La semana pasada la depauperada democracia venezolana cruzó finalmente la línea roja que todos temíamos. En círculos académicos e intelectuales se venía discutiendo la, quizás ociosa, caracterización y denominación del régimen venezolano. ¿Autoritarismo competitivo, populismo autoritario, dictadura mediática? Edulcorantes todos para definir un régimen híbrido, situado en los múltiples grises entre la democracia y la autocracia. Ya no más. Ahora la caracterización es nítida: la semana pasada el gobierno se puso al margen de la constitución, primero Maduro al saltarse la Asamblea en la presentación del presupuesto nacional y luego el árbitro electoral al subrogar sus competencias a una instancia local. Cerrando la semana, el domingo y como guinda, la Asamblea Nacional declaró formalmente la ruptura del hilo constitucional, que implica caracterizar a Maduro como un gobernante de facto.
La sociedad venezolana está actualmente dividida en una proporción 80-20, en dos relaciones fatales: 80% rechaza al gobierno de Maduro y 20% lo apoya, pero ese 20% que le apoya tiene control de un 80% de las instituciones del país. Es lo que llamo "Pareto pésimo". Pareto fue un economista italiano del siglo 19 que identificó que esas proporciones se daban en muchos aspectos de la vida económica. La propiedad de la tierra, en el caso italiano de su época, es una referencia clara, con un 20% de los terratenientes poseyendo el 80% de las tierras, pero hay muchos más casos. Es Pareto una referencia importante en las políticas públicas porque pese a ser una referencia derivada de la observación, existen numerosas aplicaciones para el ejercicio de gobierno. En el caso de la seguridad pública en una ciudad, por ejemplo, con frecuencia el 80% de los crímenes ocurren en el 20% del espacio, por lo que controlar el 20% de las causas puede solucionar el 80% de los efectos.
Muchas veces cuando se hacen los análisis políticos se considera sólo la primera relación, y se obvia la segunda. Hablamos mucho de encuestas, pero poco de poder institucional. Es determinante la popularidad de un presidente para tener gobernabilidad y ejercer buen gobierno, ciertamente. La primera relación de ese 80-20 en los afectos populares es muy importante cuando el análisis se hace en un entorno netamente democrático, pero éste ya no es el caso. Por ello en el autoritarismo de nuevo cuño venezolano la segunda proporción guarda gran relevancia.
Cinco poderes públicos nacionales contempla la Constitución venezolana: los tradicionales ejecutivo, legislativo y judicial, y dos innovaciones de la constitución del 98 que fuera hechura de Chávez: el Poder Electoral y el Poder Moral. De los cinco sólo uno está bajo dominio de la oposición, y el resto, aunque en teoría se suponen poderes independientes, están bajo las claras órdenes oficialistas. Sólo 3 de los 21 estados están gobernados por opositores, mientras que unos 80 alcaldes, de un total de 337 son de partidos miembros de la Unidad Democrática. Al mismo tiempo el alto mando militar se confiesa “revolucionario, chavista, bolivariano y anti-imperialista”, en ese orden.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo se lucha contra una dictadura de estas características? La respuesta está en Pareto: atacar el 20% de las causas permitiría solucionar el 80% de las consecuencias. En buena medida es lo que ha intentado hacer la Unidad Democrática. Intentar horadar ese dominio institucional del oficialismo apelando a las convicciones democráticas que tienen muchos de los venezolanos que hacen vida en esas instituciones precisamente. El venezolano es un pueblo formado al abrigo de la democracia, y ello no es ventaja menor. La cultura democrática está aún inmersa en una gran mayoría de la población, incluida la que forma parte de las instituciones más oficialistas. A ello hay que apelar.
El académico Adam Przeworski de la Universidad de New York, recientemente condujo una rigurosa investigación donde analizaba todas las transiciones de poder ocurridas en el mundo desde 1788, concluyendo que los cambios pacíficos de poder tienen muchísimas mayores posibilidades de ocurrir si la sociedad ha adquirido el hábito de la alternancia democrática. Esto es, si una sociedad ha vivido al menos dos cambios de gobierno en su historia democrática, esa sociedad tiene muchas más posibilidades de resolver sus conflictos por la vía electoral que por la fuerza. Es ese un factor fundamental que diferencia a la dictadura venezolana de la cubana, o de las del medio oriente y le otorga cierto optimismo prospectivo.
Lo que estamos viviendo hoy en Venezuela es un choque de poderes muy claro, una confrontación institucional que cada uno de los actores en conflicto ha tratado de trasladar la contienda al tablero en el que tiene mayores ventajas. La Unidad ha llamado a las calles, mientras que el oficialismo invita a la discusión al seno de las instituciones.
Los últimos acontecimientos ocurridos en el país señalan que el oficialismo se puso al margen de la Constitución, mientras que la oposición quedó dentro de ella. De alguna manera los sucesos facilitan la lógica argumental de la oposición. Abortar el Referéndum Revocatorio de una manera tan irregular permite a la oposición hacer acopio de sus fuerzas y de su liderazgo en la calle y en la esfera internacional para exigir la vuelta a la lógica constitucional. El llamado pareciera estar siendo masivamente aceptado. Esta semana se dio una jornada muy importante: la primera convocatoria a tomar las calles que se hace luego de declarado roto el hilo constitucional. Millones de venezolanos salieron a las calles a exigirlo pacíficamente.
Pero en las transiciones, como también argumenta Pzrezowski no es tan importante si el partido de gobierno “puede o no” perder, sino “lo que” puede perder. ¿Qué va a pasar conmigo si la oposición llega al poder? es la pregunta que se hacen quienes están en riesgo de perderlo. En la actual coyuntura hay algunos actores en el oficialismo que tienen serias cuentas pendientes en materia de narcotráfico o de derechos humanos. Son ellos los que perciben demasiados riesgos, y ponen por ello todo tipo de obstáculos y boicots a que la necesaria transición ocurra. Distinguir quirúrgicamente quién es quién para facilitar o no su inclusión en los diálogos y acuerdos necesarios, es un trabajo fundamental en esta etapa.
Dictaduras y dictadores hay muchos en el mundo, lo que no es frecuente es encontrar dictadores con 80% de rechazo ni dictaduras que violen sus propias constituciones.... Tampoco es frecuente que una dictadura logre triunfar sobre un pueblo que ha dado muestras de irreductible tozudez democrática.
Las tensiones de una sociedad se resuelven mayoritariamente de dos formas: la electoral o la violenta. Al cerrar la válvula electoral algunos actores del gobierno venezolano están conduciendo a la sociedad hacia la violencia. ¿Estamos condenados a ello? Creo que aún hay posibilidades de evitarlo...