Fernando Mires - GUILLIER EN EL PAÍS DE LOS CHILENOS




Chile por tradición y doctrina ha sido un país políticamente pasadista y repetidor. Quizás hoy más pasadista y repetidor que nunca.
Pasadista y repetidor, para que nadie se ofenda, no quiere decir reaccionario. Significa solamente que el pasado es allí una referencia más importante que en otras patrias. Y hay buenas razones. Cada vez que Chile se ha lanzado hacia el futuro -durante Balmaceda y Allende por ejemplo- ha caído de cabeza en el abismo. Entonces –esa es la lección- es mejor repetir el pasado que intentar un futuro. Algo así como avanzar hacia atrás.
El lugar más seguro de los tiempos verbales es el pasado. El pasadismo es, por  lo mismo, una opción entendible. Más vale diablo conocido que diablo por conocer, dice el dicho. Basta solo mirar algunas páginas históricas chilenas del siglo XX. Arturo Alesandri repitió dos veces su gobierno. Primero contra los milicos; después con los milicos. Su enemigo a muerte, el general Carlos Ibáñez, hizo lo mismo, pero al revés. Primero como dictador a medias, después como populista a medias. Los gobiernos radicales de Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel Gonzáles Videla, se repitieron como calcados, uno detrás del otro.
Tanta escuela ha hecho el pasadismo en Chile que, cuando no es posible que alguien repita por sí mismo, delega la repetición a un descendiente. Así Jorge Alessandri fue elegido en recuerdo de su padre, Arturo. Eduardo Frei Ruiz-Tagle fue elegido en recuerdo de su padre Eduardo Frei Montalva. Y doña Bachelet fue elegida en recuerdo del pasado (de Allende y de su padre general) y de su padre político, Ricardo Lagos. Y hoy, para variar, se perfilan dos candidatos pasadistas y repetitivos a la vez. Lagos contra Piñera. Pasado contra pasado. Si tienen suerte ambos competirán para demostrar cual tiempo pasado fue mejor, sí el del uno o el del otro.
Hasta tal punto ha llegado el culto al pasado en Chile que el hijo de Ricardo Lagos Escobar, Ricardo Lagos Weber, Presidente del Senado, enrostró al más fuerte oponente de su padre dentro de Nueva Mayoría, Alejandro Guillier, carecer de pasado. Afirmó: “Solo digo que el caballero tiene historia (Lagos Escobar) y que al otro hay que conocerlo. De uno se sabe que tiene carácter, y del otro hay que saber que carácter tiene”. Y si lo dice el hijo de un padre por algo será pues.
Como ha sido sugerido, el pasado en Chile no solo se adquiere por determinadas obras sino que, además, por linaje y sucesión.
No se quiere decir aquí que el pasado no importa. Claro que importa. En Chile y en otras partes también, el pasado es un capital histórico. Y Ricardo Lagos tiene mucho capital acumulado. Pero, además, tiene, aún más que otros, presente.
Pese a ser el más antiguo de los pre-candidatos, Ricardo Lagos es el más actual. Está al tanto, y lo demuestra en sus pocos escritos, de los cursos que toma la historia del siglo XXl. Fuera de Chile es, además, uno de los políticos más admirados. De los presidentes de esa nación es uno de los pocos para quien el mundo no comienza en Arica ni termina en Magallanes. Siempre cuando ha llegado la ocasión de pronunciarse a favor de la democracia en otros países, lo ha hecho. Y en estos momentos, cuando la democracia está amenazada en tantas latitudes, contar con un demócrata consecuente en un gobierno no deja de ser algo importante.
Sí. Es un mérito tener un buen pasado. Pero eso no significa, como opina Lagos Weber, que la carencia de un gran pasado deba ser considerada un defecto. Baste recordar a Konrad Adenauer. Antes de que asumiera como Canciller de Alemania no era ninguna figura política (simple alcalde de Colonia) y en Europa –a quien fuera llamado “el padre de Europa”- no lo conocía nadie. Además, llegó muy viejito a gobernar.
Desde un punto de vista político, Ricardo Lagos es el pre-candidato más importante. Pero desde un punto de vista no político sino politológico (entiéndase bien la diferencia) Alejandro Guillier es, sin duda, el más interesante. En el sentido exacto del término, Guillier ha llegado a ser en el país de los chilenos, un fenómeno.
Guillier, claro está, no es un don nadie. Haber sido elegido senador por Antofagasta no es poca cosa. Pero tampoco es gran hazaña. Su pasado, ya sea como periodista o como político, dista de ser épico. En el sentido de Weber (no Lagos Weber sino Max Weber) Guillier carece de carisma, es decir, no representa a ninguna historia sagrada. No viene de la izquierda- izquierda sino del centro-centro, del Partido Radical, un mini-partido jurásico. Tampoco es un rebelde sin causa como intentó serlo MEO (alias: Marco Antonio Enriquez- Ominami Gumucio)
En cierto modo, Guillier, aunque se presenta como independiente, ha sido un militante disciplinado de Nueva Mayoría. No pretende cambiar el mundo ni tiene una oratoria desbordante. Solo un aspecto amable y frases dichas con cierto sentido común. ¿Cómo se explica entonces que según las encuestas aparezca hoy como la alternativa más desafiante frente a las pretensiones repetitivas de Piñera, superando incluso al legendario Lagos?
Una respuesta tentativa es que en el país de los chilenos, Guillier representa, tal vez sin desearlo, un cambio. Por de pronto, su simple posibilidad presidenciable rompería con el dualismo interno de Nueva Mayoría (socialistas (o PPD) y DC) En segundo lugar, al no ser de izquierda ni de derecha en sentido clásico, pondría el país al día con un mundo donde esas categorías ya casi no cuentan. En tercer lugar, su candidatura emergería como una protesta simbólica en contra de la prepotencia de los partidos más grandes, una rebelión suave o por lo menos no traumática frente a esa clase política con la que la mayoría de los chilenos parecen estar “recontra cabriados”. 
Convengamos: Guillier no es Gulliver ni Chile es Liliput. Pero en el país de los chilenos, Guillier podría ser una  buena alternativa para asegurar la continuidad en el cambio y el cambio en la continuidad. En Chile –y eso parece saberlo Guillier tan bien como Lagos- son pocos los que están por hacer locuras.