Ese día por la
tarde, habiendo puesto punto final a un artículo, me disponía a enviarlo al
periódico. Mas, la internet no funcionó. Hice lo imposible. Leí las
instrucciones tres veces. Enchufé, desenchufé, lancé trescientas maldiciones al
aire y para no arrojar el computador por la ventana, decidí esperar hasta el
día siguiente.
Llamé entonces a un
amigo para comentar los partidos de fútbol del día anterior. Pero el teléfono
tampoco funcionó. Encendí a la televisión, cualquiera cosa que me distrajera.
Solo se veían rayas de cebras. Debo confesar: por un momento me sentí perdido.
De pronto yo estaba desconectado del
mundo.
Decidí al fin volver a los antiguos tiempos y hojear un libro de papel,
el primero que encontré. Ni aunque lo hubiera solicitado: John Updike: Hacia
el fin del tiempo. Narra la vida de unos personajes en EE UU después de que
el país fuera destruido por una bomba atómica.
Al día siguiente mi
esposa me despertó muy temprano con la noticia: 900.000 usuarios de Telekom
–de la cual soy antiguo cliente- habían sido afectados por un hacker. Uno de
esos usuarios era yo. La noticia agregaba que los técnicos de la Telekom y los del
gobierno estaban trabajando juntos para restablecer el orden y averiguar el origen del ciber-ataque.
El día Martes 29 el
noticiero del mediodía reveló que el ciber-ataque había sido perpetrado desde
Moscú. No voy a extenderme en detalles -la verdad, de cosas digitales no tengo
la más santa idea-. Pero la noticia fue dada por el BSI (Departamento de
Seguridad y Técnicas de Información en Alemania) es decir, poseía un status
oficial. El BSI acusó directamente al gobierno de Putin de intervenir en las
redes digitales europeas. Precisamente el día anterior, A. Merkel había leído un
comunicado señalando que su gobierno estaba dispuesto a enfrentar ataques
cibernéticos de origen externo (ella, tan prudente, no nombró a Rusia).
La noticia no me
extrañó. Desde Moscú proviene la mayoría de los hacker que asolan Europa. No se
trata de simples sospechas. Naturalmente el gobierno ruso niega dichas
acusaciones y estas -como ocurrió en el caso de la intervención
cibernética en las elecciones
norteamericanas- no podrán ser probadas. Imposible que lo sean. Las empresas
cibernéticas rusas –es lo que he podido averiguar- no son organizaciones
gubernamentales. En el hecho se trata de ONGs que prestan servicios especiales
al gobierno. En otras palabras, mafias organizadas. Putin, en lugar de
intervenirlas, ha logrado centralizarlas en torno a un núcleo al que solo muy
pocos tienen acceso, sistema que ha hecho extensivo a diversas ramas de la
economía y de la política. Así como a Iván el terrible
lo llamaron el Zar de toda las Rusias, en Rusia el humor público denomina a
Putin como el Presidente de todas las mafias.
La noticia del
ataque ruso no fue, sin embargo, reiterada en los medios. Pero tampoco hubo
desmentido. Eso no es nuevo. Según mi experiencia con los medios –de esto
entiendo algo más que de nomenclaturas digitales– los gobiernos recurren a este
procedimiento a guisa de advertencia, dando a conocer que están informados de
hechos sobre los cuales por razones políticas o diplomáticas no desean
insistir.
El ciber-ataque a
los usuarios de Telekom no fue un incidente sin importancia. Para algunos
entendidos se trata de un ensayo general. Para otros, de un plan fracasado
destinado a sistematizar diversas redes en un solo paquete y lograr así tener
acceso a caudales de informaciones.
En cualquier caso el gobierno ruso ha
comprendido muy bien la importancia de las agresiones cibernéticas. A través de
ellas pueden llegar a controlar infraestructuras completas como los sistemas de
salud, educación y, por supuesto, a los partidos, al personal gubernamental y no
por último, al militar; ni hablar de las transacciones bursátiles.
Así como
nuestros antepasados dependían del fuego (el primer mono que descubrió el fuego
se hizo hombre y con ello hizo de la hembra una mujer) hoy dependemos del
control de los medios digitales de comunicación. A través de la comunicación
digital la sociedad se piensa a sí misma. Pero si es alterado el sistema cibernético,
deja de hacerlo.
La sociedad es
comunicación, enseñó Jürgen Habermas, antes de que aparecieran las redes
digitales. Para hacer una analogía, un ataque cibernético es a lo social un
equivalente a un infarto cerebral en lo individual pues los mecanismos digitales
son transmisores que nos comunican con el resto del mundo. Y bien, ese día
Domingo, casi un millón de seres humanos fuimos desconectados de este mundo por
decisión de un gobierno, según el BSI.
Los tiempos han
cambiado. Antes, para desconectarnos del mundo era necesario hacer volar
puentes y destruir caminos. Hoy basta una artera programación cibernética y un
gobierno inescrupuloso para que eso sea posible.
Imagino, es lo más
probable, que entre esos 900.000 usuarios de Telekom había más de uno con
problemas de salud. Un paro cardiaco por ejemplo. Alguien que intentó llamar al
servicio de urgencia justo cuando los teléfonos enmudecían. No es broma. Ese señor o esa señora deben estar muertos.
Estoy convencido de
que si estalla una futura guerra mundial (ojalá el diablo no me escuche), esta
será predominantemente cibernética. Si es así, no tengo ningún motivo para
envidiar a las futuras generaciones. Yo también podría haber muerto ese día.
Vladimir me atacó. Y nada menos que en mi propia casa.