Fue un tuiter de mi
estimada amiga Magdalena Boersner cuyo TL siempre consulto debido a la
pertinencia y agudeza de sus observaciones, la razón que me hizo pensar sobre
un punto que –si consideramos su magnitud- merece atención. Me refiero al
altísimo grado de abstención manifestado en el plebiscito convocado por el
gobierno de Manuel Santos, el día 2-S.
Lo que escribió
Magdalena fue algo así: “Colombia ha sido dividida no en dos sino en tres partes”. En
sentido gramatical exacto, Colombia después del plebiscito aparece como un
país tri-vidido
No es una
observación banal. Pues un plebiscito o referendo no es cualquiera elección.
Los plebiscitos son realizados, la más de las veces, para que la ciudadanía
decida una disyuntiva existencial en la vida de una nación.
Los electores no
eligen en un plebiscito a personas, ni ideologías, ni mucho menos a programas.
Solamente optan entre dos palabras: Sí o No. En los plebiscitos, por lo mismo,
no cuenta la pluralidad política. Por eso, si bien los plebiscitos no son la
expresión más democrática de la política, son, al menos, su expresión más
dramática.
La dramaturgia
inscrita en la alternativa plebiscitaria hace que el grado de abstención sea
mínima en cada referendo. Nada que ver con ese gigantesco, abrumador,
aplastante 62,6% alcanzado en Colombia. Si no es un record plebiscitario, está
cerca de serlo.
La verdad sea
dicha, no encontraba una respuesta adecuada que me explicara con claridad la
abstención colombiana. Quizás hay muchas respuestas, fue mi veredicto. Y
actuando como los criminalistas cuando no encuentran al culpable, me dispuse a
cerrar el caso. Mas, nuevamente un tuiter trajo luz a mi oscuridad. El tuiter
venía esta vez de María de los Ángeles. Decía: ¿“Sábes? Yo voté por el Sí, pero
cuando dieron a conocer el triunfo del NO, me alegré”.
María de los
Ángeles es jurista. Pertenece a los segmentos más ilustrados de la cultura
colombiana. Su actitud de votar por el Sí y después haberse alegrado por el
triunfo del NO, reflejaba tal vez, si no la opinión, por lo menos el sentimiento
de muchos intelectuales colombianos.
Leyendo las
posiciones asumidas por escritores tan notables como Héctor Abad Faciolinci,
Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez y otros, no es difícil advertir que todos
optaban por el SÍ. Pero, como María de los Ángeles, algunos mostraban cierta
comprensión por la posición del NO. El tenor predominante de sus discursos fue
más o menos el siguiente: votamos por el SÍ porque es la alternativa a una
cruenta guerra pero a la vez no nos gustan las concesiones hechas por el
gobierno a las FARC. Los nombrados, personas muy inteligentes, entendían votar
por el SÍ como un acto racional. Por eso creo que lamentando la derrota del SÍ, ninguno de ellos sintió deseos de suicidarse después del triunfo del NO.
Pensé entonces en
mi propia posición. Ahí caí en cuenta que yo –alguien que escribe hasta sobre
las luchas políticas en Marte (es un decir)- no había redactado ningún artículo
sobre la Colombia plebiscitaria. Es decir, me abstuve de escribir, así como la
mayoría de los colombianos se abstuvo de votar. Luego, a mi modo, yo también
soy abstencionista.
Quiero decir: como
tantos colombianos, yo, un no-colombiano, estaba dividido entre dos deseos: los
que vienen de la mente y los que vienen del corazón. O en otro tono: entre el
deseo de paz y el deseo de justicia. Una voz me decía: el SÍ puede asegurar la
paz en un país ensangrentado. Pero otra respondía: ¿es justo que esos
criminales reunidos en La Habana bajo el amparo de una de las más brutales
dictaduras del planeta, no paguen un mínimo de sus culpas? Tal vez paralizado
entre esos dos deseos antagónicos, el de la paz y el de la justicia, yo tampoco
habría podido votar. ¿Quién sabe?
Siempre he
condenado al abstencionismo. Hoy, por primera vez, no puedo hacerlo.