Debo
decir que no tengo nada en contra de que las mujeres se pongan en la cabeza lo
que quieran, sea un velo, un sombrero o un macetero. Pero no me da lo mismo lo
que se pongan sobre el rostro. Dicho en breve, estoy en contra de la burka y de
su rejilla y de su gemelo sin rejilla, el nikab.
No
solo estoy en contra de la burka. Estoy en contra de quienes opinan que da lo
mismo que la usen o no, de las feministas que dicen que cada mujer puede
vestirse o desvestirse como quiera, de los que identifican el uso de la burka
con la libertad de culto. En fin, en contra de todos quienes están a favor de
la burka, o les da lo mismo, o la politizan a su favor.
Estoy
en contra de que una mujer me mire a través de una rejilla o un velo sin que yo
sepa si me está mostrando odio, simpatía, indiferencia o burla. Para que se
entienda mejor, si me topara en la calle con el Zorro o con Batman, también
estaría en contra de ellos.
Nuestra
cara es nuestra identidad. Sin la cara somos unos descarados. Nos reconocemos y
relacionamos a través de las caras. No es posible ser ciudadano sin dar la
cara. La ciudadanía debe ser pública o no ser.
¿Estoy
a favor de la prohibición de la burka? Ética, estética y jurídicamente no puedo
sino estar en contra de su uso. Pero, a la vez, sabemos que políticamente una
prohibición puede ser contraproducente. El ministro del interior alemán, Thomas de Maizière, justamente quien iniciara el debate sobre el uso de la burka en su
país, dijo con cierta razón:“No podemos prohibir todo lo que negamos”.
Probablemente
el ministro pensaba en que una prohibición terminante de la burka podría llevar
a producir el efecto contrario de lo que se busca alcanzar. Llevaría, sin duda,
a que los islamistas más radicales usen la burka como símbolo de lucha.
Policías en la calle obligando a las mujeres a despojarse de la arcaica
indumentaria provocaría rechazo entre los propios sectores liberales, tanto
dentro como fuera del Islam.
Decidí
entonces llamar por teléfono a D.
D.
es una reconocida académica alemana. Descendiente de padres sirios goza de
plena autoridad en materias islámicas. Su posición en contra del uso de la
burka la ha fundamentado públicamente desde su punto de vista religioso,
feminista y político. Como en tan pocas líneas no puedo transcribir el curso de
la conversación, me limitaré solo a presentar sus principales
argumentos. Dijo ella:
Efectivamente, una prohibición de la burka puede convertirse en un tema de
agitación a favor de los islamistas más radicales. Por eso, antes de hablar de
prohibición yo llamaría a iniciar un debate. Lo ideal sería hacerlo en el marco
de un acto plebiscitario. No, no me refiero a un plebiscito constitucional a
“la suiza” cuyos agitadores principales serían los islamófobos, la ultraderecha
y los fascistas. Hablo más bien de un plebiscito informal no vinculante, uno en
el que participen solamente mujeres musulmanas que posean carta de residencia
en Europa. Allí, las “antiburkistas”, no te quepa duda, somos la inmensa mayoría. Pero más allá del
resultado, cuyo efecto sería de por sí impactante, nos interesa llevar el tema
a una discusión en la cual sus actores principales sean las propias mujeres del
Islam. Solo pediríamos a los políticos que nos proporcionen algunos medios
logísticos y un mínimo de cobertura medial.
-
¿Crees que es posible? – pregunté.
-
Es difícil, estamos en un periodo electoral y la mayoría de los políticos
no quiere asumir riesgos. Tú sabes, a veces la democracia se vuelve en contra
de sí misma. Tenemos que aceptarlo.
Solo
puedo desear que D. tenga mucho éxito en su proyecto. El problema –como ella
dijo- es que a veces la democracia se vuelve en contra de sí misma.