vez más a la
intervención rusa en Ucrania, defendió el bloqueo económico a Rusia y se
pronunció a favor de una Europa económica, política y militarmente unida. Más
aún: reconoció que Alemania, a diferencias del pasado reciente, cumple y
seguirá cumpliendo tareas en el área humanitaria, en las relaciones políticas y
en obligaciones internacionales, sobre todo en la guerra en contra del ISIS.
Al flujo migratorio
lo llamó Merkel con la palabra exacta: deportaciones. A los emigrantes los
denominó perseguidos de la guerra. Con abierta sinceridad logró debilitar las
críticas del ala más conservadora de su partido. Pero sobre todo marcó
diferencias con su principal oponente: la coalición anti-merkelista que
pretenden formar los socialdemócratas, el Partido Verde y la Linke (la izquierda). Merkel conoce los puntos que
calza cada uno de esos partidos en temas internacionales. Los verdes no tienen
política internacional, los socialdemócratas la determinan por encuestas y la
Linke es abiertamente pro-Putin (coincide en ese tema con la ultraderecha, AfD:
Alternativa para Alemania).
El lema levantado
por Merkel, “Nuestro futuro, nuestros valores”, no es puramente publicitario.
Más relevancia alcanzará si las elecciones de Abril de 2017 en Francia
determinan un triunfo o por lo menos un nuevo gran avance del Frente Nacional
de Marine Le Pen. Si así sucede, la Alemania de Merkel se transformará en el
principal- y quizás último- bastión de la democracia liberal en Europa.
Las amenazas vienen
de todos lados: las consecuencias del Brexit, la presencia militar de Putin en
el Oriente Medio, la conversión de la democracia en una autocracia en Turquía,
el avance de los partidos racistas en Europa y -la guinda de la torta- la
presidencia de Trump en los EE UU. ¿Cómo quiere usted enfrentar a todo eso?
–preguntó una periodista a Merkel, el día anterior al Congreso de la CDU –. A
cada tema por separado – fue la respuesta inmediata de Merkel.
Efectivamente: no
todo está decidido. El triunfo del Frente Nacional en Francia puede detenerse
si la izquierda acepta la hegemonía de la centro-derecha como ya ha ocurrido en
dos ocasiones. Ni Putin ni Erdogan pueden precindir de relaciones económicas
con Europa, sobre todo con Alemania. Trump no podrá demoler totalmente la
comunidad de valores que ha cimentado la alianza de los EEUU con Europa, y los
partidos racistas, aparte de odio no tienen mucho que ofrecer en los países
donde avanzan. El triunfo electoral de Alexander van Bellen en Austria demostró
que, con una política frontal y combativa,
el neo-fascismo es derrotable.
No son muchas
cartas las que tiene Merkel, pero el juego no ha terminado. Para jugarlas,
Merkel necesita tener detras de sí a una Europa unida. Pero a la vez, la unidad
de Europa dependerá en gran parte del triunfo de Merkel.
2017 será un año
decisivo. Las luchas electorales que se avecinan serán las más intensas de la
historia reciente. Así lo entiende Angela Merkel. También parece haber
entendido su nuevo rol: en su país, en Europa y quizás en el mundo.