Nacida
como fuente de agravios hacia todo lo que no oliera a chavismo, la revista
digital de tan feo nombre, Aporrea, ha experimentado durante Maduro un
interesante proceso de cambio. De modo que a quien interese indagar acerca
de los diferentes matices del pensamiento chavista (he escrito pensamiento sin
comillas) Aporrea (Asamblea Popular Revolucionaria) ha llegado a ser una fuente de gran valor politológico.
Por
cierto, existe en la revista un núcleo de opinadores gobierneros que viven del
erario, o simplemente hinchas que confunden la adhesión a un partido político
con la que se profesa a un equipo de fútbol. Gente que gasta tinta para
injuriar sin introducir ni un gramo de ideas. Precisamente uno de esos
personajes, Mario Silva -junto a su enemigo íntimo Diosdado Cabello, uno de los
más detestados personeros del régimen- ha hundido dagas en contra de la revista
calificándola como “nido de ataques a la revolución”.
Las
crecientes divergencias con el régimen que apuntan en Aporrea llevan a
verificar un hecho muy importante: la crisis de un sistema de dominación es
irreversible cuando no puede ocultar más sus fisuras internas. Así sucedió en
la URSS y sus satélites, así sucedió durante el franquismo, así ha sucedido en
muchas partes, así está pasando en Venezuela. Aporrea es en ese sentido un
síntoma de desintegración de un sistema. Uno más entre tantos. Pero uno de los
más visibles.
En
Venezuela hay definitivamente una oposición interna dentro del bloque de poder.
Sin embargo conviene hacer diferencias. Una fracción de esa oposición es más
interna que externa. Otra ya es más externa que interna. La primera fracción
está formada por los críticos chavistas al gobierno. La segunda ya ha pasado,
nadie sabe sí definitivamente, a la disidencia e incluso a la rebelión abierta
en contra del madurismo.
Lo
que une a ambas posiciones es una fidelidad casi religiosa al imaginario
chavista. Pero aún en ese punto hay matices. Mientras que para los críticos
chavistas Maduro no ha estado a la altura de Chávez, para los disidentes,
Maduro (y Cabello) ha traicionado definitivamente su legado. Eso significa que
mientras para los primeros hay un margen de reformas que podrían devolver a
Maduro a transitar por el buen camino, para los segundos el proceso debe ser
dado por terminado. Maduro, según estos últimos, ha llevado a su régimen a las
más hondas profundidades de la corrupción, el latrocinio sistemático y a la
ruptura definitiva con el mundo popular.
Para
el chavismo anti-madurista el ideal de Chávez solo podrá renacer de una
rebelión de las bases en contra de sus cúpulas. El chavismo, según ellos, debe
comenzar a hacerse de nuevo. Extrema minoría al comienzo, quienes así opinan, a
juzgar por los artículos de Aporrea, constituyen una tendencia creciente.
Después del 6-D ya ni siquiera temen manifestarse públicamente. Han perdido
hasta el miedo.
¿Pasarán
estos grupos a engrosar el ya amplísimo espacio de la oposición democrática?
Aunque en política todo es posible, no está escrito en ninguna parte que eso
deberá ser así. 16 años de discordias, agresiones sin límites, odios paridos,
no pueden ser borrados de un día a otro. Si va a existir alguna vez un
encuentro entre la disidencia chavista y la oposición articulada en la MUD, ese
encuentro debe ser aguardado con mucha paciencia.
Por
ahora ni críticos ni disidentes han mostrado intentos para establecer un
diálogo. De parte de la oposición, por lo menos de acuerdo a lo que se sabe,
tampoco. Más difícil será ese diálogo si se considera que la mayoría de los
columnistas de Aporrea, cuando atacan a Maduro, comienzan sus artículos con
insultos a la oposición democrática a la que ellos llaman “la derecha” o la
“contrarrevolución”. Pero no hay que
dejarse engañar. Son solo rituales. Incluso si se lee con cierta atención
algunos textos, será posible observar que mientras más furiosas las diatribas
en contra de la oposición, más duros serán los ataques a Maduro. Ataques que
antes había que leer entre líneas. Ahora basta leer las líneas.
Encontrar
algún punto dialógico entre la oposición democrática y la disidencia chavista
llegará a ser en un momento una necesidad política de primer orden. Para
lograrlo no será necesario intentar convertir a nadie al ideario opositor.
Una
de las condiciones primarias de todo diálogo es el reconocimiento del otro no
como quisiéramos que fuera sino como es. Si los disidentes inter-chavistas
mantienen un culto religioso al difunto, sus razones tendrán. Si algunos están
convencidos de que el socialismo es el sucesor genético del capitalismo, de
acuerdo a la libertad de culto que impera en todas las naciones civilizadas,
están en su derecho para pensar así.
Nadie
debe creer tampoco que no ser chavista otorga una credencial de superioridad
cultural sobre alguien. Mucho menos si se tiene en cuenta que el chavismo
comparte con ciertos sectores de la oposición elementos propios a una cultura
política común como por ejemplo, el culto al líder heroico y mesiánico, la
tendencia a la uniformidad, la intolerancia frente al que piensa diferente e
incluso cierta maligna atracción por soluciones rápidas y violentas.
Las
discusiones ideológicas y las identitarias, si se mantienen a ese nivel,
estarán siempre condenadas al fracaso. No ocurre así cuando se trata de conversar
sobre problemas concretos. Por ejemplo: no hay nada que impida dialogar a la
oposición inter-chavista y a la anti-chavista sobre temas como las medidas
anti-inflacionarias, los límites del asistencialismo, el monto justo de los
salarios, la lucha en contra de la corrupción y el narcotráfico y, por cierto,
la ampliación de las libertades públicas.
En
toda relación interpersonal, aún en las más íntimas, es necesario mantener
algunos temas encerrados entre paréntesis a fin de que sobre los puntos que más
interesan surjan ciertos acuerdos. Con mayor razón ha de ser así en las
relaciones políticas donde por definición la amistad y el amor deben ser
excluidos en aras del cumplimiento de objetivos comunes y cercanos.
Hay,
en consecuencia, que leer a Aporrea, aún cuando algunos artículos demanden el
uso de un pañuelo en la nariz.