Un 11 de septiembre
marcó –no sé si para siempre- la historia de mi país y la de sus habitantes.
Ese fue el día en el que Chile perdió su inocencia. Ese país alejado del mundo, esa delgada franja de tierra, esa, según Alonso de Ercilla, “fértil
provincia y señalada”, no pudo resistir con su fragilidad los
embates que venían desde su propio planeta.
La Guerra Fría nos
convirtió en país negociable, una bola de ping pong con la cual jugaban Brechnev
y Kissinger. La intromisión cubana nos convirtió en un país errático. La
antigua izquierda, adocenada, parlamentaria, conciliadora, se convirtió de la
noche a la mañana en revolucionaria. La derecha, en un tumulto de histéricos,
conspiradores y golpistas. El ejército constitucionalista fue transformado por
un cruel y sádico general en una horda de asesinos. Ese día pasamos a ser
noticia mundial. El 11 de septiembre es para nosotros, los chilenos, el
aniversario de la sangre.
La vía pacífica al
socialismo terminó en una inmensa tragedia. Hoy las aguas han vuelto a sus
cauces. Pero no hay chileno –aunque no lo haya vivido- que no piense hoy en ese 11 de septiembre.
En sus lutos, en sus desaparecidos, en sus amigos y familiares, en las
traiciones, en el presidente muerto. En el miedo. Hoy, casi nadie en Chile
quiere hablar del 11 de septiembre. O lo que es igual, todos quieren hablar, pero sin decir nada. Está claro:
11 de septiembre.
Un 11 de septiembre
marcaría después la historia del mundo y sus habitantes. Las torres gemelas,
signos del progreso, del materialismo y del bienestar, fueron destruidas por un
pequeño grupo de terroristas fanáticos quienes bajo las ordenes de Bin Laden
desataron, con éxito, una guerra a todo el occidente democrático. Esa guerra se
encuentra hoy en la plenitud de su curso.
Ya se han adueñado
del Oriente Medio y en las ciudades de Europa planifican tozudamente sus
ideales destructivos. Han soltado, además, a todos los demonios. Las
migraciones más tumultuosas de la historia moderna dejan detrás de sí a
naciones incendiadas y avanzan hacia las atestadas ciudades de Europa. Los ayer
tranquilos europeos, hoy con mucho miedo, comienzan a emigrar en masa
hacia los partidos de ultraderecha y neo-fascistas. Pese a que en
términos históricos nos está prohibido hablar en subjuntivo, es inevitable
pensar que todo esto comenzó con ese maldito 11 de septiembre: en New York.
Hay quienes ya
están hablando de la desaparición política y cultural de Europa. Al fin y al
cabo no hay que leer a Toynbee para saber que todas las culturas están
destinadas a desaparecer. Y a renacer. Mala suerte, no me ha tocado vivir
ningún renacimiento. Solo he vivido desaparecimientos.
11.09.16
11.09.16