Rosario Murillo se contonea al ritmo de la música. Mueve sus caderas, pero la cámara muestra un rostro tenso. No sonríe. Sujeta el micrófono con la mano derecha, pero el índice de la izquierda mantiene un tic incontrolable: tamborilea sobre el podio. Está nerviosa. La música se detiene y ella toma la palabra para presentar a los invitados especiales que este diecinueve de julio, cuando se celebra el triunfo de la revolución sandinista, se reúnen en el entarimado adornado con centenares de arreglos florales. Tiene la voz carrasposa, como si estuviera agripada. Luego cede la palabra al comandante Daniel Ortega, su marido, su compañero político.
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