Como consecuencia
de un programa transmitido por el canal ZDF en el cual el cabaretista alemán
Jan Böhmerman recitó un ofensivo “poema” en contra del Presidente turco Recep
Tayyip Erdogan, se ha desatado en Alemania una polémica de proporciones. En
ella toman parte artistas, intelectuales y políticos
Todo partió con la
exigencia del gobierno turco para que el cabaretista fuera alejado de su puesto
de trabajo. Como era de esperarse, la opinión pública alemana reaccionó en
contra de Erdogan. ¿Con qué derecho se permitía ese autócrata oriental dictar
normas a una democracia occidental? Hasta los más conservadores descubrieron
que Alemania es un país liberal en donde la sátira tiene larga tradición.
Erdogan, frente a esa disyuntiva, decidió recurrir a los tribunales de justicia
alemanes. Las probabilidades de tener éxito judicial, son mínimas.
Un problema es que
la mayoría de quienes despotrican en contra de Erdogan no se han tomado la
molestia de leer el “poema” del cabaretista. Ahí se dice que los turcos hieden
peor que los puercos, que golpean a las muchachas y fornican con animales y que
después de perseguir a kurdos y cristianos practican la pornografía infantil.
En otras palabras, la sátira traspasa todos los límites.
Los artistas e
intelectuales alemanes arguyen que una de las propiedades del género de la
sátira es precisamente su carencia de límites. ¿Es así? Supongamos por un
momento que la víctima de la sátira no hubiese sido Erdogan sino Netanjahu (por
ejemplo). ¿Habría reaccionado de igual modo la opinión pública?
Definitivamente, no. El cabaretista habría terminado ahogado por un tsunami de
protestas. Es decir, se quiera o no, hay límites. Hay límites, y el cabaretista
los traspasó. Su sátira fue un dechado de racismo, sexismo e idiotez.
Así y todo nadie
esperaba la aparentemente destemplada reacción del gobierno turco. Ese programa
no lo ve casi nadie y el cabaretista es casi un perfecto desconocido. Casos así
suelen resolverse con una nota de embajada y nada más. Si Ángela Merkel
reaccionara contra los cientos de programas que en diversos países la presentan
con el bigote hitleriano, no tendría tiempo para gobernar. Eso indica que la
reacción de Erdogan no tiene que ver solo con la ofensa sino con el momento que
atraviesan las relaciones entre Turquía y Europa.
Las relaciones
entre Turquía y la mayoría de los gobiernos europeos van de normales a buenas.
Sin embargo, Turquía no es considerado un país europeo por los europeos. Desde
2007, cuando Sarkozy y Merkel cerraron abruptamente las puertas de la UE a
Turquía, pese a que cumplía con todas las condiciones para ingresar, Erdogan,
acusando el golpe se vio obligado a cambiar de rumbo estratégico.
Hoy día el proyecto
Erdogan no pasa por ingresar a Europa sino por hacer de Turquía una nación
hegemónica en el mundo islámico. Naturalmente Turquía necesita de Europa y
Europa de Turquía. Pero –y eso lo sabe Erdogan- Europa necesita más de Turquía
que Turquía de Europa.
El rol que juega
Turquía en la crisis migratoria es evidente. Además, Turquía es un dique en
contra de Rusia en el Oriente Medio.Y por si fuera poco, un obstáculo para las
pretensiones hegemónicas de Irán e incluso de Arabia Saudita en la región.
Con su reacción
frente a los insultos del cabaretista, Erdogan intenta dejar en claro dos
puntos. Primero: Turquía debe ser respetada por Europa tanto como se respeta a
cualquier país europeo. Segundo: Erdogan está en condiciones de usar a Europa
como enemigo simbólico a fin de liderar a los países islámicos en el marco de
su proyecto neo-otomano de poder. El problema en consecuencias va mucho más
allá de la estupidez de un cabaretista xenófobo.
Erdogan, político
consumado, encontró el justo momento para perfilarse, no frente a los gobiernos
europeos –la verdad, eso no parece interesarle demasiado- sino ante los
gobiernos islámicos, como un mandatario en condiciones de pararse de igual a
igual frente a cualquiera potencia, incluyendo a Alemania. Dicho con toda
seguridad, Erdogan aparece ante ellos como el gran líder que defiende con
entereza el honor del Islam.
Con el poder no se
juega. Ese es el mensaje que ha lanzado Erdogan a toda Europa. El mensaje, por
cierto, no parece haber sido entendido por la clase política europea. Eso no es
un problema para Erdogan. Lo realmente importante para él es que su mensaje sea
entendido en el Oriente Medio.