Para pensar en esta
breve historia –me refiero a la del diálogo y sus consecuencias- hay que
comenzar a hacerlo desde el 20-O. Ese día, el régimen de Maduro, al anular el
RR 16, anuló de modo flagrante la letra constitucional constituyéndose en
dictadura de facto.
Desde su
perspectiva antidemocrática, Maduro y su gente decidió hacer lo único que podía
hacer: patear la mesa. Acceder al revocatorio habría sido cavar su tumba. Lo
dijo Elías Jaua: “El poder no se negocia”. Llamado a elegir entre ser derrotados
electoralmente o ser cuestionados constitucionalmente, eligieron lo último:
romper con la Constitución al precio de perder los últimos restos de legalidad
(ni hablemos de legitimidad, hace tiempo que no la tiene)
La oposición
representada en la MUD también hizo lo que tenía que hacer. El día 26 de
Octubre la toma de Venezuela pareció adquirir características épicas. En el
entusiasmo de la jornada, Henrique Capriles habló de una marcha (marcha, no
toma) de Miraflores para el día 03 de Noviembre. Algunos manifestantes,
creyendo que todavía estaban en el 2002, exigían marchar de inmediato a “tomar”
la casa presidencial.
Como es sabido, la
manifestación del 3-N no tuvo lugar. En vez de ella apareció el diálogo
propiciado por los mediadores de Maduro (Zapatero, Samper, Fernández). Ese
mismo diálogo había sido rechazado anteriormente por la MUD pero esta vez
contaba con el aval del Vaticano a través de su representante, Monseñor Claudio
María Celli.
Un diálogo con
mediación papal había sido solicitado por la propia MUD. Pero en situaciones
diferentes a las que tenían lugar en Noviembre del 2016. Ese diálogo fue
re-solicitado por Maduro en entrevista directa con Francisco. Naturalmente el
Papa accedió. ¿Qué Papa puede estar en contra de un diálogo?
No es este el lugar
para analizar la actitud del Vaticano (sobre ese tema será necesario escribir
alguna vez un largo artículo). Lo cierto, lo objetivo, lo inobjetable, es que
ese diálogo logró frenar a la fuerza movilizadora del pueblo democrático.
Quizás evitó también –hay que decirlo- un enfrentamiento directo en las calles.
El 3-N iba a ser el comienzo de largas jornadas de protesta. Y pese a las
intenciones de los convocantes, nadie puede asegurar que su transcurso iba a
ser pacífico, habida cuenta del carácter militar y militarista del régimen.
Por otra parte, la
oposición de partidos organizada en la MUD no podía sino aceptar la proposición
vaticana. Sobre ese punto hay que insistir.
Venezuela es un
país católico. Sus cardenales y obispos ejercen una hegemonía que va mucho más
allá de lo político. Más todavía: un No al diálogo habría significado para el
conjunto de la oposición perder avances alcanzados en el terreno internacional.
Ignorantes de los intersticios de la política venezolana, la mayoría de los
gobernantes del mundo habría tomado noticia del hecho escueto: “la oposición
venezolana dijo No al Papa”. De modo que corriendo el riesgo de pagar un gran
costo político (así dijo Ramos Allup) la MUD hizo lo único que podía (y debía)
hacer. Frenar las movilizaciones populares que ella misma había convocado.
Era lo que había
que hacer, es cierto. Pero no se hizo bien. Lo han dicho los propios dirigentes
de la MUD. Las explicaciones acerca de la necesidad del diálogo no fueron
formuladas a tiempo. La oposición a la oposición, débil numéricamente pero muy
estruendosa en las redes, aprovechó la ocasión para destilar venenos hacia la
MUD acusándola de traición, capitulación y otras lindezas.
La situación
empeoró cuando llegó el momento en que el alcalde del municipio Sucre, Carlos
Ocariz, dio a conocer los resultados del diálogo. La redacción de la
comunicación no pudo ser peor. Los resultados del diálogo que bajo
determinadas condiciones pueden ser considerados positivos –en ese punto
concedo razón al por mí muy respetado Américo Martín- fueron anunciados como un
gran triunfo de la MUD. Y eso no es tan cierto.
Habría sido cierto
si la MUD hubiese anunciado que su objetivo era alcanzar los mejores resultados
dentro de las peores condiciones posibles. ¿Cuáles son estas condiciones? Pues,
que se iba a dialogar obligado por la fuerza de las circunstancias y no por
propia iniciativa con un gobierno que ha roto con la Constitución. Solo
Capriles lo dijo. Pero no en nombre de la MUD.
¿Hubo problemas de
comunicación? Evidentemente, los hubo. Pero el problema parece ser más profundo
que convertir victorias en derrotas debido al mal uso de la palabra (convertir
a las derrotas en victorias tampoco llevaría muy lejos). El problema grave es
que no se dijo, o por lo menos no se dijo abiertamente, que se iba a un diálogo
con un gobierno anti-constitucional, ilegítimo e ilegal, en el más estricto
sentido de la palabra. A un inevitable diálogo (reitero: inevitable) sobre el
cual no había que hacerse muchas esperanzas. Lo que se dijo en cambio, y en
términos de ultimátum, fue que si el gobierno no retomaba el hilo
constitucional, la ruptura iba a ser definitiva.
