Chile por tradición
y doctrina ha sido un país políticamente pasadista y repetidor. Quizás hoy más
pasadista y repetidor que nunca.
Pasadista y
repetidor, para que nadie se ofenda, no quiere decir reaccionario. Significa
solamente que el pasado es allí una referencia más importante que en otras
patrias. Y hay buenas razones. Cada vez que Chile se ha lanzado hacia el futuro
-durante Balmaceda y Allende por ejemplo- ha caído de cabeza en el abismo. Entonces
–esa es la lección- es mejor repetir el pasado que intentar un futuro. Algo así
como avanzar hacia atrás.
El lugar más seguro
de los tiempos verbales es el pasado. El pasadismo es, por lo mismo, una opción entendible.
Más vale diablo conocido que diablo por conocer, dice el dicho. Basta solo
mirar algunas páginas históricas chilenas del siglo XX. Arturo Alesandri repitió dos veces su gobierno. Primero
contra los milicos; después con los milicos. Su enemigo a muerte, el general
Carlos Ibáñez, hizo lo mismo, pero al revés. Primero como dictador a medias,
después como populista a medias. Los gobiernos radicales de Pedro Aguirre
Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel Gonzáles Videla, se repitieron como
calcados, uno detrás del otro.
Tanta escuela ha
hecho el pasadismo en Chile que, cuando no es posible que alguien repita por sí
mismo, delega la repetición a un descendiente. Así Jorge Alessandri fue elegido
en recuerdo de su padre, Arturo. Eduardo Frei Ruiz-Tagle fue elegido en
recuerdo de su padre Eduardo Frei Montalva. Y doña Bachelet fue elegida en
recuerdo del pasado (de Allende y de su padre general) y de su padre político,
Ricardo Lagos. Y hoy, para variar, se perfilan dos candidatos pasadistas y
repetitivos a la vez. Lagos contra Piñera. Pasado contra pasado. Si tienen suerte
ambos competirán para demostrar cual tiempo pasado fue mejor, sí el del uno o
el del otro.
Hasta tal punto ha
llegado el culto al pasado en Chile que el hijo de Ricardo Lagos Escobar,
Ricardo Lagos Weber, Presidente del Senado, enrostró al más fuerte oponente de
su padre dentro de Nueva Mayoría, Alejandro Guillier, carecer de pasado.
Afirmó: “Solo digo que el caballero tiene historia (Lagos Escobar) y que al
otro hay que conocerlo. De uno se sabe que tiene carácter, y del otro hay que
saber que carácter tiene”. Y si lo dice el hijo de un padre por algo será pues.
Como ha sido
sugerido, el pasado en Chile no solo se adquiere por determinadas obras sino
que, además, por linaje y sucesión.
No se quiere decir
aquí que el pasado no importa. Claro que importa. En Chile y en otras partes
también, el pasado es un capital histórico. Y Ricardo Lagos tiene mucho capital
acumulado. Pero, además, tiene, aún más que otros, presente.
Pese a ser el más
antiguo de los pre-candidatos, Ricardo Lagos es el más actual. Está al tanto, y
lo demuestra en sus pocos escritos, de los cursos que toma la historia del
siglo XXl. Fuera de Chile es, además, uno de los políticos más admirados. De
los presidentes de esa nación es uno de los pocos para quien el mundo no
comienza en Arica ni termina en Magallanes. Siempre cuando ha llegado la
ocasión de pronunciarse a favor de la democracia en otros países, lo ha hecho.
Y en estos momentos, cuando la democracia está amenazada en tantas latitudes,
contar con un demócrata consecuente en un gobierno no deja de ser algo
importante.
Sí. Es un mérito tener un buen pasado. Pero eso no significa, como opina Lagos Weber, que
la carencia de un gran pasado deba ser considerada un defecto. Baste recordar a
Konrad Adenauer. Antes de que asumiera como Canciller de Alemania no era
ninguna figura política (simple alcalde de Colonia) y en Europa –a quien fuera
llamado “el padre de Europa”- no lo conocía nadie. Además, llegó muy viejito a
gobernar.
Desde un punto de
vista político, Ricardo Lagos es el pre-candidato más importante. Pero desde un
punto de vista no político sino politológico (entiéndase bien la diferencia)
Alejandro Guillier es, sin duda, el más interesante. En el sentido exacto del
término, Guillier ha llegado a ser en el país de los chilenos, un fenómeno.
Guillier, claro
está, no es un don nadie. Haber sido elegido senador por Antofagasta no es poca
cosa. Pero tampoco es gran hazaña. Su pasado, ya sea como periodista o como
político, dista de ser épico. En el sentido de Weber (no Lagos Weber sino Max
Weber) Guillier carece de carisma, es decir, no representa a ninguna historia
sagrada. No viene de la izquierda- izquierda sino del centro-centro, del
Partido Radical, un mini-partido jurásico. Tampoco es un rebelde sin causa como
intentó serlo MEO (alias: Marco Antonio Enriquez- Ominami Gumucio)
En cierto modo,
Guillier, aunque se presenta como independiente, ha sido un militante
disciplinado de Nueva Mayoría. No pretende cambiar el mundo ni tiene una
oratoria desbordante. Solo un aspecto amable y frases dichas con cierto sentido
común. ¿Cómo se explica entonces que según las encuestas aparezca hoy como la
alternativa más desafiante frente a las pretensiones repetitivas de Piñera,
superando incluso al legendario Lagos?
Una respuesta
tentativa es que en el país de los chilenos, Guillier representa, tal vez sin
desearlo, un cambio. Por de pronto, su simple posibilidad presidenciable
rompería con el dualismo interno de
Nueva Mayoría (socialistas (o PPD) y DC) En segundo lugar, al no ser de izquierda
ni de derecha en sentido clásico, pondría el país al día con un mundo donde
esas categorías ya casi no cuentan. En tercer lugar, su candidatura emergería
como una protesta simbólica en contra de la prepotencia de los partidos más
grandes, una rebelión suave o por lo menos no traumática frente a esa clase
política con la que la mayoría de los chilenos parecen estar “recontra
cabriados”.
Convengamos:
Guillier no es Gulliver ni Chile es Liliput. Pero en el país de los chilenos, Guillier podría ser una buena
alternativa para asegurar la continuidad en el cambio y el cambio en la
continuidad. En Chile –y eso parece saberlo Guillier tan bien como Lagos- son
pocos los que están por hacer locuras.