Los
debates orientados a formar gobierno, o de pre-investidura, ordenados por el
Rey Felipe, han sido productivos en términos políticos. No estuvieron exentos
de emocionalidad y agresiones pero también hubo giros retóricos y matices bien
logrados de ironía. En cierto modo los cuatro partidos hicieron honor a la
política, así como la concebía Max Weber: Rompieron con el aburrimiento que
caracterizó al tiempo del bi-partidismo.
Para
el gran sociólogo alemán, el aburrimiento en la política era muy peligroso pues
puede generar reacciones anti-políticas y anti-parlamentarias (pienso en la
Alemania de hoy). La política, escribía Weber en su clásico Política como
Profesión, requiere de cierta espectacularidad y el parlamento puede ser el
gran teatro en donde los representantes
desencadenen las pasiones de quienes los siguen o denuestan.
Aunque
el resultado de los debates era conocido de antemano y por lo mismo ya se
suponía que la investidura de Pedro Sánchez estaba destinada a fracasar, la
opinión pública siguió la discusión, si no electrizada, con mucho interés. A la
gente, como ocurre a los buenos lectores de novelas, no les interesa tanto el
argumento como la narración de la historia. La monotonía de los años
bipartidistas ha terminado. Y, al parecer, para siempre.
Más
allá del espectáculo, los debates tuvieron la virtud de sincerar a los partidos
políticos ante seguidores y contrarios. Como pocas veces los políticos
mostraron sus intenciones ante la luz pública. En ese sentido la polémica sobre
la investidura terminó siendo una verdadera desvestidura.
De
Rajoy en representación del PP ya se conocía su línea. “Somos el partido
mayoritario y como tal no se puede formar gobierno sin nosotros”. Esa lógica
sobredeterminó todas sus frases (o nos siguen o nada). Lógica perfecta para un sistema presidencialista pero no para uno predominantemente parlamentario y multipartidista a la
vez. Como es sabido, lo más importante en un sistema de predominio parlamentario es que las
mayorías sean formadas por alianzas convergentes y en dirección hacia una
gobernabilidad.
Pedro
Sánchez, como si fuera un héroe trágico, ya conocía su destino. Al no poder
gobernar quería, pero no podía ni debía unirse con Podemos. Razones elementales
de ética y principios lo impiden. El programa social de Podemos es irrealizable
en términos económicos. La posición frente al euro y frente a Europa de Podemos
es exactamente contraria a la del PSOE. Y la alianza contraída con los mal
llamados independentistas, sobre todo con los catalanes, atenta contra la
integridad de la nación, siempre defendida por el PSOE. De este modo, toda
alianza con Podemos -si Pablo Iglesias no cedía en puntos para él cruciales-
pasaba por la subordinación del PSOE a Podemos. Eso es precisamente lo que ha
estado buscando con denuedo Iglesias.
La
intención de Iglesias es gobernar con el PSOE pero a la vez imponer todas sus
condiciones. Para cumplir ese objetivo son necesarios algunos requisitos: o el
PSOE se divide en dos fracciones
irreconciliables o en una segunda vuelta el PSOE obtiene menos votos que
Podemos. Así se explica por qué el partido más interesado en hacer fracasar la
investidura fue Podemos. Tanto en estilo, forma y contenido, el mensaje lanzado
por Podemos a través de Iglesias fue destructivo. Sobre todo lo fue frente al
PSOE
La
principal característica de Podemos es su destructibilidad. Como muchos
partidos llamados populistas no nació para unir sino para dividir a la nación.
Pero a diferencia de otros destructivismos parciales, Podemos es destructivista
en los tres pilares básicos de la política: social, nacional y partidista.
Desde
el punto de vista social, Podemos abraza la clásica dicotomía de las izquierdas
radicales: una política concebida como una lucha entre “pobres” y “ricos”.
Desde el punto de vista nacional, Podemos ha unido su suerte con los sectores
segregacionistas, sean de izquierda o de derecha. Y desde el punto de vista
partidista, el éxito de Podemos pasa por la división interna del PSOE.
No
extraña así que Podemos haya concentrado sus fuegos en contra del cuarto
partido en discordia: Ciudadanos. Y desde su punto de vista, con toda razón. A
diferencias de Podemos, Ciudadanos es el partido más unionista de la política
española. Desde el punto de vista social, asume una política no rupturista,
desde el nacional se plantea en contra de la división de España, y desde el
partidista, no pone condiciones insalvables a ningún partido, ni siquiera a
Podemos. Razones suficientes para que Podemos haya declarado la “guerra a muerte”
a Ciudadanos e intente presentarlo –hasta ahora sin éxito- como un PP más
moderno.
Ciudadanos
ha sabido leer la realidad política. Percibiendo que la mayoría de la población
se inclina por una alternativa centro-izquierda, abrió sus alas hacia el PSOE.
Tal vez mirando en perspectiva hacia una segunda elección, Sánchez aceptó la
oferta de Ciudadanos, sustentada en un programa social y económico realizable y
hecho a base de mutuas concesiones. Si esa alianza perdura puede ser lograda
hacia más adelante una superación de la crisis de gobernabilidad que hoy vive
España.
La
dificultad de que en una segunda elección PSOE ý Ciudadanos alcancen mayoría
puede ser superada durante el tiempo de la campaña si es que ambos partidos se
presentan como una fuerza unida (y no como durante la campaña previa al 20-D,
cuando el PSOE cometió el gran error de demonizar a Ciudadanos) Y si no es así,
ya Rivera abrió la posibilidad de una gran coalición formada por PP, PSOE y
Ciudadanos, pero bajo la condición de que el líder del PP no sea Rajoy, algo
que podría aceptar sin muchas dificultades gran parte del PSOE y del PP. La
oferta es módica y realista. Ocho de cada diez españoles creen que el tiempo de
Rajoy ha terminado.
En
política hay derrotas que pueden ser vistas como victorias y victorias que
pueden ser consideradas derrotas. Por ejemplo, la victoria electoral del PP, al
no ser absoluta, reveló ante la opinión pública la incapacidad de Rajoy para
concertar alianzas. A la vez, Podemos parece haber perdido varios puntos. La
obsesión de Iglesias por presentarse como un pubertario enfant terrible
de la política no produjo ningún efecto positivo. Sus brutales agresiones
verbales, sobre todo al PSOE, lo mostraron más como una versión española e
izquierdista de Donald Trump que como el joven “alternativo” y “rebelde” que
intenta representar. Las evaluaciones no se hicieron esperar. De acuerdo a un sondeo realizado por Metroscopia, un
73% atribuye el desacuerdo final a Podemos (38%) o al PP (35%). Solo un 17%
culpa al PSOE (15%) o a Ciudadanos
(2%).
Todo
indica entonces que, si no ocurre un milagro, habrá segundas elecciones.
Por
el momento es difícil, si no imposible, hacer predicciones. Pero se presiente
que una segunda elección arrojará resultados diferentes al 20-D. Ya ha pasado
suficiente agua bajo los puentes, la investidura se transformó en desvestidura
y algunos políticos ya han perdido su inocencia.
06.03.2016
http://polisfmires.blogspot.de
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