Aceptemos, además,
que hubo deficiencias en las formulaciones de los resultados dados a conocer
por la MUD. Que nunca se debió haber hablado de personas detenidas sino de
presos (más claro: rehenes) políticos. Que nunca debió haberse aceptado hablar
de boicot económico. Que un cordón humanitario es, como dice el texto, solo
humanitario. Que la desincorporación de los diputados indígenas no significa
aceptar la malvada acusación de fraude hecha por el régimen. Que la autonomía
concedida a la AN es solo de palabra y hecha por personas que no respetan ni a
sus propias palabras. Que los cupos en las vacantes de el CNE son un reglamento
y no una concesión.
La MUD aseguró
asistir al diálogo para luchar por el RR y/o una equivalente agenda electoral
en “otro escenario de lucha” (Torrealba) y no para conseguir acuerdos
colaterales, por muy importantes que hayan sido. Eso indica que la MUD
probablemente no ha hecho todavía una lectura del significado de ese
revocatorio que supuestamente iba a defender.
El revocatorio
cumplía, desde el momento en que fue concebido, una doble función. La primera,
la más efímera: que el régimen, sometido a presión popular, aceptara al RR a
sabiendas de que iba a perder. La segunda era más realista pues al no aceptar el
RR16 el régimen debería romper con la Constitución. Si así sucedía, la lucha
por el RR16 iba a alcanzar una cualidad superior al propio RR16. Iba a
constituirse en la lucha nacional por la defensa de la Constitución.
El régimen, al
anular el RR16, se puso fuera de la Constitución. Desde ese día 20-O la defensa
de la Constitución pasó a ser el objetivo principal. Y es claro: el RR16 es
constitucional, pero la Constitución no es el RR16. Es mucho más. Es la esencia
de la república. Es el libro azul que sostiene jurídicamente a la nación. Es el
bien común de todos los venezolanos. La tarea de la oposición, desde que
asistió al diálogo, no era por lo tanto recibir como obsequio pedacitos de
constitución otorgados por el régimen. A menos, claro está, que se hubiera
indicado que ese y no otro era el propósito del diálogo.
Nadie niega que
hubo ciertos logros. ¿Qué esposa, por ejemplo, no se va a alegrar si su marido
es liberado? Pero desde el punto de vista político el objetivo principal era y
es –y así se dijo- la recomposición del hilo constitucional. Ese hilo sigue
cortado.
El dilema, por lo
tanto, no era ni es "diálogo o revocatorio". El dilema –en los momentos en que el
RR16 va desapareciendo del horizonte- es permitir o no que el régimen gobierne
sin la Constitución.
El dilema tampoco
es “o la calle o el diálogo”. Decir calle no dice nada. Decir diálogo por
diálogo dice menos. Decir calle y diálogo a la vez, es una simple fórmula para
salir del paso. El problema principal es saber por qué y a qué se va a la calle
y para qué y a qué se va al diálogo. Gritar: calle, calle, calle, no tiene
sentido. El diálogo, por sí mismo, tampoco lo tiene.
El diálogo es
importantísimo, no cabe duda. Sin diálogo no hay política. Pero el diálogo no
es ni puede ser el centro de la política. Todo lo contrario, debe estar al
servicio de una política. O dicho así: no puede ser un fin en sí. El régimen –es
lo que le conviene- quisiera tener a una parte de la oposición, sentadita,
dialogando sin parar, hasta el fin de los tiempos. Y a otra parte en la calle,
para reprimirla, apresarla y después volver a canjearla en otro diálogo.
En otras palabras,
la lucha política no puede ni debe estar subordinada a un diálogo. El diálogo,
en cambio, debe estar subordinado a la lucha política. Si así no ocurre los
radicalismos extremos terminarán por destruir a la oposición. A un lado los
salidistas. Al otro, los dialoguistas. El centro puede llegar a convertirse en
un vacío. Así la MUD terminaría por hundirse en el océano sin fondo de una
crisis de representación política.
Pienso que el padre
Luis Ugalde lo dijo en una sola frase: “Nada que sea constitucional debe ser
entregado”. Podría agregarse: “Ni con diálogo ni sin diálogo”. La Constitución
y nada más debería ser el programa de la oposición. Todo indica entonces que
para recuperar el hilo constitucional cortado por el régimen la MUD deberá
recuperar primero su propio hilo político. Ese mismo hilo que fuera
interrumpido por la iniciativa -oportuna o inoportuna, se verá después- de Su Santidad.
Cierto es que ni en
la vida política ni en la personal es posible volver al pasado. Pero por otra
parte, siempre será posible comenzar de nuevo. Al fin y al cabo eso es la
política: un permanente nuevo comenzar.